?Esa puerta!
Nos conocemos desde hace largo tiempo. De cuando yo era un hombre ya entrado en copas y realizaba largas y cotidianas cabalgadas hacia ninguna parte, sobre la banqueta de la barra. Entre esos tiempos y aquellas libaciones el sorprendente p¨¢ncreas, cuya mera existencia pasa desapercibida, ha levantado un muro que nunca se derribar¨¢. Volv¨ª, de vez en cuando, peregrino de mi nostalgia, sin sobrepasar un trago -bueno, quiz¨¢ dos tragos- de blanco de las vecinas manchas de Ciudad Real o de Toledo. El vino, joven y paisano, para sentirse uno rey David, patriarca verde, p¨ªcaro y sabio.Aquel barman ¨¢gil y delgado, que se saltaba el mostrador a la torera, ya ten¨ªa tripa y no tiene pelo, tiene nietos y problemas con los proveedores; mayores gastos, ingresos reducidos, complicada la declaraci¨®n, de la renta y descontento con los arbitrios y la inseguridad ciudadana. No est¨¢ contento; es decir, como yo, hab¨ªa envejecido y siente la discriminaci¨®n en raz¨®n de la edad, lo que considera anticonstitucional.
Se le alegraban las pajarillas al recordar las otras edades; no su pasado, al que rara vez alude y me hace pensar que quiz¨¢ no lo tenga, sino el de los clientes, desaparecida la mayor parte y cuyas peripecias, chanzas y secretos -los secretos que se han dejado en el fondo del ¨²ltimo vaso- est¨¢n soldados a su vida como esa costra de moluscos y roca que se instala en la quilla de las barcas que ya no salen a la mar, que es el morir.
Me avisaron que se cerraba y all¨ª me fui, a la clausura, en la hora que fue de bullicioso aperitivo, tertulias fijas; los cuatro, cinco oficinistas que se jugaban el verm¨² a los chinos, las menos de seis mesas, los dispares compadres del jueves y del s¨¢bado y su reiterada discusi¨®n para elegir el restaurante o la tasca del ceremonial gastron¨®mico. El sediento precoz, en su habitual extremo del mostrador, con la espalda apoyada en. la pared. En cada bar hay un bebedor solitario, tempranero, jubilado y mis¨®gino que pega la hebra con el barman; mientras ordena la bater¨ªa de botellas, porque no tiene con quien hablar. Como en esas comedias donde el tiempo hiere y mata, el cliente de la esquina es heredado por otro, que se le parece y los poco avisados apenas notan la diferencia.
Mi buen amigo, propietario veterano, hab¨ªa sido desvalijado varias veces. M¨¢s que la. recaudaci¨®n -nunca cuantiosa- le dol¨ªan los desperfectos en el mobiliario y que se llevar¨ªan la loter¨ªa y las cajetillas que administra su sobrina. Especialmente la violaci¨®n sistem¨¢tica de una puerta blindada, reforzada, anclada en el muro, escalonada con cerrojos de seguridad. In¨²til; los ladrones, quiz¨¢ siempre los mismos, conoc¨ªan todas las precauciones, como si las hubieran inventado ellos.
Superviviente de una parroquia desvanecida el hombre regres¨® a su soleada tierra levantina, donde la gente sale a la calle para retratarse con una nube sobre la cabeza. Con los reda?os del retratarse con una nube sobre la cabeza. Con los reda?os del traba jador aut¨®nomo y las existencias de su bar madrile?o, all¨ª mont¨® el mismo negocio, el ¨²nico que sabe. Un fugaz viaje hacia aquel reseco territorio me llev¨® a la taberna del amigo. Nos alegramos mutuamente y al pedirle noticias de la renovada actividad se le ensombreci¨® el semblante. Los impuestos, gabelas y chinchorrer¨ªas le estaban esperando y tambi¨¦n le visitaron los ladrones a poco de instalarse.
-Me traje aquella puerta, ?sabe usted?
Nada vi. No hab¨ªa puerta. Respondi¨® a mi perplejidad:
-Los ladrones. Los guardias. El Ayuntamiento. Han tomado muy en serio las ordenanzas que obligan a que los accesos se franqueen hacia fuera, cuando me hab¨ªa costado un ri?¨®n instalar la barricada. He recibido varios requerimientos amenazadores, para que la puerta se abra en sentido contrario. Como no conozco los sitios donde se trafican las influencias ni dinero para nuevas obras, he resuelto la situaci¨®n aplic¨¢ndome la ley Corc¨²era.
- ?Que ha hecho qu¨¦? -repuse, desconcertado.
-Le he pegao una patada a la dichosa puerta. Ya no hay, puerta. Ni para adentro ni para afuera. S¨®lo el cierre met¨¢lico de persianilla que bajo cuando me recojo. Desalienta a mis ladrones y desconcierta a los municipales, que no atinan, a ponerme una multa por no hacer algo que es imposible.
Me convid¨® a otra ronda. Hombres as¨ª necesita Espa?a.
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