Estrofa al viento
Aquietada ya la primera conmoci¨®n generada por Rubios, Roldanes y dem¨¢s carnaza -como en l¨²cida autodenominaci¨®n manifestaba la se?ora Preysler-, el intento por establecer los l¨ªmites de la reflexi¨®n pol¨ªtica al uso desvela enseguida una interesada carencia. Tirios y troyanos se enzarzan hoy en turbias recriminaciones que pronto hast¨ªan a cuantos saben o sospechan de esos decisivos silencios apostados tras cada mil palabras. Todos, sin embargo, se cuidan mucho de llevar sus rec¨ªprocas acusaciones al terrreno de la abstracci¨®n, o sea, al de la ponderaci¨®n descarnada y sincera -sin nombres al fin- sobre la propia y ajena legitimidad.?Se vocifera ahora sobre la "corrupci¨®n"? ?Donosa novedad en Espa?a! Mil, cien mil Roldanes, Rubios, Hormaecheas, Naseiros... no igualan ni un solo d¨ªa de pleno rendimiento de la maquinaria franquista que permiti¨® crear o consolidar las grandes fortunas de este pa¨ªs. Cu¨¦ntense desde los dineros amasados por la Iglesia, en tiempos del negocio de la ense?anza, hasta el flagelo de la emigraci¨®n del agro a las ciudades y la Europa rica; desde la especulaci¨®n inmisericorde e impune en todos los ¨¢mbitos de la vida econ¨®mica hasta la explotaci¨®n -en vetusto vocablo cuyo uso parece avergonzar hoy- de masas de trabajadores carentes de todo derecho. A la postre, ?qu¨¦ ha sido el franquismo, pol¨ªtica y jur¨ªdicamente hablando, sino un crimen cotidiano de estafa y embrutecimiento de los m¨¢s a favor de quienes lo sustentaban y confund¨ªan con sus intereses y valores? En materia de corrupci¨®n, la sociedad espa?ola est¨¢ ya al cabo de la calle. De la avenida m¨¢s bien: de una v¨ªa regia hecha de obscenidad, picaresca, rapi?a e iniquidad p¨²blica. No hace mucho, el zoco euroc¨¦ntrico se sonre¨ªa ante los miles de zapatos de Imelda Marcos y aplaud¨ªa semiburl¨®n la expropiaci¨®n de aquella ajada Cenicienta. Claro est¨¢: los verdaderos zapatos no eran los de Manila ni se encontraban all¨ª. As¨ª que la terrible l¨®gica de las analog¨ªas nos lleva a esta pregunta: ?por qu¨¦ la fortuna de los Franco, de los Oriol, de los Gir¨®n, de los Sol¨ªs y de tantos otros ha permanecido y permanece al margen de toda pesquisa? Lo s¨¦: las opacas componendas de la transici¨®n reflejaban el equilibrio de fuerzas de entonces y quiz¨¢s de ahora. Mas dif¨ªcilmente puede demandarse hoy una s¨²bita regeneraci¨®n c¨ªvica cuando todos esos temas siguen siendo tab¨² y el lector discreto siente ya la desaz¨®n de quien ve hasta d¨®nde conducen las formas ¨²ltimas de esa exigencia ¨¦tica. Veamos esto: la nieta mayor del general Franco hoy Carmen Rossi- comparece invicta en la televisi¨®n p¨²blica con distinguido porte de "mujer encantadora", habitante por derecho de las revistas del color¨ªn. A nadie se le ocurre preguntar de qu¨¦ ha vivido y vive exactamente esa trabajadora y sus semejantes. Desde luego, ning¨²n miembro de la diputambre -en insuperable neologismo de un cronista de la sordidez- osar¨¢ llamar la atenci¨®n sobre tan curioso extremo, so pena de que sus compa?eros vean en ¨¦l a un loco o un irresponsable provocador. Cierto, esa patriota y sus pares envejecen poco a poco, y, seg¨²n un desarmante cinismo consensuado en Espa?a, la responsabilidad hist¨®rica puede remontarse hasta Ad¨¢n y Eva. Sin embargo, ?el ciudadano y el pol¨ªtico est¨¢n ah¨ª para pensar y actuar con rigor y seg¨²n la equidad, o bien han de conformarse con seguir las reglas de un mal ensamblado espect¨¢culo? Adem¨¢s, y sobre todo, ?envejece tambi¨¦n el dinero ganado en el crimen y se amengua con ¨¦l ese engranaje de poder que all¨ª encontr¨® savia e impulso? Estos interrogantes no pretenden reducirse a un ejercicio de est¨¦ril ret¨®rica, sino ser el inc¨®modo recordatorio del tipo de lienzo con el que debe contarse a la hora de dibujar ah¨ª las consabidas exigencias de moralidad pol¨ªtica. Tambi¨¦n sirven, por supuesto, para calibrar la autenticidad de buena parte del griter¨ªo. Con todo, la Constituci¨®n vela por el inalienable derecho a la ingenuidad: de ah¨ª que los herederos objetivos de todo aquel tinglado de intereses y valores lancen sus mal trabados denuestos parapet¨¢ndose tras el p¨²dico biombo de la "democracia": son otros los tiempos y el PSOE ha de respetar otras reglas. Muy cierto; mas tales reglas no pueden ser, so pena de total amnesia hist¨®rica, las de la hueste del se?or Aznar y de quienes en ¨¦l manden. El universo de valores heredados por las clases y grupos que ¨¦l representa -m¨¢s all¨¢ de la percepci¨®n del sufrido votante- es tan antag¨®nico, en su pr¨¢ctica hist¨®rica, con esas reglas salv¨ªficas, ?las poseer¨¢ entonces, a modo de oculto tesoro, el propio PSOE?
Con la alacridad de la autoexculpaci¨®n se refer¨ªa el se?or Sol¨¦ Tura en estas mismas p¨¢ginas al "s¨ªndrome de interinidad" que habr¨ªa marcado a su actual partido desde 1982 y que habr¨ªa viciado su gesti¨®n pudriendo sus defensas. Tal ser¨ªa el resultado de comparecer como un actor provisional en la pol¨ªtica espa?ola. ?Cu¨¢n sorprendente y reveladora apreciaci¨®n! No entiendo c¨®mo se puede compaginar ese alegado sentimiento de transitoriedad con aquel fatuo mesianismo proclamado a voces desde el primer triunfo electoral y repetido prepotentemente en cada convocatoria. Menos entiendo a¨²n c¨®mo ese gestor supuestamente tan fugaz ha ido abriendo los brazos a los m¨¢s pintorescos conversos, desde individuos como el se?or Verstrynge hasta toda esa c¨¢fila de astutos calculadores perif¨¦ricos que siempre ven -y aciertan- cu¨¢nto puede obtenerse de un usufructo s¨®lido y duradero del Estado, de su fuerza y de sus bienes. Esa conducta no se llama voluntarismo: se llama colonizaci¨®n de la propia entidad por las normas del adversario, o sea, la conquista silenciosa e implacable del PSOE por la banca y el entramado financiero, el clientelismo electoral, el populismo repugnante del se?or Guerra y, en fin, por los modelos hist¨®ricos del propio PP.
Vayamos ahora al terreno de la abstracci¨®n, el que de verdad nos interesa y desde donde quiz¨¢ podamos entender un poco la tramoya que manejan y por la que son manejados personajes tan antip¨¢ticos y ef¨ªmeros. Se trata de sopesar sin prejuicios lo que, hoy por hoy, resta del hecho pol¨ªtico en la medida en que ¨¦ste se cristaliza en las formas de gesti¨®n y administraci¨®n por todos perceptibles. ?Cu¨¢l es su motor, de d¨®nde mana su energ¨ªa y en qu¨¦ medio evoluciona? Mi tesis es que, ponderadas todas las variables, el hecho pol¨ªtico es ya pr¨¢cticamente indistinguible del hecho religioso. ?Qu¨¦ significa esto? En pocas palabras: a la luz de su funci¨®n social, la fe en una trascendencia extramundana, gerenciada por el clero, y la fe en una inmanencia social, gerenciada por una clase pol¨ªtica, s¨®lo se reduce a eso: a fe. O sea, a un don misterioso y gratuito, de Dios para el creyente y de la credulidad, la ignorancia, la obediencia, el acomodo o el inter¨¦s para el estudioso que, desde fuera, s¨®lo puede aceptar la perspectiva secular. Como anta?o la campana llamaba a misa, a boda y a entierro, as¨ª la potestad multimedi¨¢tica convoca hoga?o a las urnas, al espect¨¢culo de las mociones parlamentarias y a las revelaciones escandalosas. Mas el deseo es
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