Vidas ejemplares
Veo en los peri¨®dicos el anuncio de una publicaci¨®n nueva que, al m¨®dico precio de 200 pesetas, saca cada semana una biograf¨ªa. La revistilla se llama Populares Espa?oles Fin de Siglo, y las tres primeras entregas ofrecen este enjudioso contenido: n¨²mero 1, Luis Rold¨¢n; n¨²mero 2, Ruiz-Mateos, y n¨²mero 3, la pobre Roc¨ªo Jurado, perdida en mitad de ese revoltillo de p¨ªcaros y milagreros.Seg¨²n el Mar¨ªa Moliner, el adjetivo popular "se aplica a la persona que tiene muchos partidarios, admiradores o simpatizantes entre el pueblo". Y me temo que la revista no se equivoca demasiado en su apreciaci¨®n de qui¨¦nes son los ¨ªdolos del momento. Si Luis Rold¨¢n se paseara ma?ana por el centro de cualquier ciudad espa?ola seguro que no paraba de firmar aut¨®grafos. "Le hemos visto en la tele", le dir¨ªan embelesados y sonrientes. Porque cuando la gente se acerca a un famoso se le suele poner una sonrisa boba, un embeleso ciego, como de enamorado. Y es que hay una suerte de enamoramiento, un admirado espasmo de emoci¨®n ante cualquiera que haya conseguido sobresalir, sea cual sea la causa, de entre la confusi¨®n y el caos de im¨¢genes que nos rodea.
Hace a?os, la sociedad ten¨ªa sus mitos, sus modelos: reyes y escritores, pol¨ªticos barbudos, artistas y toreros. Personajes todos a los que se admiraba porque representaban ciertas virtudes p¨²blicas: el valor, la mesura, la honestidad, la sabidur¨ªa. Puede que esos prohombres fueran luego en realidad unos miserables (somos tan poquita cosa los humanos), pero eso la gente no lo sab¨ªa. Era una sociedad m¨¢s normatizada; un mundo estructurado, para mal y para bien, en torno a unos valores que, aunque cambiaban constantemente, se empe?aban por entonces en creer eternos.
Total, que antes se admiraba lo que alguien simbolizaba, no el hecho de que fuera conocido. Pero hoy la gente se prende de las im¨¢genes, de unos rasgos sin contenido que se clavan en la retina, por repetici¨®n abrumadora, en medio de una catarata de est¨ªmulos. De todos es sabido que hoy lo importante es salir en la tele, simplemente aparecer, estar all¨ª. Y tanto da ' que digas las palabras m¨¢s sabias jam¨¢s o¨ªdas como que te comportes lo mismo que un pollino. Ya he citado alguna vez esa preciosa an¨¦cdota de Empar Pineda, veterana militante del movimiento homosexual. Sali¨® en un debate televisivo y se pas¨® dos horas hablando a favor del lesbianismo. Al d¨ªa siguiente, en su pueblo natal, una amiga escuch¨® esta conversaci¨®n, mantenida en un autob¨²s entre dos vecinas ya maduras: ?Viste anoche el programa de debate? ?Viste a la chica del pelo rizado?. "?Cu¨¢l, la de la chaqueta de cuadritos peque?os?". "S¨ª, ¨¦sa". "?La que hablaba tan clarito, tan clarito?". "Esa, esa. Pues ¨¦sa es de aqu¨ª, es la Amparito, es la hija de Fulano". "?Qu¨¦ me dices, la Amparito, no la hab¨ªa reconocido! Pues estuvo muy bien. ?Y qu¨¦ ha sido de ella, se ha casado?".
Hoy importa tan poco lo que uno es que suceden cosas tan espeluznantes como que Tonia Harding, aquella patinadora estadounidense que estuvo implicada hace unos meses en el ataque a una competidora, haya firmado a consecuencia de ello acuerdos comerciales para contar su historia mucho m¨¢s sustanciosos que todo el dinero que gan¨® durante toda su vida como patinadora estrella de su pa¨ªs. O sea, contrate usted a un mat¨®n para que le rompa la rodilla a una rival y l¨¢brese un futuro de ¨¦xito y prestigio. Anta?o, los libros de biograf¨ªas sol¨ªan ser de vidas ejemplares, santitas v¨ªrgenes y m¨¢rtires, caudillos que lanzaban el pu?al al enemigo para que degollaran a su propio hijo (lo cual, hay que reconocerlo, tambi¨¦n tiene bemoles), pero hoy por lo que se ve la ejemplaridad reside en un hortera que roba y que miente como un bellaco y en un iluminado que se viste de superman de cuando en cuando. No es de extra?ar que estemos como estamos.
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