San Sebasti¨¢n de los Reyes manda 40 toneladas de ayuda a Mostar
Cerca de cuarenta toneladas de alimentos, zapatos, juguetes y otras mercanc¨ªas recogidas durante m¨¢s de dos meses en San Sebasti¨¢n de los Reyes (55.000 habitantes) empezaron a almacenarse en varios locales del sector musulm¨¢n de Mostar, capital de Bosnia Herzegovina.Atr¨¢s quedaba una aut¨¦ntica paliza de m¨¢s de 2.500 kil¨®metros recorridos hasta la ciudad italiana de Ancona en tres d¨ªas, una noche de transbordador a Split y la tensi¨®n provocada por la incertidumbre de desconocer la reacci¨®n que el paso del convoy provocar¨ªa en los muchos controles bosnio-croatas que hay que atravesar hasta llegar a Mostar.
La organizaci¨®n no gubernamental Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad (MPDL) era la encargada de conseguir los permisos necesarios para que los tres camiones de 13.000 kilogramos, con dos conductores cada uno, pudiesen franquear las barreras.
Pero los inconvenientes comenzaron en Italia. A menos de media hora para que el transbordador comenzara a cruzar el Adri¨¢tico, la polic¨ªa decidi¨® registrar los veh¨ªculos. "La habilidad negociadora" de F¨¦lix Ag¨¹¨ª, uno de los polic¨ªas locales de San Sebasti¨¢n, que mostr¨® su identificaci¨®n a un colega italiano, evit¨® la operaci¨®n.
Preludio
Era el preludio de lo que pod¨ªa ocurrir en Split, donde la expedici¨®n espa?ola llegaba un d¨ªa antes de lo previsto. Las furgonetas pasaban sin problemas. Dos de los camiones alquilados a la empresa.Ocsa carec¨ªan de la carta verde y eran retenidos en el puerto.Siete de los 14 integrantes del convoy tuvieron que darse la Vuelta porque no ten¨ªan los permisos oportunos.
S¨®lo contin¨²an adelante los tres camiones. En Mostar, las labores de descarga del veh¨ªculo se hacen sin prisas, pero sin pausa. Los ni?os, entretanto, atosigan a los espa?oles pidi¨¦ndoles caramelos y bol¨ªgrafos, chapurreando palabras en castellano a la vez que se encaraman a los estribos de los camiones. Frente al almac¨¦n, controlado por la Armija (ej¨¦rcito bosnio-musulm¨¢n), unas vallas esconden el destacamento de los cascos azules espa?oles.
Descargado el material y con ¨¦l la tensi¨®n, una relativa tranquilidad se instala en las caras de los improvisados camioneros -ninguno de ellos conduce veh¨ªculos pesados habitualmente-, que observan desde la altura las dos caras de la ciudad situada en la cuenca del Neretva.
Sara, conductora de uno de los camiones, muestra su satisfacci¨®n por haber podido llegar. "Lo importante es aportar nuestro granito para ayudar a mitigar las penurias de la poblaci¨®n", dice Esteban, otro de los conductores.
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