La ruta de los tejados
Una empresa organiza viajes en helic¨®ptero por El Escorial y el Valle de los Ca¨ªdos
J. A. CARBAJO El monasterio de El Escorial, el embalse de Valmayor, las carrascas de la sierra o el Valle de los Ca¨ªdos acaban de ser descubiertas por los turistas desde una nueva perspectiva. Una compa?¨ªa a¨¦rea organiza desde principios de mes rutas en helic¨®ptero para que viajeros sin v¨¦rtigo y con el est¨®mago asentado conozcan esa parte montaraz de la regi¨®n.
Jos¨¦ Ram¨®n Aguilar, el padre de la idea, un representante de peque?as compa?¨ªas a¨¦reas, internacionales que se asoci¨® para la experiencia con el propietario de dos aparatos, hubiera preferido mostrar a los curiosos los tejados de la capital. Sin embargo, la legislaci¨®n lo proh¨ªbe. "Aviaci¨®n Civil no permite sobrevolar la ciudad de Madrid a aparatos que no tengan dos motores, por cuestiones de seguridad", advierte Aguilar. Otras capitales toman menos precauciones. Nueva York, por ejemplo, puede sobrevolarse en helic¨®ptero por unas 9.000 pesetas al cambio. El viaje madrile?o sale por 12.000 pesetas los 20 minutos.
Acaso la ruta sea lo menos importante de la experiencia. Nadie se apunta al viaje de Global Aviation Services con la solitaria intenci¨®n de rodear la coronilla de la cruz del Valle de los Ca¨ªdos a m¨¢s de 300 metros de altura. "Vienen, sobre todo, aquellos que nunca han montado en un helic¨®ptero", apunta Aguilar. Personas de mayor edad que quieren sentir, por un momento, la sensaci¨®n de ser un James Bond en busca de Golfinger, un guardia civil de tr¨¢fico en persecuci¨®n de un conductor homicida o un cronista cenital del ciclismo. Eso comentan.
Los menos imaginativos se conforman con sentir la sensaci¨®n de volar por vez primera en helic¨®ptero. Deben abrocharse firmemente el cintur¨®n de seguridad, y al bajarse, no salir nunca hacia la parte trasera del aparato -la velocidad con la que la h¨¦lice gira la hace pr¨¢cticamente invisible - y levantar el brazo del asiento para acceder a bolsas donde depositar los residuos del mareo. "Aunque nadie las ha utilizado a¨²n", ad vierte el piloto, ahora civil antes militar, que dirige, el aparato. En eso quedan los consejos previos de la tripulaci¨®n.
El viaje empieza sin m¨¢s pre¨¢mbulos en el r¨²stico campo de vuelo de Villanueva del Pardillo.
El lugar podr¨ªa pasar por rancho tejano en aquel paraje del oeste madrile?o maltratado por el viento si no fuera por el preservativo con listas rojiblancas que se infla, dependiendo de la velocidad del aire y una pareja de hangares prefabricados donde duermen los ultraligeros.
Previamente, los cinco viajeros que caben en el helic¨®ptero deben pugnar a los chinos o mediante otro sistema igualmente pac¨ªfico por los dos ¨²nicos auriculares que lleva el aparato. A trav¨¦s de ellos, el piloto va se?alando hitos tur¨ªsticos de toda laya -incluido el ¨¢rbol de las apariciones marianas de El Escorial-.
El helic¨®ptero vuela ce?ido al relieve del terreno hasta casi topar con la pared del pantano de Valmayor, cuando se eleva para propiciar el primer cambio brusco de paisaje. Tras mirarse en el agua del embalse, cargado al 60% este, a?o, el helic¨®ptero va tomando altura hasta alcanzar El Escorial, con su monasterio, sus tejados de pizarra y su enorme colecci¨®n de piscinas particulares con formas de leguminosas (preferentemente de jud¨ªa y lenteja). Entonces llegan las estribaciones del Abantos, tras cuya cima se esconde el Valle de los Ca¨ªdos. Un par de vueltas a la cruz y regreso a toda mecha. Eso, todos los domingos.
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