El mendigo millonario
Hace unos d¨ªas, la polic¨ªa madrile?a detuvo a un tipo de 33 a?os que era un mendigo, o eso les parec¨ªa. El hombre iba desarrapado, no ten¨ªa documentaci¨®n, estaba durmiendo en una acera, y un vecino juraba haberle visto pidiendo dinero un poco antes. Un especimen m¨¢s de vagabundo vulgar, debieron de decirse los funcionarios; y se pusieron a cachearle, que es lo suyo. Lo propio de los polic¨ªas, quiero decir. Pura rutina profesional.Pero hete aqu¨ª que entre las ajadas ropas empezaron a salir billetes: de 10.000 pesetas, de 5.000, de 1.000. Montones de billetes, hasta reunir un total de un mill¨®n de pesetas. Y entonces el hombre dej¨® de parecerles un mendigo, porque, claro,no hay pobres millonarios, por pura definici¨®n del estereotipo. Me pregunto si entonces le trataron con m¨¢s respeto o con m¨¢s desconfianza. Probablemente las dos cosas al mismo tiempo, porque, por un lado, sospecharon de la procedencia del dinero y se lo llevaron detenido (lo hab¨ªa ahorrado de la mensualidad que le mandaba su padre, internado en una residencia de ancianos de C¨®rdoba), pero, por otro, siempre se respeta m¨¢s a quien se teme (un ladr¨®n, un delincuente, el enemigo) que a aquel a quien consideran un pobre diablo. Son asombrosos los prodigios de transmutaci¨®n que produce el dinero. C¨®mo un pu?ado de billetes hace que un hombre desastrado que duerme en la calle y es un simple mendigo, o sea, un clero, una nada, una sombra, urbana, se convierta en un hombre desastrado que duerme en la calle y es un sospechoso inquietante y quiz¨¢ temible. Es la sucia magia del dinero.
La noticia, tal y como apareci¨® en los peri¨®dicos, Pon¨ªa cierto acento jocoso en la aparente paradoja de la mendicidad y los billetes. Siempre me ha, desazonado el retint¨ªn con que los medios de comunicaci¨®n suelen presentan asuntos tal vez dolorosos y pat¨¦ticos, pero que se salen de la pr¨¢ctica habitual y son por ello pasto de los prejuicios. Que un hombre. sea maltratado f¨ªsicamente por su mujer, por ejemplo: pues vaya un calzonazos, se dicen desde?osamente los rectos ciudadanos. O que a un pobre de solemnidad le encuentren un nido de billetes entre los harapos: aj¨¢, ya lo sab¨ªa, mucho pedir limosna en la puerta de las iglesias y luego todos estos mendigos,son m¨¢s ricos que yo.
Pues mire, no lo creo. Me gustar¨ªa saber qu¨¦ es un mill¨®n de pesetas para alguien sin casa, sin profesi¨®n y sin papeles. Para alguien desarraigado, marginalizado y desintegrado. Y aunque fuera m¨¢s: recuerdo a una anciana que muri¨® hace algunos a?os en la soledad y la extrema pobreza, y a la que encontraron, en un saco de trapos bajo su cad¨¢ver, cinco o seis millones de pesetas. La miseria no consiste s¨®lo en no tener dinero, sino, sobre todo, en la certidumbre de que no vas a poder salir nunca del agujero negro en el que est¨¢s metido. La miseria es la falta absoluta de futuro, la p¨¦rdida de la medida de ti mismo y de las cosas.
Es desde esta sensaci¨®n de total indefensi¨®n desde donde hay que entender unos acaparamientos de billetes que, si lo pienso bien, no creo que sean tan raros entre mendigos. La anciana que muri¨® sobre su tesoro, el hombre del mill¨®n del otro d¨ªa, deben de estar tan convencidos de que el futuro s¨®lo puede depararles algo horrible (?qu¨¦ m¨¢s horrible que carecer de casa y estar en la m¨¢s completa indigencia? Y, sin embargo, ellos imaginan algo a¨²n peor) que intentan protegerse, dentro de sus posibilidades, para ese, destino que puede caerles encima en cualquier momento como una guillotina. Y es que desde la miseria s¨®lo se puede pensar miserablemente, como desde el dolor agudo s¨®lo se puede pensar en el dolor, y desde el amor en el enamorado. La mendicidad del mendigo, en fin, se reafirma estremecedoramente en esos billetes arrugados sobre los que duerme.
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