La celebrac¨ª¨®n
Una de las cosas m¨¢s reveladoras del car¨¢cter y personalidad de un jugador (y de su equipo, por extensi¨®n) es su forma de gritar y celebrar un gol. Bien es verdad que en un Mundial casi todo invita al as paviento y nos puede quedar la duda de si el goleador ser¨¢ siempre as¨ª -un histri¨®n o un fan¨¢tico- o si la-trascendencia de la oportunidad le ha desinhibido las dotes esc¨¦nicas. Y tampoco debe juzgarse de la misma manera la celebraci¨®n de un gol brasile?o, alem¨¢n o italiano que la de uno, conseguido por Nigeria o Corea, para las que ya es un milagro poder participar. (Que el ex ministro Oliart o el mat¨®n Matanzo se hubieran puesto a brincar por las calles cuando les toc¨® la loter¨ªa no habr¨ªa, sido de recibo; s¨ª en el caso de casi cualquier otro mortal).El jugador m¨¢s elegante y sobrio a la hora de marcar goles fue curiosamente un colchonero, G¨¢rate que no los celebraba: no s¨®lo no hac¨ªa cortes de manga ni daba pu?etazos al aire ni hu¨ªa como un poseso por todo el campo, sino que ni siquiera alzaba los brazos, lo cual es el gesto m¨ªnimo que el contacto del bal¨®n con la red pide al que lo ha logrado, como sabe todo el que ha jugado al f¨²tbol alguna vez. G¨¢rate no humillaba al rival con su exaltaci¨®n, m¨¢s bien parec¨ªa pedirle disculpas por el disgusto dado y por hacerle perder la prima. De los actuales, quiz¨¢ es Butrague?o el menos ofensivo en su alegr¨ªa: se limita, a dar un saltito infantil y a ser aplastado luego por sus compa?eros m¨¢s pesados. Pero tambi¨¦n hay celebraciones memorables por su histeria: Michel tras su tercer gol a Corea hace cuatro a?os, cuando todos supimos (?para cu¨¢ndo micr¨®fonos e int¨¦rpretes?) que gritaba: "?Me lo merezco!", cosa bien original teniendo en cuenta que el m¨¦rito era s¨®lo suyo indudablemente. O bien la imagen de Tardelli en la final de Madrid, corriendo como un salvaje y agitando el pu?o, la m¨¢s emblem¨¢tica de aquel Mundial. En el de ahora, las efusiones no son excesivas a¨²n: nada de muy mal gusto, como trepar a las verjas y sacudirlas simiesca-mente, o hacer la pat¨¦tica avioneta en la que, incurre Romario a veces, ni penosos gestos toreros como los del deportivista Claudio. Pero estamos en la primera fase, cuando los goles no son tan vitales. En todo caso, ya ha habido dos buenas im¨¢genes disparatadas: el nigeriano Yekini entonando c¨¢nticos con los brazos a trav¨¦s de la red que acababa de perforar, como si fuera un preso anhelando la libertad m¨¢s all¨¢ de las rejas (como nos descuidemos, Benetton nos har¨¢ un anuncio con eso). La segunda ha sido la de Maradona tras su gol a Grecia: corri¨® como un loco furioso hacia la banda, 0 m¨¢s bien -sentido de la orientaci¨®n- hacia una c¨¢mara que lo vio venir. con su piel tostada y su pendiente en la oreja izquierda como si fuera un pirata en pleno abordaje. Tras ¨¦l corr¨ªan sonrientes Chamot, Simeone, Redondo, sonre¨ªan los comp?aeros. ?l no , parec¨ªa llevar un sable entre los dientes, casi dio un cabezazo de ira a la c¨¢mara. ?Por qu¨¦ se lo tomaba as¨ª quien ha sido el mejor jugador del mundo y ha metido goles de todos los colores en equipos campeones? Seguramente era su despedida, tras haber sido detenido, encarcelado, vilipendiado, cuestionado, esquilmado y engordado. Era la exaltaci¨®n de un hombre agobiado que ya est¨¢ y¨¦ndose. Quiz¨¢ sea s¨®lo eso: que los que se marchan acaban pareci¨¦ndose mucho a los principiantes, justamente a aquellos que vienen a quitarles el sitio.
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