Los intelectuales y la afici¨®n
Despu¨¦s del ¨²ltimamente muy comentado de los corderos, el silencio que m¨¢s ha hecho hablar es el de los intelectuales. As¨ª lo constata Norberto Bobbio en la primera p¨¢gina de Il dubio e la scelta (La duda y la elecci¨®n), libro en que recoge sus trabajos publicados a lo largo de 40 a?os sobre los intelectuales y el poder en la sociedad contempor¨¢nea: "Il tema del silenzio degl?intelletuali e vecchio e ricorrente". Pero tambi¨¦n la obsesi¨®n sexual es vieja y recurrente, sin que haya perdido por ello un ¨¢pice de su turbio y clamoroso gancho. Nada de raro tiene, pues, que- redescubrir el silencio de los intelectuales para denunciarlo o deplorarlo con doloroso asombro, sea uno de los t¨®picos m¨¢s aplaudidos de los predicadores medi¨¢ticos: yo dir¨ªa que el de m¨¢s ¨¦xito, despu¨¦s, naturalmente, de la crisis de los valores. Teniendo en cuenta que el agobio estival no aconseja congestionar demasiado las meninges, perm¨ªtanme echar mi cuarto a espadas. Doy por descontado que los intelectuales guardan (?guardamos?) silencio, puesto que tanta buena gente lo asegura, y resulta inveros¨ªmil que un error o una imbecilidad reciban adhesi¨®n casi un¨¢nime. Las preguntas pertinentes entonces son las siguientes: ?qui¨¦n lamenta el silencio de los intelectuales?, ?por qu¨¦ callan ¨¦stos?, ?qu¨¦ pasar¨ªa si se decidiesen a hablar? Intentar¨¦ responder a tan cruciales interrogantes. Que la fuerza (p¨²blica) me acompa?e.Censura este sonoro mutismo un amplio grupo de ciudadanos que configuran lo que podr¨ªamos llamar la pe?a de aficionados a los intelectuales. Sus componentes se reclutan en gran medida-espero no sorprenderles, entre los mismos intelectuales. 0 sea, que es una afici¨®n m¨¢s parecida a la taurina (que se nutre de la propia gente del toro, de los que fueron y dejaron de ser, de los que quisieron ser y no pudieron) que a la que jalea el f¨²tbol o el ciclismo. Claro que intelectuales una categor¨ªa tan amplia que no es dif¨ªcil pertenecer m¨¢s o menos a ella: yo creo que lo dif¨ªcil es lo contrario. Como toda afici¨®n, la de los intelectuales es veleidosa y descontentadiza, pero apasionada. En su obra, Bobbio se?ala algunos notables vaivenes en la actitud de reproche: los intelectuales est¨¢n siempre a la contra para hacerse notar, pero tambi¨¦n son execrables por su d¨®cil conformismo; pontifican sobre lo divino y lo humano para ocupar las p¨¢ginas de los peri¨®dicos o los espacios televisivos, pero juntamente se encierran en su desde?osa torre de marfil, olvidando las inquietudes cotidianas; procuran contentar a todos y no molestar nunca a nadie, aunque tambi¨¦n vociferan a destiempo para d¨¢rselas de enfants terribles; reh¨²yen el compromiso pol¨ªtico o, a¨²n peor, se afilian desvergonzadamente a un partido, etc¨¦tera. Si comen son tragones, si ayunan est¨¢npose¨ªdos por el demonio. Cons¨®lemosnos al ver que la misma cacofon¨ªa rodea a Indur¨¢in: si queda tercero en el Giro, est¨¢ acabado' y ya te lo dec¨ªa yo; si arrasa en la primera etapa contrarreloj, se ac¨¢b¨® el Tour y esto es un aburrimiento. La afici¨®n formada mayoritariamente, no lo olvidemos, por intelectuales, parientes y aspirantes- siempre habla de los intelectuales como de un colectivo homog¨¦neo. En vano amonesta Bobbio: "En las democracias modernas, que son sociedades pluralistas, el poder ideol¨®gico est¨¢ fragmentado, se ejercita en las m¨¢s diversas direcciones, incluso en fuerte contraste entre unas y otras. Cualquier juicio global sobre los intelectuales es siempre inadecuado, desviado, adem¨¢s de objetivamente falso".
?El porqu¨¦ de ese silencio? Sin duda, el cochino inter¨¦s: las prebendas. El sistema establecido, que es el beneficiado por el silencio (por definici¨®n, hablar equivale a criticar o protestar), recompensa mun¨ªficamente a los silentes. ?Han o¨ªdo ustedes alguna vez que un intelectual parlanch¨ªn y antigubernamental haya ganado un premio nacional, haya sido invitado a un viaje a cuenta del Ministerio de Cultura (digamos que a Brasil, por ejemplo), pronuncie una conferencia en un curso de ve rano (o hayan visto dedicado un curso de verano a conferencias sobre ¨¦l), sea Pr¨ªncipe de Asturias, aparezca en espacios de televisi¨®n o de radio, tenga acceso a columnas en la prensa, reciba econ¨®micamente suculentas invitaciones como conferenciante de municipios, cajas de ahorro, etc¨¦tera? Jam¨¢s de los jamases: al intelectual indomable se le conoce porque va vestido de estame?a y con la testa cubierta de ceniza o de espinas. Y si por azar no ocurre as¨ª, si disfruta de m¨¢s o menos iguales beneficios que los vil mente obsequiosos, tampoco es lo mismo. A ¨¦l los premios "no tienen m¨¢s remedio que d¨¢rselos": a los dem¨¢s se los regalan; ¨¦l aprovecha la invitaci¨®n al curso de verano para denunciar los mismos cursos, cosa que nadie m¨¢s se atreve a hacer; ¨¦l per manece injustamente marginado aunque catorce profesores hablen de su obra y descontento porque nunca falta una instancia oficial que no le ha rendido suficiente homenaje. Para el crispado engreimiento del ex celso o del m¨¢rtir profesional todo lo que un colega recibe es privilegio; lo que le dan a ¨¦l, cicatera o tard¨ªa recompensa al m¨¦rito, disminuida por las re presalias contra su insobornable independencia.
Como vivimos en pa¨ªs de funcionarios y opositores, la afici¨®n intelectual tampoco piensa Bobbio "En las m¨¢s que en el escalaf¨®n. El que sube es siempre por recomendaci¨®n: ?pero ya llegar¨¢n los m¨ªos! El puesto que ocupa el "instalado en la mafia cultural" me lo quita precisamente a mi, que no tengo padrinos. Etc¨¦tera. Como parece que se avecina cambio pol¨ªtico, ya se hacen quinielas sobre qui¨¦nes ser¨¢n los nuevos prebendados y cu¨¢ntos cambiar¨¢n de chaqueta. Algunos esperan que un terremoto guberna-, mental logre que la gente lea m¨¢s sus libros o vea m¨¢s sus pel¨ªculas, cuyo fracaso anterior se debi¨® a la corrupci¨®n socialista. Acerbos denunciantes de las insuficiencias de nuestra modernidad (la m¨¢s palmaria de las cuales consiste en rio celebrar debidamente sus obras) profetizan un discurso intelectual nuevo responsable y a la altura de las profundas grietas que se abren en nuestro suelo pol¨ªtico y social" (por cierto, Subirats, no es mucho pedir que un discurso est¨¦ a la altura del suelo: ?puedes lograrlo!). Recuerdan a aquellos de los que se burlaba el Sade de Peter Weiss, que esperaban de la revoluci¨®n mas pesca, un mando mejor o talento po¨¦tico, y cuando vieron que segu¨ªan sacando del r¨ªo botas viejas, durmiendo con un gordo apestoso o cometiendo ripios culparon a la revoluci¨®n por "decepcionarles". Preveo en lontananza una decepci¨®n semejante despu¨¦s de que ganen los buenos. Para prevenirla, y sin intenci¨®n de descorazonar a nadie, les recuerdo lo que en el viejo chiste de Mingote le dec¨ªa el se?or enlutado a la beata inquieta por el clima posconciliar: "Todos los cambios que usted quiera, pero al cielo, lo que se dice al cielo, seguiremos yendo los de siempre".
?Y si los intelectuales se decidieran por fin a hablar? No soy demasiado optimista respecto a los resultados. En primer lugar, por razones hist¨®ricas: la interesante cr¨®nica de Andr¨¦s Trapiello sobre los dimes y diretes de los intelectuales durante la guerra civil espa?ola (Las armas y las letras, editorial Planeta) alarma un tanto sobre la capacidad de an¨¢lisis y raciocinio de algunos maestros venerados que supieron ser primero inoportunos y luego oportunistas. Adem¨¢s, ?y si los intelectuales al hablar no dijeran aquello que
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espera de ellos la afici¨®n que les azuza? Ser¨ªan ferozmente reprendidos, como lo ha. sido Mu?oz Molina por sus dos estupendos art¨ªculos (a¨²n mejor el segundo) a partir del caso Beuys. Por otro lado, ?les escuchar¨ªa alguien? Escuchar a un intelectual no consiste en afiliarle a los del s¨ª o a los del no, a los de pro o a los de contra, sino recoger sus razones, aunque sea para no compartirlas. ?Interesa tanto esfuerzo? Poco antes de las elecciones europeas me telefone¨® una se?orita de la secci¨®n cultural de El Mundo, con motivo de un pr¨®ximo suplemento sobre -?nunca acertar¨ªan!- el silencio de los intelectuales. "Estamos llamando a los firmantes el pasado- a?o de un manifiesto a favor de Felipe Gonz¨¢lez para saber si hoy siguen apoy¨¢ndole". Observ¨¦ que yo nunca hab¨ªa firmado manifiesto tal. "Bueno", concedi¨® magn¨¢nima, "pero, ?sigue usted apoyando al presidente?". Intent¨¦ aclarar si se refer¨ªa a las elecciones europeas, que a mi juicio no trataban sobre Felipe, sino sobre Europa. "Olv¨ªdese de las elecciones: ?sigue apoyando a Felipe?". Ni modo de precisar qu¨¦ era apoyar, para qu¨¦ se le apoyaba, en qu¨¦ condiciones. Cuando apareci¨®, el reportaje ven¨ªa ilustrado con numerosas fotograf¨ªas, distribuidas en tres secciones. Las primeras correspond¨ªan a los que apoyaban sin resquicios al Gobierno. Las segundas eran los independientes, que no le apoyaban (por lo visto, no se pod¨ªa apoyar independientemente al Gobierno, mientras que no apoyarlo era ya se?al indudable de independencia). Los terceros, entre los que me encontraba yo junto a mi querida Rosa Chacel, est¨¢bamos "cambiando de opini¨®n": ?del progubernamentalismo a la independencia! En fin, viva Espa?a. ?El silencio de los intelectuales? M¨¢s vale no hablar.
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