Ya te lo dije, ya lo veras
Ya te lo dije. Ya lo ver¨¢s. Yo, de ser t¨², no lo har¨ªa. Eso ser¨¢ un fracaso. Ni lo intentes.Cada espa?ol tiene dentro un agorero que se sienta a ver el cad¨¢ver del fracaso ajeno mientras garantiza su propio ¨¦xito en su quietud: ya ver¨¢s c¨®mo te das el tortazo.
Hay varias versiones de ese car¨¢cter nacional del agorero. Ese que acabamos de describir es el que corresponde, en efecto, con la categor¨ªa del yaverasismo. Consiste en advertir al que inicia una aventura o intenta una idea del final infausto de su iniciativa. El yaloverasista se rodea de un ¨²nico argumento: la propia expresi¨®n "ya lo ver¨¢s". No siente la necesidad de explicar los instrumentos cient¨ªficos en los que basa su adivinanza, pero tuerce el gesto centr¨¢ndolo en el escepticismo de que es capaz la nariz y con eso ya parece que quiere hacer el gui?o definitivo: "Bueno, ya t¨² lo ver¨¢s". El yaloverasista subraya con un ¨¦nfasis fatal la palabra t¨², de modo que ya no quepa duda de que eres un imb¨¦cil incapaz de captar la sabidur¨ªa en que ¨¦l se sustenta para establecer el tenor de tu futuro.
El yatelodijista es una variante habitual del yaloverasista. El yatelodijista es el que hace la cr¨®nica de la muerte anunciada, aunque nadie recuerde que ¨¦l la haya previsto jam¨¢s. Ante el hecho que se haya manifestado -una aventura que sali¨® mal, fundamentalmente- se situar¨¢ ante ti, te escrutar¨¢ tus ojos escrupulosamente tristes, o incluso indiferentes, y te dir¨¢ con la conmiseraci¨®n fatal de estos estereotipos: "Ya te lo dije, yo ya te lo dije", y ah¨ª subrayar¨¢ el yatelodijista la palabra yo, porque es ¨¦l quien ha triunfado en ese duelo sin cuartel entre el agorero y su v¨ªctima. (Una variante terrible de este agorero es ese polic¨ªa que el otro d¨ªa se explic¨® ante los micr¨®fonos la matanza que hab¨ªan llevado a cabo colegas suyos en Vigo: "Uno de ellos. llevaba pendiente y el otro se te?¨ªa el pelo: algo malo ten¨ªan dentro").
Cada agorero tiene su v¨ªctima, evidentemente. Y este tipo de agorero retrospectivo es especialmente peligroso, porque despista mucho al contrario. Nadie recuerda, como decimos que haya anunciado cat¨¢strofe alguna, pero se escuda en la confusi¨®n reinante despu¨¦s del fracaso y dir¨¢, en medio de esa nebulosa, que ¨¦l ya lo previ¨® todo.
En este tipo de espa?oles que ya lo saben todo, o que al menos dicen haberlo visto todo con clarividencia y con antelaci¨®n, se ha colado desde siempre otra categor¨ªa especialmente atractiva para los analistas de este tipo de actitudes terribles. Una an¨¦cdota valenciana ayuda a ilustrar sus actitudes y sus consecuencias.
Un gobernador civil de Valencia ten¨ªa la costumbre inocua de cantar en su coche, y para estimularse precisaba conducir el autom¨®vil oficial. Su ch¨®fer y, al parecer, secretario iba en el asiento trasero, estableciendo as¨ª un paralelismo democr¨¢tico muy extra?o en la ¨¦poca franquista en que ocurri¨® este sucedido. Y no s¨®lo eso: como la canci¨®n favorita era precisamente el himno de Valencia, el secretario iba detr¨¢s subrayando, como si fuera la personificaci¨®n de los trombones, el porrompop¨®n que viene despu¨¦s, por ejemplo, de la famosa l¨ªnea que dice que Valencia es la reina de las flores. Porrompomp¨®n.
Ese espa?ol que va en el asiento de atr¨¢s es otro espa?ol bien acomodado. Asiste a las discusiones, escucha los distintos argumentos, y cuando ve qui¨¦n manda en el conjunto de las voces que discrepan adopta la postura del m¨¢s fuerte, del ¨²ltimo, del que parece tener m¨¢s atesorada la raz¨®n.
?sa es una versi¨®n, acaso la menos grave, de la misma enfermedad. Porque hay una vertiente m¨¢s peligrosa de ese espa?ol que se sienta detr¨¢s y grita porrompomp¨®n. Es cuando muestra su acuerdo con una determinada idea y se suma a la contraria cuando se produce un desacuerdo que proviene de alguien que posee mayor autoridad. "No", dir¨¢ con esa infinita sabidur¨ªa con que se adorna el que llega ¨²ltimo, "si ya yo te dec¨ªa lo mismo".
A todas estas teor¨ªas de espa?oles sentados nos hemos sumado ahora muy probablemente la mayor¨ªa de los ciudadanos, a juzgar por lo que hemos visto en los ¨²ltimos tiempos en los medios de comunicaci¨®n. Resulta que el actual presidente del Gobierno y el asimismo actual jefe de la oposici¨®n parecen haber llegado al buen acuerdo de encontrarse de vez en cuando para hablar de algunos hechos suficientemente graves de este pa¨ªs. Recuerdo haber escuchado que esas reuniones, que, antes no ten¨ªan lugar, deb¨ªan celebrarse para mejorar el clima espa?ol. Se dec¨ªa, seg¨²n registra mi memoria, que el consenso era consustancial con la pol¨ªtica y que, adem¨¢s, deb¨ªa provenir su ejercicio del prepotente jefe del Ejecutivo. Bueno, pues no s¨¦ c¨®mo se pusieron de acuerdo para establecer esas reuniones, y una vez que las han hecho no han recibido sino improperios, entre los cuales no es el m¨¢s halag¨¹e?o el que indica que cuando se produce un encuentro as¨ª, secreto o divulgado, alguno ha puesto a disposici¨®n su autoridad, sus convicciones o, y esto es lo que se dice, sus pantalones.
Es la moral del f¨²tbol. Hay que tener piedad con el d¨¦bil, o con el contrario, pero hay que ganar por goleada. No es bueno que haya mayor¨ªa absoluta, pero si hay un consenso derivado de una mayor¨ªa incierta conviene no ceder un ¨¢pice, porque entonces los gobernantes ser¨¢n reos de despreciable blandura.
Y a todos estos personajes tan espa?oles, estos lastimeros que siempre esperan del fracaso ajeno su propio triunfo, hay que sumar la del espa?ol simplemente despectivo, el que no cree en nada y adem¨¢s lo tiene a gala porque ya sabes, este pa¨ªs es una mierda. Son los espa?oles burlones, los que se callan con medias risitas mientras los dem¨¢s tratan de elaborar una conversaci¨®n o de construir una historia.
Y hay que sumar, claro, a esa lista de estereotipos el espa?ol callado, al que los dem¨¢s han de considerar especialmente sagaz e inteligente, justamente porque no dice nada. Es el espa?ol del chiste de los tres loros.
El chiste dice as¨ª: una persona va a comprar un loro y elige entre tres. El primero, le dice el vendedor, vale un mill¨®n de pesetas y sabe decir la Biblia en espa?ol y en ingl¨¦s. ?Y el segundo? El segundo vale dos millones. ?Y qu¨¦ habla para valer tanto? Dice la Biblia en ingl¨¦s, en franc¨¦s y en espa?ol. ?Y el tercero? Oh, ¨¦se vale 30 millones. ?Y qu¨¦ habla, pues? Hablar no habla nada, pero los dem¨¢s le llaman maestro.
Y as¨ª sucesivamente. Espa?oles que ya lo sab¨ªan, espa?oles que lo predicen, espa?oles que desconf¨ªan, espa?oles que esperan que se equivoque el otro para tener raz¨®n. Al fin y al cabo, espa?oles como todo el mundo, supongo.
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