Pisando el c¨¦sped
En el intento por hacer comprender a sus compatriotas de qu¨¦ se trata, algunos medios norteamericanos han comparado el f¨²tbol al jazz. Dicen que en el f¨²tbol casi todo es improvisaci¨®n, a diferencia de la minuciosa diagramaci¨®n que gu¨ªa al football norteamericano. Los promotores de esta analog¨ªa suelen ser simpatizantes del f¨²tbol. Los detractores alegan, por el contrario, que el f¨²tbol es comparable a un ballet. Un interminable paso de danza que no se resuelve, o no se resuelve casi nunca. Bajo esta tesis, como los americanos buscan satisfacciones inmediatas y resultados pr¨®digos, el f¨²tbol no estar¨¢ nunca entre sus pasiones. Efectivamente, el baseball, siendo premioso y m¨ªsero en resultados, gusta en Estados Unidos, pero ¨¦sta es otra cuesti¨®n.En la semi¨®tica del juego, el baseball reproduce el esp¨ªritu del primitivo colono norteamericano. El trabajador solitario, de pie y con gorra, tratando de batir con una r¨²stica herramienta los obst¨¢culos de la frontera. Cuanto m¨¢s lejos llega la bola, m¨¢s alcanza el beneficio. Se logra el provecho en funci¨®n de las distancias y los polvorientos botines de las carreras. Entre el pitcher y el catcher, el que lanza la bola y el que debe recogerla, el grupo que forman pitcher, batter y catcher es un tr¨ªo premoderno. El baseball es un juego arcano. Una ocupaci¨®n tenaz. Los japoneses lo adoptaron con entusiasmo hace a?os por la proximidad a su alma ancestral, pero ahora est¨¢n empezando a abandonarlo y a abrazar el f¨²tbol. En un reciente estudio sobre su creciente atenci¨®n por el f¨²tbol, algunos aficionados japoneses declaran que el baseball les dejaba demasiados momentos para meditar sobre sus vidas.
Los norteamericanos cuentan, sin embargo, con otro deporte nacional, el football, que constituye el reverso del baseball y es, con su auge en los a?os ochenta y noventa, el nuevo rostro del pa¨ªs. De hecho, un norteamericano encuentra problemas para explicar su afici¨®n por el baseball, pero se desenvuelve con comodidad al exponer su adicci¨®n al football El basetball americano es a la vanguardia tecnol¨®gica de la naci¨®n lo que el baseball al pasado agr¨ªcola. Su football es hightech, lo m¨¢s avanzado en la conjunci¨®n del deporte colectivo con la electr¨®nica. No s¨®lo las jugadas conflictivas las resuelve el monitor o los entrenadores se comunican con los quarterbacks mediante radios de alta fidelidad, cada logro o defecto es computado rizado, cada jugada se guarda programada en el software. El atuendo mismo de los jugadores, donde se ensayan materiales de la NASA o dise?os de robocop, denota el cibersentido del juego. El baseball es a la roturaci¨®n del campo lo que el football a la ciencia-ficci¨®n. Personajes de 1880, vestidos de ¨¦poca, saltan al campo en los espacios sembrados del baseball, mientras en otras partes, a veces encerrados en c¨¢psulas de gigantescos palacios de deportes, se despliegan los terminators del football. En medio de esta disyuntiva norteamericana llega el soccer.
El soccer, o el f¨²tbol-f¨²tbol, es un deporte de los m¨¢s a?ejos, con una intensidad reciclada desde el medievo. Lo que llega a Estados Unidos no es un deporte m¨¢s, sino un fen¨®meno contagioso que congrega ya a toda la humanidad no norteamericana. El f¨²tbol, m¨¢s que un jazz; o un ballet, es el rock multitunario de Lollapalooza. Cualquier empresario del espect¨¢culo estar¨ªa interesado en un art¨ªculo de esta clase. Tiene las condiciones de la tensi¨®n moderna, el ambiente del speed, las vibraciones de la danza, el color de los disfraces promiscuos y el de los sacerdotes. El f¨²tbol se juega sin los respiros benevolentes que conceden otros deportes. Las oscilaciones en el juego se relacionan con la fatiga de jugadores que apenas cuentan con sustitutos en el banquillo. El f¨²tbol, adem¨¢s, es el desnudo. Se juega cuerpo a cuerpo, en colisiones para las que no existen las ortopedias protectoras del football americano. El f¨²tbol es inesperado, rockero, crom¨¢tico, duro. La estela de delincuencia con la que el f¨²tbol llega a Estados Unidos, desde la coca hasta los muertos de su historia reciente, incrementa su atracci¨®n fatal. El f¨²tbol es temido. Todos los periodistas han de acreditar en Estados Unidos que no han sido antes criminales.
En Estados Unidos siguen vendiendo cerveza en los estadios y no existen empalizadas para contener a las juventudes que, sin embargo, beben. La mayor parte del p¨²blico pasa serenamente el tiempo mientras el peso fren¨¦tico de la animaci¨®n se encarga a las cheerleaders. El juego es entertainment. No existen apenas peregrinaciones tras los equipos ni grandes alharacas en las ciudades.
Puede ser que el f¨²tbol mundial consuma este mes de estancia en Estados Unidos sin conseguir todav¨ªa convertir a la ciudadan¨ªa en aficionados. Una cosa, sin embargo, es indudable por contraste. Visto desde aqu¨ª, desde Chicago o Pasadena, el f¨²tbol, por encima de las tecnolog¨ªas y las plantaciones deportivas aut¨®ctonas, es una invenci¨®n cool. Un alto producto sexy. Tarde o temprano, Hollywood acabar¨¢ pisando el c¨¦sped.
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