F¨²tbol y cultura
A quien sepa mirar profundo, quiz¨¢ el f¨²tbol le descubra verdades ocultas en la mara?a social que s¨®lo las grandes intuiciones populares pueden desvelar. Sin embargo, es de buen gusto intelectual presumir de ignorancia en materia futbol¨ªstica. Como si el bal¨®n fuera a destrozar los delicados jarrones de la cultura.Si el f¨²tbol existe y desde su origen silvestre fue ascendido a ceremonia; si su fuerza es centenaria y tiene el poder¨ªo integrador de las causas universales; si, adem¨¢s, y no aunque, es instrumento callejero de comunicaci¨®n y expositor de talentos iletrados; si sirve, en fin, al nada despreciable proceso de la alegr¨ªa y la emoci¨®n, que el pensamiento sea amplio y no tema su admisi¨®n.
Jugar con los pies respondi¨® a la necesidad l¨²dica de civilizaciones lejanas, pero podr¨ªamos seguir retrocediendo de la mano de Johan Huizinga y su Homo ludens: "El juego", escribi¨®, "es m¨¢s viejo que la cultura, pues, por mucho que estrechemos el concepto de ¨¦sta, presupone una sociedad humana y los animales no han esperado a que el hombre les ense?ara a j ugar". El f¨²tbol es un juego; por tanto, algo serio. Saltemos la disputa que muchas comunidades mantienen sobre la paternidad de su origen y empecemos, por Inglaterra, donde un juego primitivo era perseguido por "plebeyo y alborotador". En 1314, Eduardo II promulg¨® una ley "contra las corridas de las grandes pelotas", y en 1547 fue Enrique VI quien lo declar¨® "delito lamentable". Aquel suced¨¢neo de guerra, con un bal¨®n (como excusa), entreten¨ªa la esencial agresividad humana y ser¨ªa el embri¨®n de criaturas deportivas tan c¨¦lebres como el rugby y el f¨²tbol.
El juego creci¨® salvando prohibiciones y en cada impulso ganaba o perd¨ªa reputaci¨®n al son del momento que le tocaba vivir. A mitad del siglo pasado entr¨® a la universidad, de donde sali¨® pulido reglamentariamente, pero acusado de elitista. En 1863 se funda la Football Association y el juego comienza a seducir en suburbios obreros. De la experiencia democratizadora sali¨® con el estigma inverso: era chabacano. En plena industrializaci¨®n, el f¨²tbol sirvi¨® al empresariado para desafilar energ¨ªas proletarias, y si bien esa influencia fortaleci¨® su organizaci¨®n competitiva, le adhiri¨® una nueva penuria: era el opio del pueblo.
Coet¨¢neo al cine. Teatro para todos. Miles de seres sin nombre miran esa batalla representada por h¨¦roes banales. Emoci¨®n, belleza, comercio, violencia. Se dice que jugar es recrear un mundo al margen del real; el f¨²tbol acepta esa definici¨®n, puesto que es est¨¦ril, se agota en s¨ª mismo. Pero en ese espacio geom¨¦trica y temporalmente cerrado se ponen en combusti¨®n todas las taras de la civilizaci¨®n industrial, o, seg¨²n escribi¨® Ezequiel Mart¨ªnez Estrada: "... Todas las fuerzas ¨ªntegras de la personalidad: religi¨®n, nacionalidad, sangre, enconos, pol¨ªtica, represalias, anhelos de ¨¦xito, frustrados amores, odios, todo en los l¨ªmites del delirio en fundida masa ardiente". Es el hombre, en fin, representando su angustia, aunque pague la entrada para escapar de ella.
El f¨²tbol: trivial, sospechoso y de indiscutible peso social, fue siempre utilizado y manoseado. La respuesta de los intelectuales a esta fuerza popular es parcelable. En buen n¨²mero creen que mancha. Por prejuicios culturales (juego para analfabetos), pol¨ªticos (trampa capitalista), sexuales (un mundo de hombres); o por el comprensible espanto que les produce hacer soluble lo individual a la gran masa. Lo cierto es que entre este tipo de sabios y el f¨²tbol hay una relaci¨®n frustrada en el origen; un divorcio prematrimonial con dos efectos: unos lo ignoran y otros lo desprecian. Simp¨¢tica hostilidad era la de Jorge Luis Borges, quien el d¨ªa del deb¨² de la selecci¨®n argentina en el Mundial 78 dict¨® una conferencia en Buenos Aires a la misma hora del partido. Trataba sobre la inmortalidad.
Para escultores y pintores, las canchas no fueron buena fuente de inspiraci¨®n, menos a¨²n en Espa?a, arrebatados para siempre por la sangre y la arena. Tampoco entre los escritores el f¨²tbol encontr¨® su Hemingway, pero son muchos los interesados. Henry de Montherland, entre la aristocracia parisiense de finales del siglo pasado, y Albert Camus, a principio del actual en la modestia de su Argelia natal, tuvieron, entre muchas diferencias, un ins¨®lito punto en com¨²n: los dos fueron porteros. Camus agradecido: "... Lo mejor que s¨¦ sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al f¨²tbol". Supe que tambi¨¦n Mario Benedetti y el Che Guevara fueron malos guardametas (el calificativo lo supongo). En Espa?a, Rafael Alberti y Miguel Hern¨¢ndez quedaron asimismo prendados por el heroico oficio de portero, s¨®lo que, en lugar de descolgar balones, tomaron la pluma para cantarlos. En 1927, Miguel Hern¨¢ndez escribi¨® la Eleg¨ªa del guardameta: "... En el alpiste verde de sosiego, / de tiza ganado, / para siempre qued¨® fuera de juego / Sampedro, el apostado / en su puerta de c¨¢?amo a?udado..". Un a?o m¨¢s tarde, Rafael Alberti ve en Santander jugar al Barcelona y le promete recuerdo eterno a su portero en el poema Platko: "Nadie se olvida, Platko, / no, nadie, nadie, nadie, / oso rubio de Hungr¨ªa...". No s¨¦ si conviene decir que Platko muri¨® en Chile no s¨®lo en el olvido, sino, adem¨¢s, en la pobreza. Cela, Hortelano, V¨¢zquez Montalb¨¢n, Mario Benedetti, Osvaldo Soriano, Vargas Llosa..., entre los hispanos, son escritores que suelen reparar en el f¨²tbol entre sus seducciones literarias.
De cuando en el mundo hab¨ªa polos ideol¨®gicos podemos extraer otras diferencias. La izquierda se entretuvo en un an¨¢lisis critico-ideol¨®gico, pol¨ªtico-econ¨®mico y socio-psicol¨®gico del fen¨®meno, un enorme esfuerzo intelectual para acabar despreci¨¢ndolo. La derecha, siempre tan eficaz, fue m¨¢s concreta: us¨® el f¨²tbol en beneficio de sus intereses de dominaci¨®n.
El pensamiento progresista segu¨ªa reflexionando: el f¨²tbol era un dique de contenci¨®n de la subversi¨®n necesaria; obstru¨ªa, por perversi¨®n, la solidaridad colectiva; reproduc¨ªa el mundo laboral capitalista.. ,Concluido lo cual, la izquierda se desinteres¨®.
Hu¨¦rfana de materia gris, la masa futbolera tom¨® medidas de compensaci¨®n, y acaso baste con este ejemplo: el escritor Roberto Arlt ten¨ªa 29 a?os cuando fue a un partido por primera vez. Sentado en un asiento de privilegio, llam¨® su atenci¨®n "el agua que ca¨ªa de lo alto del estadio" hasta que un espectador le aclar¨® que eran "ciudadanos argentinos que dentro de la Constituci¨®n hac¨ªan sus necesidades desde las alturas". Consuela pensar que en los estadios (en Suram¨¦rica m¨¢s) es all¨¢ arriba donde hierve la pobreza. S¨®lo eso, consuela. Es que esta sociedad s¨®lo invierte en la an¨¦cdota la difundida y tan actual ley del gallinero, seg¨²n la cual la gallina de arriba caga a la de abajo.
El f¨²tbol es cultura porque responde siempre a una determinada forma de ser. Los jugadores act¨²an como el p¨²blico exige, de forma que el f¨²tbol se termina pareciendo al sitio donde crece. Los alemanes juegan con disciplina y eficacia; cualquier equipo brasile?o tiene la creatividad y el ritmo de su tierra; cuando apostaron por otro orden fracasaron, porque si bien los jugadores aceptan la imposici¨®n, no lo sienten. Argentina tiene un exceso de exhibicionismo individual y una carencia de respuesta colectiva as¨ª en la cancha como en la vida. Si esas fronteras se van haciendo difusas es porque el f¨²tbol, adem¨¢s de parecerse al lugar donde se juega, no escapa a su tiempo, y ¨¦sta es ¨¦poca de uniformiza ci¨®n. La selecci¨®n espa?ola no tiene un estilo propio, quiz¨¢ por las diversas identidades que ha cen a sus autonom¨ªas y que tienen en el f¨²tbol su correspondencia. Pero estrechemos a¨²n m¨¢s el c¨ªrculo para demostrar la condici¨®n que el f¨²tbol tiene de met¨¢fora social. Reparemos en Sevilla, ciudad que proyecta en varios planos la cultura de las mitades. Est¨¢ dividida en Sevilla y Triana; adora a dos V¨ªrgenes, la Esperanza y la Macare na; tiene dos patronas, santa Justa y santa Rufina; reparte su admiraci¨®n entre dos toreros, Belmonte y El Gallo. Esta divisi¨®n simb¨®lica dualista da sentido a las hermandades y se prolonga en la. existencia de dos equipos de f¨²tbol (Betis y Sevilla) con dos aficiones apasiona das e irreconciliables que se fortalecen en el choque y la ene mistad dentro de una ciudad sin tamano para dos instituciones vivas.
El profesor Luis Meana ha escrito que "en la l¨®gica del sistema el estadio est¨¢ destinado a convertirse en inodoro social". Verdad. Raz¨®n de m¨¢s para que los intelectuales entren a estudiar la orina del enfermo, que, por cierto, a mi no me gusta nada. Puede ocurrir que, en medio del an¨¢lisis social, al sensato pensador le entren unas ganas considerables de insultar al ¨¢rbitro; ser¨¢ buena la ocasi¨®n para empezar a conocerse a s¨ª mismo. Si es que se anima a mirar hacia dentro.
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