El gran expolio
Lonas y andamios protegen estos d¨ªas de las miradas aviesas la sede central del Banco de Espa?a ocultando sus rubores a la vista de la incorruptible Cibeles. Lonas y andamios circundan tambi¨¦n las fachadas del C¨ªrculo de Bellas Artes, donde se atrinchera, taciturna y dolida por la degradaci¨®n material de su feudo, la diosa Minerva. Veladas aparecen tambi¨¦n las cari¨¢tides del Banco Central en la esquina de Barquillo y las almenas del edificio de Correos. La glorieta de Cibeles es uno entre los varios centros de esta ciudad exc¨¦ntrica, compartiendo honores con la Puerta del Sol y con la Plaza Mayor y, en opini¨®n de algunos, en franca competencia con la plaza de Espa?a y la del Callao. Deidad agr¨ªcola de oriental estirpe, Cibeles ocupa a perpetuidad con su leonado carro la mejor plaza de aparcamiento de la urbe y soporta impert¨¦rrita los tufos azufrados y ponzo?osos de la contaminaci¨®n urbana de los escapes y las chimeneas, a los que se han unido ¨²ltimamente los dulzones y nauseabundos hedores de la corrupci¨®n bancaria.Inmortal y sabia, la hier¨¢tica deidad est¨¢ al cabo de la calle de todas las idas y venidas, de todas las zozobras y las maniobras que en su entorno se cuecen. Vigilante y celosa, la Cibeles observa preocupada estos d¨ªas con el rabillo del ojo c¨®mo se cubren y enmascaran los edificios m¨¢s significativos de su c¨ªrculo inmediato, escamoteando su presencia a los ojos de los viandantes. Este febril revoco de fachadas admite variadas interpretaciones. La primera y m¨¢s art¨ªstica de todas es la que afirma que se trata de una audaz performance ideada por disc¨ªpulos de Christo, el artista neoyorquino especializado en envolver monumentos y edificios carism¨¢ticos, empaquet¨¢ndolos y embal¨¢ndolos como objetos postales o muebles a punto de mudanza. Esta tranquilizadora hip¨®tesis aventura que todo podr¨ªa ser una iniciativa cultural patrocinada por la Direcci¨®n General de Correos y Comunicaciones, que habr¨ªa subvencionado a los an¨®nimos artistas para conmemorar el primer centenario del contrarreembolso o el a?o internacional filat¨¦lico.
Una segunda opci¨®n asegura que se trata de un cambio de imagen, una operaci¨®n de maquillaje que pretende disimular la podredumbre instalada en el seno de algunos edificios institucionales. Una operaci¨®n cosm¨¦tica para tapar las grietas ¨¦ticas y salvar, ya que no la cara, al menos la fachada de instituciones gravemente da?adas por los residuos t¨®xicos de la corrupci¨®n. Una maniobra pueril y desesperada para salvar las apariencias.
La tercera hip¨®tesis, terrible y fant¨¢stica, especula con la posibilidad de que lonas y andamiajes no sean m¨¢s que una tapadera, un tel¨®n tras el cual afanosos insectos hacen horas extraordinarias para llevarse hasta las piedras de los edificios secuestrados. Cuando se levante el tel¨®n aparecer¨¢n ante los ojos de los madrile?os inmensos socavones alrededor de la Cibeles. El Banco de Espa?a y Correos habr¨¢n sido arrancados de cuajo como muelas cariadas en un proceso de sofisticada odontolog¨ªa financiera. Extra¨ªdos de las enc¨ªas doloridas de la urbe por corruptos y ambiciosos sacamuelas para pagar, piedra sobre piedra, las deudas contra¨ªdas durante su gesti¨®n al frente de tan maltratados organismos.
Nunca la ciudad habr¨¢ contemplado un expolio semejante; aunque es posible que sus habitantes no se sorprendan demasiado, est¨¢n acostumbrados a ser testigos de robos y agresiones constantes. Barrios enteros desaparecieron un d¨ªa, de la noche a la ma?ana, de la faz de la ciudad y en su lugar aparecieron flamantes centros comerciales; plazas amanecieron transmutadas en aparcamientos, zonas verdes vieron brotar en espont¨¢nea floraci¨®n bloques y bloques de viviendas y oficinas. A Madrid le han robado muchas veces el suelo y el subsuelo. Incluso el cielo. Hace a?os que la diosa, Cibeles da la espalda a las espurias torres de Valencia que usurpan el cielo que asomaba por los arcos de la puerta de Alcal¨¢, bab¨¦licas construcciones que permanecen impert¨¦rritas sin que una cobertura de lonas y andamios permita a los madrile?os albergar la esperanzadora sospecha de que alguien quiera robarlas y llev¨¢rselas de all¨ª terminando con d¨¦cadas de ignominiosa okupaci¨®n.
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