La tragedia de Colosio
Era Luis Donaldo Colosio -y apenas puedo creer que me est¨¦ refiriendo a ¨¦l en tiempo pasado- un hombre extremadamente suave, discreto, cort¨¦s. Cuando lo conoc¨ª, fung¨ªa como presidente del PRI y enfrentaba la primera gran crisis de su partido en el sexenio de Salinas de Gortari: el conflicto poselectoral en el Estado de Guanajuato. Hablamos a solas, por un par de horas. Me llam¨® la atenci¨®n su franqueza autocr¨ªtica. No necesit¨¦ argumentos para sustentar mis tesis sobre el agotamiento del PRI y la necesidad de una aut¨¦ntica apertura pol¨ªtica: Colosio las compart¨ªa todas y aun las rebasaba. S¨®lo ped¨ªa prudencia, comprensi¨®n y tiempo. No mucho tiempo: salvando las formas, el candidato del PRI en Guanajuato dimitir¨ªa en uno o dos d¨ªas y abrir¨ªa un proceso de alternancia en el poder, in¨¦dito en M¨¦xico. La idea se cumpli¨® puntualmente. Colosio no tuvo miedo de ser el primer presidente del PRI en reconocer el triunfo de la oposici¨®n y la crisis hist¨®rica de su propio partido. Por el contrario: algo en ¨¦l, secretamente, lo celebraba. Hombre de temple liberal, directo, abierto, ve¨ªa en la quiebra del monopolio del PRI la ¨²nica posible salida a su arca¨ªsmo, corrupci¨®n y petrificaci¨®n. "Vengo de una cultura del esfuerzo, no del privilegio", repet¨ªa sin cesar. Por eso ve¨ªa con cierta incomodidad su pertenencia a ese c¨ªrculo de privilegio que, por definici¨®n, ha sido el PRI.Con el tiempo comenc¨¦ a sospechar que Colosio viv¨ªa una contradicci¨®n ¨ªntima: estaba, a un tiempo, orgulloso y avergonzado de su militancia. Su postulaci¨®n no resolvi¨® este conflicto interior: tengo para m¨ª que lo ahond¨®, y que en ¨¦l reside uno de los enigmas de su desangelada campa?a. Colosio sab¨ªa que el PRI hab¨ªa dado a M¨¦xico largas d¨¦cadas de crecimiento econ¨®mico y estabilidad pol¨ªtica, ahorrando al pa¨ªs el v¨¦rtigo oscilante de la dictadura y la anarqu¨ªa t¨ªpico de tantas naciones latinoamericanas; pero sab¨ªa tambi¨¦n que M¨¦xico hab¨ªa cambiado y reclamaba democracia y libertad. Durante su gesti¨®n en el PRI introdujo lo que ¨¦l llamaba -si no recuer do mal- la reforma geogr¨¢fica o espacial del partido, cuyo objetivo era el tr¨¢nsito de una organizaci¨®n vertical y corporativa a un arreglo horizontal en el que los ciudadanos, no los sectores obrero, campesino y popular, tuviesen la ¨²ltima palabra. Alcanz¨® un ¨¦xito a medias. Sus propuestas pol¨ªticas como candidato presidencial ten¨ªan el mismo sentido: buscaba que la letra y la pr¨¢ctica de la Constituci¨®n fueran una sola, quer¨ªa que M¨¦xico fuese, en efecto, una rep¨²blica, representativa, democr¨¢tica y federal. "Tenemos que hablar mucho sobre la independencia del poder judicial", me coment¨® hace apenas unos d¨ªas. El equilibrio de poderes lo preocupaba tanto como el propiciar un "federalismo aut¨¦ntico" y, desde luego, la total claridad en los procesos electorales: "Te juro por mis hijos que no quiero un solo voto al margen de la ley". En su vehemencia privada hab¨ªa un tono, una sombra de desesperaci¨®n. Al verlo por la televisi¨®n empleando en p¨²blico la vieja ret¨®rica del PRI, Colosio me recordaba a aquel San Manuel Bueno, m¨¢rtir, de Unamuno, que predicaba la fe que hab¨ªa perdido.
Colosio estaba convencido de la necesidad de un cambio pero quiz¨¢ no ve¨ªa claras las formas de llevarlo a la pr¨¢ctica. La rudeza, la brutalidad, la violencia de la pol¨ªtica mexicana le horrorizaban. Lo desconcertaba, por ejemplo, la. groser¨ªa verbal con que a veces lo trataba la oposici¨®n, y no parec¨ªa comprender el clamor de los sectores de la opini¨®n que le ped¨ªan una ruptura con Salinas de Gortari.
El no era hombre de rupturas, sino de lealtades, no de lealtades perrunas e incondicionales, pero s¨ª de lealtades absolutas a la amistad y la verdad. A Salinas de Gortari le deb¨ªa buena parte de su carrera y un trato personal de excepci¨®n; admiraba adem¨¢s, y con raz¨®n, las reformas econ¨®micas y sociales del r¨¦gimen, en cuya concepci¨®n e instrumentaci¨®n lleg¨® a colaborar muy de cerca. No iba a ser Colosio quien volteara la espalda al presidente; menos ¨¦l, un hombre que se cuidaba (como ya nadie lo hace en M¨¦xico) de saludar con un delicado "buenas noches", o de enviar "atentos saludos" a la esposa o los hijos de su interlocutor. Su verdad era el "cambio con rumbo y responsabilidad", el cambio que no es un demag¨®gico "salto al vac¨ªo", sino la lenta y fragmentaria construcci¨®n de un orden m¨¢s libre y justo.
Aquella vaga desesperaci¨®n trabaj¨® su fuero interno imprimiendo en su cara y su trato una gravedad evidente aun para quien lo acabara de conocer. Lo vi unas cuantas veces este a?o, pero la tristeza de sus ojos me impresionaba cada vez m¨¢s. "Es un hombre al que se le ha impuesto un destino heroico incomprensible para ¨¦l, un destino que no sabe, no puede, no debe asumir", coment¨¦ com mi amigo el escritor Alejandro Rossi. Colosio repet¨ªa una y otra vez que quer¨ªa "ser presidente", como para convencerse a s¨ª mismo de una mentira, o de una media verdad: lo quer¨ªa, pero no lo quer¨ªa, o no lo quer¨ªa lo suficiente o no lo quer¨ªa a ese precio. Por contraste, la dimensi¨®n privada eje su vida lo enaltec¨ªa: su amor a Diana Laura, su mujer; su hijo, vivaz, tan orgulloso de la honestidad de su padre, y la peque?a Mariana, de apenas un a?o. Ninguna presidencia val¨ªa esas tres bendiciones. Colosio lo sab¨ªa, pero no sab¨ªa c¨®mo detener la marcha que cotidianamente lo apartaba de ellas.
No sugiero que haya entrevisto su muerte. Creo, eso s¨ª, que sobre todo a partir de Chiapas y a pesar de su valent¨ªa personal, Colosio se percib¨ªa a s¨ª mismo como parte -casi involuntaria, casi impotente- de un drama de poder y violencia que el pa¨ªs, con todas sus inequidades, no merec¨ªa. Lo que merec¨ªa y merece es el tr¨¢nsito definitivo a una vida pol¨ªtica civilizada, plural, tolerante. No es imposible lograrlo. Ning¨²n pa¨ªs es inmune al magnicidio, pero M¨¦xico no va a desfallecer tras la tragedia. Por el contrario. M¨¦xico sabe ahora que la paz y la libertad son como el aire que respiramos: no advertimos su valor hasta que su ausencia nos asfixia. M¨¦xico sabe tambi¨¦n que ha pagado ya con creces a la historia su cuota de sangre, y que esa sangre ha sido, a menudo, la sangre de los inocentes y los buenos. Ojal¨¢ la tragedia destierre para siempre el macabro romanticismo de la violencia que se desat¨® en ciertos c¨ªrculos period¨ªsticos e intelectuales a ra¨ªz de Chiapas. Del fondo del fusil no sale la democracia. Del fondo del fusil sale la muerte.
Si los partidos pol¨ªticos, los candidatos y las fuerzas actuantes de la sociedad civil se vinculan ahora mismo en un pacto hist¨®rico de unidad nacional de cara a las elecciones y a la transici¨®n democr¨¢tica, el martirio de Colosio podr¨ªa ser el ¨²ltimo. Ese pacto es el ¨²nico homenaje posible a su memoria. S¨®lo as¨ª, aquel rostro trist¨ªsimo podr¨¢ recobrar, en alg¨²n lugar, la transparencia y la sonrisa de ciertos d¨ªas, la confianza de que la historia no es s¨®lo un reino ca¨ªdo de miseria y error, el orgullo de pertenecer a "una cultura del esfuerzo".
Enrique Krauze es historiador mexicano, autor del libro Siglo de caudillos, ganador del Premio Comillas 1993.
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