Las letras como arma
En el a?o de 1929, reci¨¦n llegado a Berl¨ªn para ampliar como estudiante graduado mis conocimientos de ciencia pol¨ªtica, un periodista espa?ol con quien hice amistad, Felipe Fern¨¢ndez Armesto, comunista por entonces y luego fascista, me condujo amablemente, entre otros lugares m¨¢s o menos santos, a la ceremonia de un mitin obrerista sobre cuya mesa presidencial se ve¨ªa un cartel ostentando en grandes letras g¨®ticas el lema Kunst ist Waffe, lo que significa que "el arte es un arma". Apenas entend¨ª por entonces las peroratas de los oradores, pero s¨ª el eslogan, que me pareci¨® repugnante. Lo he recordado ahora cuando, hace pocos d¨ªas, aqu¨ª en Madrid, una inteligente, inquisitiva y discreta periodista quiso saber de m¨ª lo que yo pensaba acerca del libro, reci¨¦n publicado por Andr¨¦s Trapiello, Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939). Que a¨²n no lo hab¨ªa le¨ªdo -fue mi respuesta-, y que por tanto no pod¨ªa opinar; que, desde luego, su asunto no pod¨ªa dejar de interesarme much¨ªsimo... Y todav¨ªa a?ad¨ª que, aun siendo como soy superviviente de aquella guerra, daba por supuesto que mi nombre no deb¨ªa de aparecer para nada en sus p¨¢ginas. Lo supon¨ªa as¨ª porque, mientras ¨¦sta dur¨®, me hab¨ªa abstenido de hacer acto de presencia en la vida p¨²blica como creador literario, y en verdad, no s¨®lo durante los a?os a que se extiende el conflicto, sino ya desde algo antes, en el turbulento periodo precedente. Es decir, que, en cuanto creador literario, en mi condici¨®n de autor de escritos consagrados a la invenci¨®n art¨ªstica, me abstuve de actuar p¨²blicamente en aquellas circunstancias.Y es que para m¨ª el arte nunca fue un arma. Esgrimirlo como tal me parece que es degradarlo, y degradarse al hacerlo. A este prop¨®sito viene siempre a mis mientes el ejemplo que, siendo estudiante, le hab¨ªa o¨ªdo en su c¨¢tedra al gran civilista S¨¢nchez Rom¨¢n para explicar a sus alumnos la diferencia entre el utendi y el abutendi del romano jus de propiedad. Un reloj precioso -nos dec¨ªa- puede usarlo su due?o para ver la hora, y quiz¨¢ para adornarse con ¨¦l; pero si en el acaloramiento de una discusi¨®n lo emplea como arma arrojadiza, estar¨¢ abusando de su joya. En sentido paralelo, entend¨ªa yo que emplear el arte po¨¦tico como instrumento de propaganda es tanto como abusar de tan delicado don, prostituir la poes¨ªa. Es ¨¦sta una opini¨®n m¨ªa que de ning¨²n modo pretendo extender a principio universal. M¨¢s a¨²n, la tengo por demasiado cuestionable; pero, con todo, siempre me atuve a ella en cuanto norma de mi propia conducta; y as¨ª, cuando, a ra¨ªz de publicar mi novela Muertes de perro, alguien se ha obstinado en verla como un ataque contra la dictadura, me he apresurado a desautorizar semejante interpretaci¨®n; pues si quiero combatir algo, no voy a hacerlo con una novela. A tal criterio creo deberle el no haber tenido que renegar ni sentir rubor por nada publicado bajo mi firma. En aquellas cr¨ªticas circunstancias, y durante el curso del conflicto, me abstuve en consecuencia, muy deliberadamente, de poner a contribuci¨®n mis capacidades y mi nombre de escritor, sin regatear, en cambio, los esfuerzos que otras capacidades m¨ªas pudieron permitirme llevar a cabo en defensa de la causa que me cre¨ªa en el deber de sostener. Mi libro de memorias Recuerdos y olvidos da resumida cuenta de mis pasos durante aquel azaroso periodo: en ning¨²n momento quise avenirme a enrolar mi pluma para un servicio militar. Aun requerido y urgido por los amigos que produc¨ªan la famosa revista Hora de Espa?a, prescind¨ª de prestar mi colaboraci¨®n a sus p¨¢ginas, como tambi¨¦n a las de cualquier otra publicaci¨®n; y desde luego, tampoco quise intervenir de manera alguna en el famoso II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia, mientras que yo me ocupaba en actividades mucho m¨¢s modestas, menos vistosas, pero tal vez tambi¨¦n menos inocuas. Considerado todo esto, daba por supuesto que mi nombre estar¨ªa ausente del libro de Trapiello, que todav¨ªa no hab¨ªa le¨ªdo.
Lo le¨ª enseguida, y he encontrado que, contra lo que esperaba, s¨ª que aparezco citado ah¨ª, aun cuando no, claro est¨¢, como sujeto de ninguna actuaci¨®n concreta, pues no la tuve, sino para dar testimonio ulterior acerca de tal o cual punto, a base de lo que se lee en mis citadas memorias. Curiosamente veo, sin embargo, incluido tambi¨¦n un retrato m¨ªo con peque?a bibliograf¨ªa entre Las personas del drama.
?Como testigo -y actor no literario- superviviente de ese drama, creo oportuno hacer algunas consideraciones al margen del libro que Trapiello publica en estos d¨ªas. Se trata, a mi juicio, de un trabajo altamente meritorio desde todos los puntos de vista. Unos pocos lev¨ªsimos deslices, tanto sem¨¢nticos como en materia de hecho, son acaso tachas inevitables y m¨ªnimas en empe?o de tal envergadura que no hacen sino subrayar con su insignificancia la magnitud del logro. Es su obra resultado de una investigaci¨®n concienzuda llevada a cabo con ¨¢nimo honesto y limpieza de intenci¨®n, cualidades que. hubiera sido impertinente ponderar en tiempos no tan encenagados por la canalla seudoliteraria como son ¨¦stos que ahora nos salpican. Trapiello rinde con su libro un gran servicio a nuestra historia intelectual al trazar el panorama objetivo, veraz y, a la vez, comprensivo y compasivo, de la rep¨²blica de las letras durante periodo tan doloroso, tan turbio y todav¨ªa tan capaz de despertar pasiones como el de la guerra civil espa?ola.
Esa guerra abre la crisis universal que pondr¨ªa t¨¦rmino a la modernidad, crisis de la que a¨²n no ha salido el mundo; y en cuanto al comportamiento de los escritores espa?oles sorprendidos por la conflagraci¨®n, creo que conviene referirlo a las actitudes generalizadas entre la intelectualidad Internacional y mantenidas por ella en su relaci¨®n con la guerra espa?ola misma y, luego, durante la II Guerra Mundial y subsiguiente guerra fr¨ªa. No se olvide c¨®mo dicha crisis hubo de irrumpir en una Espa?a que, tras haber dormitado largamente al margen de la historia, empezaba a incorporarse de nuevo con un desarrollo interno espont¨¢neo, aunque, por desgracia, a contramano del curso que en el resto de Europa llevaban los acontecimientos. La dura competencia entre los dos totalitarismos externos que se disputaban ya la hegemon¨ªa europea: el de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y el fascista, cuya amenaza hac¨ªa inminente ahora el triunfo de Hitler en Alemania, vendr¨ªa a interferir fatalmente en el proceso de la democratizaci¨®n espa?ola. Si la l¨®gica de su crecimiento interno orientaba a Espa?a hacia la democracia liberal, en Europa hab¨ªan perdido cr¨¦dito entretanto las bases ideol¨®gicas de semejante r¨¦gimen; y por cuanto concierne a la juventud espa?ola -Trapiello lo pone de relieve mediante varias elocuentes citas-, es evidente que a aquella hora se hab¨ªa puesto de moda el desde?arlas. Siendo as¨ª, en los reajustes institucionales y consiguientes conflictos pol¨ªticos agudizados a la ca¨ªda de la monarqu¨ªa, las fuerzas conservadoras de este pa¨ªs nuestro se camuflan bajo la elegante y revolucionaria ideolog¨ªa fascista (despu¨¦s su triunfo se manifestar¨ªa bien claro su car¨¢cter reaccionario), mientras que por el otro lado iban a debatirse, confusa y contradictoriamente, bajo una com¨²n fachada republicana, aspiraciones democr¨¢ticas, sentimientos nacionalistas, tendencias de un socialismo totalitario y topismos ¨¢cratas. Los desvar¨ªos mentales de escritores espa?oles atrapados en aquel conflicto resultan mucho m¨¢s explicables, dadas las circunstancias, que la contumacia con que una gran parte de la intelectualidad internacional hab¨ªa de seguir defendiendo y justificando durante casi medio siglo m¨¢s, bajo ilusorias coartadas, reg¨ªmenes de la m¨¢s opresiva brutalidad. En el fragor de la lucha y en la precariedad de las situaciones particulares, f¨¢cil era dejarse llevar al desenfreno verbal del improperio que, cuando el talento literario presta ayuda, puede incluso producir valiosos frutos de poes¨ªa sat¨ªrica. Menos disculpable es exaltar luego, en verso o en prosa, desde una confortable instalaci¨®n en despreciadas democracias, la gloria de tiranos abominables.
El libro de Trapiello examina con discreto tacto -y, seg¨²n dije, casi siempre con esp¨ªritu de compasiva comprensi¨®n- las conductas individuales de, unos y de otros, especulando a veces sobre las motivaciones de cada cual, o m¨¢s bien interrog¨¢ndose acerca de ellas. No es demasiado dif¨ªcil distinguir, seg¨²n los casos, entre las flaquezas del miedo, que puede conducir a perdonables claudicaciones y, en ¨²ltimo t¨¦rmino, a confortables acomodos, la denodada entrega a actividades propagand¨ªsticas, que en cuanto tales implican ocultaci¨®n voluntario enga?o, para no hablar de miserables delaciones. A prop¨®sito de estas actividades,hubiera podido hablarse, no ya de "Ias armas y las letras", sino de Ias letras como arma"; arma inadecuada y, desde luego, poco noble.
Ciertamente, situaciones, extremas como aquellas en que una guerra, y m¨¢s la guerra civil, pone a las gentes suelen dar lugar con su exigencia a correspondientes extremos de dignidad, y hasta de santa heroicidad, e igualmente tambi¨¦n a extremos de vileza. Entre ambos, el pobre ser humano sin vocaci¨®n de m¨¢rtir trampear¨¢ como mejor pueda. La investigaci¨®n de Trapiello abre un amplio cat¨¢logo de conductas cuya casu¨ªstica hubiera podido ensancharse y sobre todo matizarse todav¨ªa m¨¢s, y que desde luego se presta a discusi¨®n en un terreno por donde, sin la templada ecuanimidad suya, podr¨ªa resultar arriesgado internarse. Tal como ¨¦l lo hace, suscitar¨¢ de seguro escozores, pero no parece dar verdaderos motivos e agravio.
Francisco Ayala es escritor.
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