SOS Ruanda
LA NATURALEZA parece no haber querido quedarse atr¨¢s y se une a los estragos de la guerra, de la matanza sin cuartel contra no combatientes -ancianos, mujeres y ni?os- en el Estado africano de Ruanda. Al odio racial de hutus y tutsis, las dos grandes etnias del pa¨ªs, se suma lo que los organismos de ayuda internacionales califican ya de la cat¨¢strofe humanitario-ebol¨®gica m¨¢s gigantesca de las ¨²ltimas d¨¦cadas: Ya hay centenares de miles de muertos -quiz¨¢ un mill¨®n- como consecuencia de combates, represalias, ajustes de cuentas y puro vandalismo criminal. No s¨®lo hay casi dos millones de refugiados en la zona de Gom¨¢ y sus aleda?os lim¨ªtrofes con Zaire a los que dif¨ªcilmente se puede socorrer con los medios de que disponen las organizaciones de ayuda humanitaria; adem¨¢s, en esos campos., en esa vastedad de dolor y deshumanizaci¨®n, se ha declarado una pandemia de c¨®lera que siega vidas a un ritmo no inferior a 1.500 personas diarias. S¨®lo para contener el mal har¨ªan falta ?TO00 litros diarios de suero intravenoso, la capacidad de carga de tres aviones H¨¦rcules.. Nada de eso se halla ni remotamente en servicio en los campos de fortuna en los que abnegados trabajadores, pertenecientes a organizaciones no gubernamentales, luchan contra ese hurac¨¢n de infortunio.
Durante meses, el mundo llamado civilizado ha estado contemplando el desenvolvimiento de la tragedia: con mala conciencia, sin duda; con ap¨¢tica resignaci¨®n siempre. En ?frica "ya se sabe que pasan esas cosas". Una vez es Etiop¨ªa, con su propensi¨®n a la hambruna; otra,, Uganda, donde un d¨ªa se declara una epidemia de sida; ¨²ltimamente, Somalia ha recibido la atenci¨®n occidental, para poner -Estados Unidos notablemente- los pies en polvorosa al comprobar lo intratable del problema pol¨ªtico y militar en lo que se presum¨ªa mera operaci¨®n de salvamento.
Lo de Ruanda es una monstruosidad que no admite parang¨®n con nada de lo que haya ocurrido en todos esos casos anteriores, por la conjunci¨®n de toda una serie de factores: la guerra, la matanza pol¨ªtica, la naturaleza misma , que parece envenenada por tanto odio, y, en ¨²ltimo t¨¦rmino, por la celeridad con que todas estas calamidades se han abatido sobre los desgraciados ruandeses.
Lo que est¨¢ hoy en peligro es nada menos que la supervivencia de una naci¨®n de cerca de ocho millones de habitantes. Es un asunto de la ONU, es un asunto de los Estados miembros, es un asunto de la Organizaci¨®n para la Unidad Africana, es un asunto de la Uni¨®n Europea, es un asunto de la humanidad. No valen excusas: Estados grandes,- medianos y peque?os tienen que contribuir a salvar lo que se pueda; las potencias tienen que enviar medios militares para que los socorros lleguen a quienes puedan canalizarlos. En este sentido, cualesquiera que fueren sus motivaciones de pol¨ªtica parda, Francia, con su intervenci¨®n humanitaria en Ruanda, ha marcado el camino. La comunidad internacional debe crear un dique de esperanza contra nuevos. desastres.
Si muere Ruanda, la responsabilidad no ser¨¢ exclusivamente de la locura homicida de sus nacionales. Ser¨¢ de la potencia colonial belga, que hasta 1960 rein¨® sobre el odio racial c¨ªnicamente fomentado; de Francia, que ha jugado la baza de los hutus por medro de su presencia pol¨ªtica en la zona; de EE UU, de todos los pa¨ªses -sin excluir a Espa?a-, que han mirado para otra parte cuando la ONU ha pedido contingentes para canalizar la ayuda. Esa responsabilidad ser¨¢ de todos nosotros. No se puede tolerar que muera Ruanda.
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