El reloj macabro
El pelot¨®n sufre la moda del puls¨®metro, un aparato que amenaza la intimidad del ciclista
Obs¨¦rvese c¨®mo de un tiempo a esta parte, los ciclistas tienen por costumbre mirar la hora nada m¨¢s cruzar la meta. ?Obsesi¨®n por la puntualidad, quiz¨¢s? Nada m¨¢s lejos. No solo parecen preocupados por lo que marca su reloj sino que proceden, de inmediato, a pulsar un botoncito rojo. ?Tratan de precisar la duraci¨®n de su jornada laboral en la carretera? Tampoco. Eso que miran y tocan no es un reloj propiamente dicho, es un puls¨®metro, un macabro reloj, la ¨²ltima moda tecnol¨®gica del pelot¨®n, un aparatito que amenaza algunos cimientos del ciclismo. No es asunto venial: la inform¨¢tica est¨¢ a un paso de conquistar el secreto mejor guardado por cada ciclista, su sensaci¨®n m¨¢s ¨ªntima.No mucho despu¨¦s de finalizada la etapa, los masajistas y el m¨¦dico proceden a recuperar las fuerzas de cada corredor, una rutina que apenas ha cambiado con el transcurso de los a?os. Luego, llega la ronda. El director visita a sus muchachos uno por uno, charla con ellos y les pregunta por su estado. Los hay que est¨¢n muy fatigados y no hay m¨¢s que verles la cara, quienes est¨¢ndolo se apiadan del director y le animan ("estoy como un roble"), quienes no est¨¢ndolo, le enga?an ("buena paliza me he pegado") y quienes est¨¢ndolo o no, callan. As¨ª ha sido el ciclismo desde que naci¨® y por este procedimiento se formaba el olfato de los buenos directores. Pero el maldito puls¨®metro puede cambiar de golpe con esta liturgia.
Hoy en d¨ªa, la ronda de conversaciones puede no ser tan entra?able. El director deja de ser padre para vestir el uniforme de jefe de personal. Guiado por un papel, muestra a cada corredor una gr¨¢fica y se?ala algunos puntos de inflexi¨®n. "?Has visto, ves aqu¨ª, y aqu¨ª, y aqu¨ª...". Y llega la expresi¨®n clave: "O sea, te has estado tocando los cojones toda la etapa". El puls¨®metro.
La teor¨ªa es tan sencilla como dram¨¢tica. La realidad dicta que, con un mill¨®n de pesetas, es factible trasladar la teor¨ªa a la pr¨¢ctica. Su jefe instala una cinta en su pecho y le obliga a ponerse un reloj en la mu?eca. Ese doble artilugio mide sus pulsaciones durante su jornada laboral y, una vez procesada la informaci¨®n en breves minutos, dibuja una gr¨¢fica en la que se puede advertir si usted ha trabajado bien o se ha distraido m¨¢s de la cuenta. Eso es el puls¨®metro, que puede cambiar no s¨®lo las relaciones entre director y corredor sino tambi¨¦n el lenguaje y, en el horizonte, la calidad de vida del ciclista.
Ahora se habla de pulsaciones por minuto y de umbrales. No se dice "ataca", "res¨¦rvate" o "descansa" sino "mantente a 180", "sube a 190", "vigila tu umbral". El ciclista pierde sus sensaciones m¨¢s ¨ªntimas y se guia por los dictados del puls¨®metro, que, le se?ala, hasta d¨®nde puede llegar y a partir de cu¨¢ndo su agotamiento es un hecho. El lenguaje de los gestos, una de las facetas m¨¢s ricas de este deporte, pierde buena parte de su valor. Es posible encontrar algunos ejemplos ilustrativos.Virenque dej¨® tumbado a Cubino en los Pirineos sin mediar siquiera un acto intuitivo. El espa?ol cometi¨® la torpeza de dejarse ver el puls¨®metro, Virenque vio una cifra tal que aclar¨® todas sus dudas: Cubino estaba agotado. El puls¨®metro pasaba de 190, muy mala se?al. Cubino pod¨ªa estar por entonces tarareando un pasodoble para impresionar que daba lo mismo, 196 son 196 pulsaciones, se?alan que su cuerpo est¨¢ a punto de decir basta. Y Virenque lo vio. Por eso, Indur¨¢in lleva su puls¨®metro en posici¨®n invertida, de lado de la palma de la mano. Asunto confidencial, informaci¨®n reservada, Indur¨¢in vigila que nadie le quite a m¨¢scara.En aplicaci¨®n de los estudios realizados por el doctor italiano Francesco Conconi, posteriormente informatizados y, finalmente, adaptados a un puls¨®metro y un peque?o ordenador personal, el estado de forma de cada corredor y su desgaste pasan a ser informaci¨®n de uso p¨²blico.
El puls¨®metro (cuesta 50.000 pesetas) puede medir, a intervalos de 15 segundos, las pulsaciones de un corredor durante ocho horas (una etapa dura un promedio de seis horas). Si la medici¨®n se hace minuto a minuto, la capacidad del aparato llega a las 33 horas. Esa informaci¨®n puede volcarse al ordenador en breves instantes (despu¨¦s de cada etapa, por ejemplo) y, a partir de entonces, el ordenador hace todo tipo de travesuras. Puede comparar la etapa de hoy con la de ayer, puede determinar durante cu¨¢nto tiempo el corredor se ha cansado o simplemente ha ido tranquilo. Detecta los momentos de verdadero sufrimiento. Y sabe, porque lo sabe, si el corredor est¨¢ en forma o ha empezado a acusar el desgaste. El m¨¦dico lo sabe, el m¨¦dico se lo dice al director y el director se lo puede trasladar al corredor. Las sensaciones dan paso a los ratios. Un corredor en perfecta forma es aquel que puede viajar a m¨¢s de 180 pulsaciones y menos de 190 durante m¨¢s tiempo o a 180 desarrollando m¨¢s velocidad. En 198 suele estar el l¨ªmite, a partir de ah¨ª, la oscuridad.
Ahora mismo, la clave del Tour no est¨¢ en el coraz¨®n de Indur¨¢in sino en el ordenador personal de Sabino Padilla, su m¨¦dico. Padilla sabe d¨®nde y en qu¨¦ kil¨®metros, Indur¨¢in ha sufrido si es que ha sufrido. Padilla sabe si durante el ataque que fulmin¨® a Rominger en los Pirineos, Indur¨¢in actu¨® friamente o tuvo la tentaci¨®n de seguir un impulso irracional. Sabe si hubo fiereza en la embestida o, sencillamente, la buena administraci¨®n de unos recursos superiores. Padilla lo sabe. ?Pero sabe m¨¢s que el propio Indur¨¢in?. Padilla calla.
El cuarto Tour de Indur¨¢in viaja en un inocente reloj. El l¨ªder atraviesa la meta y parece mirar la hora. Y aprieta un bot¨®n. Fin de la transmisi¨®n: los dictados de su coraz¨®n ser¨¢n volcados al ordenador. Indur¨¢in ha terminado su trabajo. ?Cansado?, ?tranquilo?, ?contento? ?disgustado?, ?preocupado, quiz¨¢s?. Es terrible saber que la verdad est¨¢ en el interior del puls¨®metro.
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