"Nos vemos en la gorda"
Desde que Fernando Botero regal¨® a Medell¨ªn una escultura que representa a una de sus se?oras gruesas, los habitantes de esta ciudad colombiana tienen m¨¢s claro el lugar de sus citas:-?Nos vemos en 'la gorda'?, se dicen, y ah¨ª se encuentran un poco m¨¢s tarde. En Madrid ya pasa algo parecido, y si alguna vez se quedaran aqu¨ª todas las esculturas que en este momento sirven de punto de encuentro de los madrile?os cansados o transe¨²ntes habr¨ªa lugar de citas para muchos prop¨®sitos. El escultor, que estuvo aqu¨ª esta semana, cree improbable que las esculturas se queden en Madrid, a no ser que alg¨²n patrocinador potente ponga el dinero, "porque esto no lo puede pagar el p¨²blico", pero el propio Botero est¨¢ tan sorprendido -y emocionado: esto es verdad- por la acogida del p¨²blico que pregunta a sus amigos: ?Y t¨² d¨®nde las pondr¨ªas, si se quedan aqu¨ª? Le contestan de todo. Unos le dicen que est¨¢n bien donde se hallan hoy, otros le sugieren el parque del Retiro -"pero no, seguro que ese parque quieren que siga siendo del siglo XIX"- y la mayor¨ªa no sabe qu¨¦ decirle y le pregunta con qu¨¦ escultura cree que deber¨ªa quedarse Madrid. El no se pronuncia, pero advierte que la que va a regalar no es sino consecuencia de su gratitud a la ciudad que ahora pasea para ver su obra. No regal¨® ninguna a Nueva York ni a Par¨ªs ni dej¨® nada en Chicago, pero cuando le vi este jueves en Madrid me dio la impresi¨®n d¨¦ que dejar aqu¨ª una de sus figuras gordas ser¨ªa la ilusi¨®n de su vida en este instante.
No es ajeno a las pol¨¦micas que su obra ha desatado. ?Es notorio porque detr¨¢s hay grandes conspiraciones manteniendo su obra? Cuando somos colombianos, dice, esa es una munici¨®n f¨¢cil. ?Y por qu¨¦ invadir las calles, si hubieran estado bien en otro sitio menos agitado que en Recoletos? No las hubiera puesto ni en la Moraleja ni en el parque del Oeste, "porque el arte tiene que salir al encuentro de la gente, e incluso molestar, si es preciso, para hacerse evidente y necesario". Pas¨® en Tenerife, donde hace 20 a?os se organiz¨® la primera exposici¨®n internacional de escultura, en la calle que atrajo obras de personajes como Henry Moore, Joan Mir¨®, Oscar Dom¨ªnguez, C¨¦sar, Jos¨¦ Abad, Mart¨ªn Chirino o Pablo Serrano. (Por cierto: ayer se abri¨® en Zaragoza el museo Serrano, el gran olvidado Serrano, el Aranguren del pan, el Unamuno de la escultura. Que no se desate en su alrededor el ruido que merece s¨®lo certifica la raz¨®n del escepticismo de este aragon¨¦s humilde, escultor para la calle a quien ha olvidado su pa¨ªs hasta que Arag¨®n le ha dicho vuelve).
Botero dice que ha querido traer la escultura a la calle para confundir los modos antiguos de la ciudad y para hacer posible que un d¨ªa haya un hueco sobre cuyo origen se pregunte la gente: ?Y qu¨¦ hab¨ªa aqu¨ª antes? Se ir¨¢n en agosto y, si se quedara una, Botero preferir¨ªa que fuera "la que se vea mejor".
Demasiadas gordas. Demasiados gordos. Para Botero, haber llegado a esa demas¨ªa es consecuencia de una convicci¨®n: durante muchos a?os el arte parec¨ªa despose¨ªdo del volumen como manera del entendimiento; la gran revoluci¨®n se produjo en el Quatrocento, y ahora es posible la magia de ver espacio y volumen en lo que fue plano. Es la exaltaci¨®n de la irrealidad, el encuentro entre la realidad y la imaginaci¨®n de lo imposible. ?Y qu¨¦ tienen dentro? "Nada, como es natural. O al menos s¨®lo hay un concepto: el nacimiento del volumen". ?Y qu¨¦ obsesiones acompa?an al volumen? "Mis obsesiones hoy se centran en una sola: seguir estando obsesionado".
La escultura y su correlato, estas acciones p¨²blicas que le convierten en un conductor del tr¨¢fico y de la sensibilidad urbanas, le han hecho un hombre famoso, al que le piden aut¨®grafos y fotos al pie de las esculturas. La fama viene bien, dice, porque si un artista no es famoso es probable que sus obras queden para cubrir vidrios rotos. "Es importante tener ¨¦xito porque genera el entusiasmo necesario para seguir creando. Trabajar en el vac¨ªo ser¨ªa una cosa terrible".
Nunca osar¨ªa, tal como es, suponer que los dem¨¢s le tomen como punto de referencia, porque es verdad que es t¨ªmido, en apariencia y en intimidad, al menos; parece siempre sorprendido de ser amado y odiado, y su perplejidad se parece a la reacci¨®n que tienen los ni?os cuando les alaban o les quitan los juguetes. Le gusta que la gente quede para verse "en la gorda" y da toda la impresi¨®n de que le encantar¨ªa que un d¨ªa del futuro un chico de Madrid -o de cualquier sitio- le diga a su enamorada, o viceversa:
. -?Qu¨¦? ?Nos vemos en la gorda?
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