R¨¦quiem por La Sole
Un escalofr¨ªo, una congoja atraves¨® la p¨¢lida memoria de muchos reclutas del reemplazo 1944 y siguientes. Doblan el cabo de los 70 a?os, pero mantienen erguida y hermoseada la memoria. Algunos ni siquiera pormenorizaban la nueva luctuosa: "?Te has enterado?". "S¨ª; pobre Sole". La esquela apareci¨® aquella ma?ana.Hace pocos d¨ªas falleci¨® en la capital una de las ¨²ltimas y famosas alcahuetas cuya personalidad es ya irrepetible. No conoc¨ª a La Sole, ni a La Maruchi, Do?a Blanca, Mar? Tere o La Rafi, pero mucho ten¨ªa escuchado de ellas a mis amigos. El ¨¢gape ritual de nuestros viernes ech¨® un cuarto a funerales en memoria de una reina de las celestinas, emperatriz de tercer¨ªas, canciller de cumbres amorosas, arc¨®n inviolado de secretos ¨ªntimos.
Temidos pr¨®ceres, laureados juristas, milagrosos cirujanos, bizarros coroneles, fugaces ministros, prometedores subsecretarios, urgidos hacendados, cautelosos banqueros, cl¨¦rigos pudientes, la flor y nata, en suma, del m¨¢s diverso acomodo y negocio se rend¨ªan a aquella raza de eficientes, discretas y circunspectas celestinas, alivio de los m¨¢s rec¨®nditos deseos a satisfacer con dinero.
Con la difunta y suspirada Sole desaparece un prototipo. Gestora, aduanera, intermediaria, conseguidora de voluptuosidades a la medida y en horas de oficina y comercio, con un abanico de damas de alta cama y poca plata, triunfadoras artistas, casadas infieles y menesterosas; la moza impelida por la ambici¨®n y el corto camino, aquella pechugoncita de la tele, cualquier esp¨¦cimen de mujer o su m¨¢s fiel analog¨ªa pod¨ªa estar en la lista de La Sole, La Rafi o La Mauri. Tan secretamente famosa y exclusiva como la de Schlinder en el holocausto.
Hoy, los anuncios por palabras han anticipado el exterminio de estas compromisarias de la pasi¨®n, mediadoras del erotismo clandestino. La mercanc¨ªa sensual prescinde de las sagaces y fiadoras comisionistas. Leemos exhuberante, sensual; viudas solas, discretas, apasionadas... ?D¨®nde est¨¢ el certificado de calidad que respaldaban La Sole y sus colegas?
?Qu¨¦ habr¨¢ hecho con los ¨¢lbumes de fotos, muestrario galante de una variada y generosa oferta, surtido de habilidades, repertorio de sensaciones avaladas? Con ella queda sepultada la escabrosa solicitud del personaje emblem¨¢tico y el prurito y extravagancias del m¨¢s afectado de los moralistas.
La Sole debi¨® ser una madame Claude a la espa?ola, amiga de los clientes, protectora y leal consejera de sus pupilas. Mudaba de barrio con frecuencia -me dicen-: otra garant¨ªa de cordura y miramiento. Los parroquianos se confiaban como no lo hac¨ªan con la esposa, el socio, el amigo. La ocasi¨®n llegada, el caprichoso en lista de espera recib¨ªa una llamada as¨¦ptica que embozaba cualquier f¨®rmula transmisible por la secretaria o la c¨®nyuge: "Se?or, le llaman de SOLE, SA".
Las he motejado de alcahuetas, celestinas; no encaja la declinaci¨®n peyorativa a tenor de la cordial aflicci¨®n de mis amigos, que lo fueron de ella. Menos de la consumici¨®n carnal que del ingenio, la comprensi¨®n, la confidencia escuchada, el gran favor, a veces. "La Mauri", relata uno, "consigui¨® que mi hijo mayor hiciera el servicio militar en la Segunda Bis, sin guardias ni uniforme. El director era tambi¨¦n cliente de la casa, aunque pod¨¦is suponer que no se lo agredeciese personalmente".
Tuvo La Sole corresponsal¨ªa en Barcelona e hizo mucho por la normalizaci¨®n y fluidez de relaciones con el poder central.
Yo s¨®lo conoc¨ª a una benem¨¦rita se?ora que alquilaba habitaciones a parejas y creo que facilitaba los que ahora se llaman contactos y entonces tambi¨¦n. Do?a Sabina era viuda de guerra, aunque nunca se me ocurri¨® preguntarla cu¨¢l de los dos bandos la condujo a ese estado civil. No saqu¨¦ a relucir mi modesta experiencia. Con senil melancol¨ªa confieso que me hubiese gustado ser contertulio de Do?a Blanca, de La Rafi o de La Sole. Descanse en paz.
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