'Chau', Diego
Muchos argentinos sienten ? que con el fusilamiento de Diego Maradona ha termina do el Mundial, que lo que sigue es una comedia sin h¨¦roes muy digna de estos tiempos. Dice Gilles Lipovetsky en La era del vac¨ªo, que "de la lucha de clases hemos pasado a la guerra de todos contra todos". Y ese proceso de personalizaci¨®n y narcisismo, "no elimina los c¨®digo sino que los descongela, a la vez que impone nuevas re glas adaptadas al imperativo de producir precisamente una persona pacificada" Y si no, te pacifican a palos, como a Diego. Pero bueno, estoy hablando de f¨²tbol, es decir, de artistas, g¨¢nsteres y vampiros. Los artistas est¨¢n en el terreno, los otros en las oficinas de la FIFA. Despu¨¦s de saciar su apetito, los vampiros son amables y generosos pero si los dejas con apetito de venganza, Dios te proteja. Tal vez a los vampiros haya que contarles f¨¢bulas para conmoverlos. No cualquier f¨¢bula, claro; quieren historias de sangre. Tr¨¢gicos arrumacos medievales en los que el narrador evoca amores perdidos, odios duraderos, muertes tempranas. Por ejemplo, el romancero de un Zorzal al que cortaron las alas mientras volaba con los ¨¢ngeles. Los argentinos podr¨ªamos decir que se llamaba Carlitos Gardel y que todav¨ªa lo idolatramos aunque alguna vez haya sido ladr¨®n, burrero y fumador. Un d¨ªa, a punto de llegar a la cima, lejos de la patria, tuvo un accidente argentino. Uno de esos inexplicables golpes de infortunio que nos impiden ser eso para lo que Dios nos ha creado,Otro romance de amor, de ambici¨®n y de muerte es el que cuenta la historia del hada buena y sus grasitas desamparados. Evita hab¨ªa pasado por la puerta cuartel y se enamor¨® de un coronel. Era muy joven y so?aba con hacer felices a los trabajadores. Estaba a punto de conseguirlo pese al odio de muchos oligarcas, pero el destino no se lo permiti¨®. Le cortaron el aliento y tambi¨¦n a ella, costurera y princesa, la lloramos con versos de amor. Pero no termina ah¨ª el tango. El coronel Per¨®n se hizo general, se desvivi¨® por sus descamisados, quiso ser Robin Hood y termin¨® en medio de la tempestad, llev¨¢ndose en los o¨ªdos la m¨²sica de nuestro cansado coraz¨®n. Al poco tiempo alguien fue al cementerio con un hacha y le cort¨® las manos.
Esos romances cantados por dulces trovadores suelen conmover a los vampiros. Hay que contarles, sobre todo, las escenas truculentas. Si estas leyendas no bastan para seducirlos, hay que recurrir a nuestra historia m¨¢s triste, la del chico que jugaba a la pelota como nadie lo hizo nunca. Se llama Diego y si lo llaman ¨¦l mismo puede contar la par¨¢bola del insensato muchacho que quiso comerse al munco y sus reglas.
Hizo todo al rev¨¦s: no busc¨® una princesa para casarse, no se inclin¨® ante los poderosos, no fund¨® un banco, con el dinero que gan¨® se puso al lado de Fidel mientras la mayor¨ªa lo abandonaba. Se dej¨® romper una pierna en Barcelona. Jug¨® para una ciudad pobre y olvidada de Italia y disgust¨® a las buenas conciencias del mundo posindustrial. Claro que gan¨® plata, sin duda mucha, pero no cuid¨® las formas como Pel¨¦. Se meti¨® en l¨ªos tantas veces que al final, en el ocaso de un largo partido, aquellos a los que hab¨ªa ofendido decidieron apartarlo del terreno.
Hasta que le lleg¨®, inexorable, su final argentino. Le cortaron las piernas. La imagen es suya, pero los vampiros son insensibles a estas historias que s¨®lo son ciertas si hay alguien dispuesto a creerlas. La que dej¨® Diego es una leyenda que va a durar por los siglos de los siglos, m¨¢s all¨¢ del f¨²tbol. No porque sea edificante, sino porque nos pinta a los argentinos tal como queremos verlos: hermosos, abatidos por una incomprensible injusticia.
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