El reflujo
La escena era amarga. Un espa?ol apesadumbrado se encuentra ante un cementerio. El bosque de cruces evoca a los muertos en la campa?a de Marruecos, tras el desastre de Annual. El pie de la vi?eta consiste en un comentario sobre un reciente decreto que premia a los oficiales participantes en la misma con condecoraciones y ascensos. "Supongo que se referir¨¢n a los ascensos, advierte el paisano, porque las cruces hace tiempo est¨¢n repartidas".El humor negro de Luis Bagar¨ªa en El Sol describ¨ªa adecuadamente la fractura que se hab¨ªa consumado en la sociedad espa?ola. La historia europea contempor¨¢nea registra numerosos ejemplos en que las guerras han contribuido a un incremento del prestigio de la instituci¨®n militar, en las respectivas sociedades. As¨ª los ¨¦xitos conseguidos en las guerras de unidad frente a Austria y a Francia forjaron en Alemania una formidable asociaci¨®n entre nacionalismo y acci¨®n militar cuyos tr¨¢gicos resultados podr¨¢n comprobarse en las dos guerras mundiales. El historiador Gerhard Ritter evoca el episodio que protagonizara a principios de siglo un sastre ultramilitarista, que se disfraza de oficial en el barrio berlin¨¦s de Kopenick y consigue sin dificultad la eliminaci¨®n de las autoridades civiles, simplemente con afirmar que obra por encargo del Kaiser.
En Italia, el Risorgimento dejar¨¢ un legado militarista que se traduce en un expansionismo bastante ciego, al que no frena el desastre de Adua frente a Etiop¨ªa, y que tras las guerras de Libia y mundial desemboca en la formaci¨®n del fascismo. Tambi¨¦n en Francia el deseo de revancha despu¨¦s de 1871 empuja a la guerra hasta que los objetivos se vean realizados en 1918 con la recuperaci¨®n de Alsacia-Lorena. Para entonces, hace iempo que Inglaterra ha edificado ya una aut¨¦ntica mitolog¨ªa, cargada incluso de elementos medievalizantes, caballerescos, en tomo a su expansi¨®n imperial: todav¨ªa en la guerra de las Malvinas resonar¨¢ el nombre de sir Galahad. Pero las derrotas producen efectos muy distintos. Tras el breve espejismo de la victoria en Marruecos en 1859-60, la p¨¦rdida de las Antillas y de Filipinas, en el fin de siglo, acu?a la imagen de Espa?a como pa¨ªs moribundo, seg¨²n la valoraci¨®n del brit¨¢nico lord Salisbury. La guerra de Cuba hab¨ªa puesto de relieve la ineficacia de los mandos espa?oles, aun cuando el reparto de cruces y ascensos, en el sentido empleado por Bagar¨ªa, hiciera rentable la contienda para los oficiales, y esta disociaci¨®n se har¨¢ a¨²n m¨¢s visible cuando se inicie la aventura de ?frica. Por a?adidura, la empresa cubana hab¨ªa gozado inicialmente de apoyo popular, pero los sinsabores dejaron pronto al descubierto la injusticia de un servicio militar que enviaba a morir a los hombres del pueblo, la llamada contribuci¨®n de sangre, mientras los ricos salvaban a sus hijos mediante el pago de 1.500 pesetas y practicaban un patriotismo de caf¨¦. La posici¨®n del PSOE ante la guerrafue bien expl¨ªcita: "O todos, o ninguno" La cr¨ªtica se centraba en la desigualdad del servicio miitar, antes que en la leg¨ªtima aspiraci¨®n de los cubanos a la independencia. Cualquiera que fuese a orientaci¨®n de los distintos enfoques, el resultado no se alteraba: el ej¨¦rcito, los s¨ªmbolos de la naci¨®n, se constitu¨ªan en algo cada vez m¨¢s alejado de los intereses populares.
El desarrollo de la guerra de Marruecos no iba a arreglar las cosas. Tampoco el entusiasmo del rey Alfonso XIII por las formas militares, que conduce a la definici¨®n de unas relaciones aut¨®nomas entre monarca y ej¨¦rcito, saltando por encima de las instituciones constitucionales, incluso antes del golpe militar de 1923. A esas alturas, la guerra de ?frica hab¨ªa forjado ya una mentalidad espec¨ªfica en los oficiales que intervienen en ella: el Diario de una bandera, de Francisco Franco, es buena flustraci¨®n de ese tipo de patriotismo, enfrentado a la sociedad civil y a los usos parlamentarios. Las capas sociales dominantes apoyar¨¢n esa actitud, ante todo por lo que tiene de garant¨ªa armada de sus intereses.
No se vieron defraudados, ya que en 1936 Espa?a se convertir¨¢ en la ¨²nica naci¨®n europea conquistada por su ej¨¦rcito colonial. Franco supo traducir simb¨®licamente esta circunstancia, haciendo de su guardia mora el emblema del tipo de dominio ejercido sobre la sociedad espa?ola. La militarizaci¨®n fue un rasgo definitorio del franquismo. Respecto de la sociedad civil, cabe la calificaci¨®n de pretorianismo, por el predominio ejercido por el estamento militar, pero la experiencia de Primo de Rivera hab¨ªa servido al segundo dictador para buscar una utilizaci¨®n del poder militar que no supusiera para ¨¦l un riesgo de cara a mantener su propia preeminencia. La divisi¨®n de los tres ministerios militares es un signo de esa precauci¨®n.
Esa tradici¨®n ac¨¦fela tendr¨¢ su utilidad en la transici¨®n democr¨¢tica, cuando el pret¨®rianismo levante cabeza, entre 1977 y 1982, tropezando con la desfavorable circunstancia de que el lugar de Franco est¨¢ ocupado por el Rey y de que ¨¦ste no acepta la pretensi¨®n de un poder militar aut¨®nomo (y tutelar de las instituciones), ligado ¨²nicamente a la Corona. En la a¨²n confusa marejada conspirativa de comienzo de los ochenta resulta s¨®lo claro el desenlace: los militares franquistas hab¨ªan fracasado en su intento de reproducir su hegemon¨ªa dentro de la nueva situaci¨®n. M¨¢s a¨²n, el golpe del 23-F puso de relieve la doblez de sus lealtades y su propia eficacia como t¨¦cnicos del uso de la fuerza. Quedaba abierto el camino para una profesionalizaci¨®n de las Fuerzas Armadas, paralela a su adecuaci¨®n al orden constitucional. Sin duda ¨¦ste ser¨¢ uno de los principales logros del primer Gobierno socialista.
Ahora bien, la soluci¨®n del problema del militarismo no significa que la brecha abierta durante d¨¦cadas entre ej¨¦rcito y pueblo haya sido colmada. Como en otros muchos aspectos, la militarizaci¨®n de la vida social por el franquismo acab¨® en un total fracaso. Nadie reverencia a un cuerpo privilegiado que adem¨¢s presentaba los signos de ineficacia visibles para cualquiera que se viese sometido al servicio militar. En ¨¦ste, muchos j¨®venes espa?oles vieron y siguen viendo una experiencia in¨²til y penosa. Al margen de los focos de insumisi¨®n, Navarra y Euskadi, que responden a circunstancias pol¨ªticas espec¨ªficas, la objeci¨®n de conciencia se presenta cada vez m¨¢s como la expresi¨®n democr¨¢tica de una voluntad civil, de permanecer al margen de la instituci¨®n y de los sistemas de valores militares.
S¨®lo por miop¨ªa o por falta de soluciones puede juzgarse el hecho como una acci¨®n oportunista para escaparse a las responsabilidades ante la sociedad, aun cuando ¨¦sta, en las circunstancias actuales, por lo que ofrece a los j¨®venes, tiene bien poco que exigir. Conviene recordar la intensidad de las reacciones sociales frente a la guerra del Golfo y ante la intervenci¨®n en Bosnia: como resultado del proceso hist¨®rico antes descrito, muy amplios sectores de la sociedad espa?ola rechazan la guerra y todo lo relacionado con ella. La salida es bien clara: un ej¨¦rcito profesional. El obst¨¢culo tambi¨¦n lo es: c¨®mo proceder a una nueva reducci¨®n del cuerpo de oficiales, para una masa de soldados asimismo recortada en m¨¢s de la mitad. Pero aplazar la respuesta global servir¨¢ s¨®lo para reavivar las viejas tensiones.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.