El remedio la enfermedad
"A m¨ª me parece que la salud de una sociedad y de un Estado no pasa de ser un dibujo ideal... Se trata de saber si una sociedad tiene la suficiente robustez, energ¨ªa y dominio de si para conllevar plagas y llagas a veces horrendas. Por ah¨ª estamos viendo sociedades que est¨¢n a la cabeza de la civilizaci¨®n universal, riqu¨ªsimas, poderosas, inventoras, rectoras de la vida del mundo, en las que ocurren cosas que si ocurriesen en nuestro pa¨ªs desaparecer¨ªamos en cuarenta y ocho horas porque no podr¨ªamos resistirlas; no tenemos armaz¨®n bastante fuerte ni vitalidad bastante para resistir tales enfermedades y plagas. En Espa?a, donde tambi¨¦n tenemos una semejanza de esas enfermedades, se trata de saber no si proceden operaciones quir¨²rgicas o tratamientos excepcionales, sino si el cuerpo y el esp¨ªritu de la sociedad espa?ola est¨¢n todav¨ªa con bastante aliento y robustez para dominar esas dolencias" .Quiz¨¢ la lectura de estas reflexiones de Manuel Aza?a sirvieran hoy a algunos de nuestros pol¨ªticos y libelistas, y notablemente a aquellos que se alzan impetuosos en nombre de la alternativa democr¨¢tica, para una meditaci¨®n sin tumulto sobre el actual momento pol¨ªtico espa?ol. En 1934, Aza?a se preguntaba escuetamente si en la Espa?a de su tiempo, afligida por graves enfermedades sociales, no resultar¨ªa peor el remedio que la enfermedad. La historia se encarg¨® poco tiempo despu¨¦s de dar respuesta a la interrogante. Ahora que la derecha espa?ola, que nos ense?¨® a odiar y a abominar de don Manuel como del mismo diablo, pretende apoderarse de su herencia pol¨ªtica y de su imagen de intelectual rebelde, bien merece la pena recomendar a sus mentores que acudan a las fuentes y no a recopilaciones o antolog¨ªas m¨¢s o menos interesadas. Para que aprendan las lecciones posibles si verdaderamente quieren aplicarse.
Desde luego, no existe ninguna duda de que nuestro pa¨ªs sufre hoy llagas y plagas, por utilizar la terminolog¨ªa aza?ista, de una gravedad considerable. Enumerarlas a estas alturas parece superfluo, aunque no es in¨²til se?alar la confusi¨®n de algunos diagn¨®sticos que incitan a pensar que toda conducta dolosa, o moralmente reprobable en el terreno econ¨®mico, debe ser tildada de corrupci¨®n. ?sta supone estrictamente la confusi¨®n entre los intereses p¨²blicos y privados por parte de quien gestiona aqu¨¦llos. No se agota en ella el cat¨¢logo de delitos, pero es acerca de este punto sobre el que las instituciones democr¨¢ticas, y no s¨®lo los jueces, deben velar estrechamente. La mejor forma de hacerlo es, en efecto, investigando y concretando los casos en los que se haya producido. Algo as¨ª tratar¨ªa de llevar a cabo nuestro Parlamento, aunque es dudoso que el m¨¦todo utilizado sea el m¨¢s certero. Las comisiones de investigaci¨®n se han convertido en verdaderos circos electoreros donde la fatua flatulencia de algunos diputados parece importar m¨¢s que el descubrimiento de los hechos y el respeto a la seguridad jur¨ªdica de los ciudadanos.
Pero la cuesti¨®n primordial sigue siendo la enunciada al principio: primero, averiguar y diagnosticar la dolencia del pa¨ªs para establecer su remedio. Luego, determinar si ¨¦ste no ser¨¢ de tal categor¨ªa que su aplicaci¨®n pueda acabar fulminantemente con la vida del enfermo.
No parece que ¨¦sta sea la direcci¨®n en la que nuestros dirigentes pol¨ªticos se mueven. El partido socialista y su Gobierno tienen una tendencia inveterada a la negaci¨®n de las propias dificultades. Durante lustros, han venido evitando el m¨¢s m¨ªnimo reconocimiento de algo que supusiera la existencia de errores, fraudes o enga?os en su comportamiento. En nombre de la unidad del partido se ha evitado la aplicaci¨®n de correctivos que pudieran originar v¨ªctimas y, por ende, escisiones en las filas del poder. La sensaci¨®n de impunidad fue as¨ª creciendo al ritmo y a la par que lo hac¨ªa en la propia sociedad espa?ola, acostumbrada a ver ladrones de miles de millones de pesetas que, lejos de ser perseguidos, eran encumbrados, adulados y lisonjeados por el poder pol¨ªtico y el de la inteligencia. De modo que, cuando los esc¨¢ndalos estallaron, la reacci¨®n fue siempre la misma en el Gobierno: perplejidad, sorpresa, ignorancia. Nadie sab¨ªa nada de Filesa, de Ibercorp, de Rold¨¢n, de Rubio...
Pero, en cambio, oh cielos, los populares lo sab¨ªan todo (todo menos lo que a ellos afectaba, como el caso Naseiro o el del alcalde de Burgos, o lo sucedido en Cantabria). Y sus sabuesos, que gritan y gesticulan en el Congreso, convirti¨¦ndolo en la caricatura de una asamblea estudiantil, y coreados incluso por las tribunas del p¨²blico, reclaman para s¨ª el honor y la gloria de la limpieza moral, sobre cuyas definiciones albergan tan pocas dudas que los esp¨ªritus cartesianos no tienen m¨¢s remedio que echarse a temblar. En nombre de la Verdad, y de la Pureza, este pa¨ªs arrastra una memoria de atrocidades lo suficientemente larga como para andarse, todav¨ªa, con cuidado. Aquellos que denuncian a nuestro actual Estado democr¨¢tico y al largo periodo de gobernaci¨®n socialista tild¨¢ndolos como un "Estado de corrupci¨®n", generalizando los casos que se han dado y arrojando sombras de ilegitimidad sobre el poder son, desde luego, coherentes con la tradici¨®n de inquisidores que los espa?oles tenemos bien ganada.
Los socialistas llegaron al Gobierno hace 12 a?os enarbolando las banderas del regeneracionismo moral y la modernizaci¨®n de Espa?a. Ambas cosas pasaban por la consolidaci¨®n del r¨¦gimen democr¨¢tico y la inserci¨®n del pa¨ªs en las instituciones y organizaciones europeas. Pero, adem¨¢s, ten¨ªan que llevar a cabo su tarea en medio de un ambiente enrarecido por el golpe militar de febrero de 1981. Durante los 12 a?os que han transcurrido desde su acceso al poder, muchas cosas han mejorado, entre otras, y de forma considerable, la renta per c¨¢pita y la pacificaci¨®n de los esp¨ªritus golpistas en el seno de las Fuerzas Armadas. Pero su incapacidad para hacer frente a los estragos de la actual crisis econ¨®mica y su ausencia de objetivos, una vez que el proyecto europeo de Mastrique naufrag¨®, les situ¨® frente a una probable derrota electoral en los comicios de hace un a?o. S¨®lo el capital pol¨ªtico personal de Felipe Gonz¨¢lez pudo evitar el desastre. Tambi¨¦n ayud¨® el miedo de amplios sectores de la sociedad a entregar el poder a una derecha que sospechaban demasiado afincada en las nostalgias del pasado. No se hablaba del retorno de la dictadura, sino del p¨¢nico al oscurantismo. La concepci¨®n castiza de lo espa?ol que algunos dirigentes del Partido Popular practican es indicativa de que estos temores no resultaban del todo infundados.
Felipe Gonz¨¢lez maneja como nadie el tiempo en pol¨ªtica. Sabe que la durabilidad es, por s¨ª misma, un factor de fortalecimiento. Pero el equipo gobernante acusa hoy, como los aviones con excesivas horas de vuelo, signos de fatiga estructural. De ah¨ª que no se entienda la impaciencia crispada con la que Aznar pretende echarle, casi a patadas, del poder. Bastar¨ªa con esperar un poco para que las cosas sucedieran de forma casi natural. Sin duda piensa que el descabezamiento del PSOE es la mejor garant¨ªa de una pr¨®xima victoria de los populares. Pero su estrategia de acoso y derribo -que en gran medida recuerda a la que practicaron los socialistas contra Adolfo Su¨¢rez en el oto?o de 1980- parece no tener l¨ªmites. Aunque formalmente Aznar reclama la dimisi¨®n del presidente del Gobierno y su sustituci¨®n por otro primer ministro socialista, su partido y la prensa af¨ªn han puesto en pr¨¢ctica una pol¨ªtica de tierra calcinada destinada a no dejarle ninguna salida al PSOE: se ha decretado la caza y captura del presidente y todos sus delfines. Primero fue Solchaga, ahora es Serra, dentro de poco les tocar¨¢ el turno a Solana y Borrell. Mediante este m¨¦todo, la debilidad de Gonz¨¢lez ante la opini¨®n p¨²blica es multiplicada por su p¨¦rdida de influencia en el partido, s¨®lo semanas despu¨¦s del congreso en que hab¨ªan triunfado los "renovadores".
El ensimismamiento del Gobierno y la hostilidad abrupta de los populares est¨¢n llevando a este pa¨ªs a una bipolarizaci¨®n peligrosa y preocupante. Desaparecido el partido del centro, los nacionalistas vascos y catalanes desempe?an hoy un papel de moderaci¨®n y criterio que es preciso valorar. El Gobierno parece un boxeador sonado, todav¨ªa en posesi¨®n de enormes facultades, dispuesto a pegar a cualquiera que se le cruce en su camino, por si acaso le apean del ring. La oposici¨®n, preocupada de que la recuperaci¨®n econ¨®mica suponga en el futuro un bal¨®n de ox¨ªgeno para los socialistas, extrema su vocinglera cr¨ªtica, jaleada por los cronistas. A veces, en el Parlamento, se comportan casi como la partida de la porra.
Han pasado seis d¨¦cadas desde que Aza?a pusiera en guardia sobre las capacidades de nuestro pa¨ªs para recibir un tratamiento de choque que le sane de sus enfermedades. Nuestro cuerpo social est¨¢ m¨¢s robustecido y es m¨¢s fuerte que entonces. De modo que es probable que el remedio, por fuerte que sea, no acabe matando al enfermo. Pero tambi¨¦n es seguro que antes de poner en pr¨¢ctica ninguna soluci¨®n hay que bajar la temperatura del paciente y reducir la sintomatolog¨ªa de sus dolencias. Espa?a no puede prosperar en medio de una crispaci¨®n como esta a la que ha estado sometida en los dos ¨²ltimos meses. Y todav¨ªa nos falta una campa?a electoral, que se anuncia virulenta, y un per¨ªodo a¨²n m¨¢s dif¨ªcil, despu¨¦s de los comicios europeos de junio, cuyos resultados van a ser pretexto o motivo de una agudizaci¨®n de la crisis pol¨ªtica. La ¨²nica medicina posible, la ¨²nica prevista en los manuales, y la ¨²nica felizmente inevitable para una situaci¨®n semejante, acabar¨¢n siendo las elecciones generales. La desesperaci¨®n con que el Partido Popular trata de adelantarlas s¨®lo es comparable a los intentos del Gobierno de durar casi a cualquier precio. Ni unos ni otros tienen derecho a seguir someti¨¦ndonos a este r¨¦gimen de ducha escocesa, que los aprovechados, o los tontos, utilizan para desprestigiar al r¨¦gimen democr¨¢tico, ni tan arraigado ni tan s¨®lido como quisi¨¦ramos. Un pacto razonado y p¨²blico sobre la fecha de convocatoria de esas elecciones podr¨ªa quiz¨¢ devolver a la paciente Espa?a un poco de tranquilidad y sosiego. De otra forma, la situaci¨®n puede llegar a deteriorarse tanto que si Aznar llega a ocupar La Moncloa no encontrar¨ªa m¨¢s que la cosecha de su propia siembra: un pa¨ªs desmoralizado, una clase pol¨ªtica desacreditada, unos medios de comunicaci¨®n despe?ados por la v¨ªa de la demagogia y el populismo y una oposici¨®n socialista radicalizada. Tirar por la borda dos lustros de estabilidad pol¨ªtica y de crecimiento econ¨®mico no es la mejor manera de preparamos para ninguna alternativa de gobiemo.
Manuel Aza?a. Grandezas y miserias de la pol¨ªtica. Conferencia en la sociedad El Sitio. Bilbao, 1934.
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