El regreso de Rusia
La escena hubiera sido dif¨ªcil de imaginar hace un a?o, cuando a¨²n se especulaba con la extensi¨®n del proceso disgregador a la Federaci¨®n Rusa y segu¨ªan en alto las espadas entre Yeltsin y el Parlamento dirigido por Jasbul¨¢tov. Ahora, tras los saludables efectos de los ca?onazos de oto?o y del espantajo Zhirinovski, Yeltsin es acogido por el club de los siete grandes y se convierte en pieza clave para la resoluci¨®n (?) del conflicto de Bosnia, mientras conserva las manos libres para actuar a su antojo en el espacio de la antigua URSS y recibe la seguridad de que ninguna ex democracia popular tendr¨¢ entrada en la OTAN. En medio del caos que impera en la pol¨ªtica exterior de Bill Clinton, si hay algo claro es el apoyo resuelto a Yeltsin, admitiendo su pol¨ªtica de reconstrucci¨®n nacionalista como un precio a pagar para eludir males mayores. As¨ª, en vez de la Rusia en ruinas vaticinada en la primavera de 1993, tenemos delante la reaparici¨®n de una gran potencia de perfiles ideol¨®gicos difusos-yano hay fidelidad al zar ni justificaci¨®n p9r la causa del comunismo-, pero con signos claros de continuidad en relaci¨® n a esas ¨¦pocas pasadas.Para empezar, los nuevos pa¨ªses de la ex- URSS no son vistos como algo separado: son blijnee zarubejie, el extranjero pr¨®ximo, y para ellos muy pronto el nacionalismo granruso" por boca del parlamentario Ambarzumov, acu?¨® una especie de doctrina Monroe, en cuanto ¨¢rea reservada para la hegemon¨ªa rusa, que el resto del mundo deb¨ªa respetar. En la pr¨¢ctica, tal y como se dibuja hoy en el espacio de la CEI, la pol¨ªtica de Yeltsin equivale para los socios menores a una reposici¨®n del viejo concepto de, la soberan¨ªa limitada que rigiera para las democracias populares en la era de Br¨¦znev. No son relaciones entre iguales, ni siquiera respecto de las rep¨²blicas b¨¢lticas, externas a la CEI. Yeltsin acaba de record¨¢rselo a Estonia: o acepta sus condiciones para los residentes rusos o la retirada de tropas rusas no tendr¨¢ lugar. Para los miembros de la CEI se reserva el derecho de intervenci¨®n rusa, incluso militar. Y esa posici¨®n hegem¨®nica encuentra un refuerzo en la profunda crisis que afecta a las econom¨ªas de los pa¨ªses separados en 1991. S¨ª entonces la independencia fue, para Bielorrusia o Ucrania, un supuesto recurso de salvaci¨®n ante el desplome econ¨®mico de la URSS, ahora se dan las circunstancias descritas por fray Luis de Le¨®n en el ap¨®logo del sabio miserable: comparativamente, la vida en Mosc¨² es un para¨ªso para el habitante de Kiev o Minsk. Los hijos pr¨®digos vuelven a casa tras la desastrosa experiencia solitaria. Los rusos blancos ya lo han hecho y Yeltsin ha aceptado pagar la enorme factura que para Rusia representa la reunificaci¨®n monetaria. Por fin, las elecciones presidenciales han probado que ni siquiera la resistencia nacionalista ha constituido un obst¨¢culo v¨¢lido para evitar que Ucrania emprenda la misma senda.
El plato roto en las navidades de 1991 va recomponi¨¦ndose a marchas forzadas. No cabe duda de que esa inesperada tendencia se ha visto fortalecida por un contexto de crisis internacional, donde la impotencia occidental en Bosnia se tradujo en ocasi¨®n para Yeltsin de un afortunado ejercicio de paneslavismo, de apariencia pacifista, y por el l¨®gico derrumbamiento econ¨®mico de los restantes componentes de la ex URSS. Pero tambi¨¦n cuenta con el ¨¦xito de una pol¨ªtica intervencionista que tend¨ªa a recordar a los d¨ªscolos, de ser preciso con el uso de la fuerza, que no cab¨ªa otra independencia que la tutelada desde Mosc¨² y en el marco de la CEI. Stalin ganaba as¨ª, curiosamente, una batalla p¨®stuma, quedando clara la utilidad de su tratamiento administrativo del problema nacional, de modo que ninguna pieza pudiera moverse sola en el tablero sin otra que la contrarrestase y diera pie a la injerencia del centro. Transdinstria en armas frente a Moldavia, los abjacios contra Georgia, la guerra civil en este pa¨ªs, armenios contra azer¨ªes, fueron otros tantos episodios de final convergente. Y con especial ¨¦xito en el caso moldavo, logrando invertir la inclinaci¨®n inicial a reunificarse con Rumania. Quiz¨¢ no se trataba ya de hijos pr¨®digos, sino de ovejas descarriadas, pero el punto de destino fue siempre el mismo: el redil de la CEI (y el reconocimiento de la presencia militar rusa en los j¨®venes pa¨ªses independientes).
Queda s¨®lo por resolver el espinoso problema de las minor¨ªas rusas dispersas por la antigua URSS, de Estonia al Kazajist¨¢n. Es un tema sumamente sensible para la opini¨®n p¨²blica rusa, preocupada por las discriminaciones reales que sufren estos 25 millones de compatriotas, pero sin pararse en ning¨²n momento a pensar que algunas de esas emigraciones tienen bastante que ver con los pasados imperialismos, zarista y estaliniano. Son los nuestros (nashe) y basta. M¨¢s que la emoci¨®n suscitada por las amenazas occidentales sobre Serbia, su defensa alienta el nacionalismo y el militarismo en la conciencia social rusa de hoy.
De hecho, una reciente encuesta del Instituto de Marketing e Investigaci¨®n Social muestra hasta qu¨¦ punto el nacionalismo resulta el principal agente de cohesi¨®n social. Ya en la sima pol¨ªtica de comienzos de 1993 sorprend¨ªa que una sociedad en pleno marasmo, golpeada por la p¨¦sima situaci¨®n econ¨®mica, que desconoc¨ªa en qu¨¦ sistema econ¨®mico viv¨ªa y cre¨ªa estar gobernada por la mafia antes que por Yeltsin, arrojara un 39% de respuestas positivas al mantenimiento de Rusia como gran potencia. Ahora esa orientaci¨®n se ha intensificado. Un 77% de los rusos considera deseable la resurrecci¨®n de la URSS, un 79% exhibe su orgullo de ser ruso (un 54% "porque s¨ª) y un 80% opta por un desarrollo hist¨®rico basado en los valores y tradiciones propias. Una vez m¨¢s, la eslavofilia se impone al occidentalismo. Ciertamente, eso no significa desear el regreso de los zares, una dictadura militar o el poder para Zhirinovski, pero s¨ª la preferencia por un poder fuerte, personalizado (63%), acompa?ada de una tajante desconfianza frente a los cauces de participaci¨®n y las instituciones representativas (Parlamento, partidos). En un marco de estimaciones desfavorables para. todo el marco institucional vigente, ¨²nicamente el Ej¨¦rcito alcanza una valoraci¨®n positiva.
En su estudio cl¨¢sico del capitalismo norteamericano, John Galbraith part¨ªa de recordar que el abejorro se permit¨ªa volar, vulnerando las leyes de la f¨ªsica. La Rusia poscomunista puede ser, un segundo ejemplo de esa anomal¨ªa. Sin llegar al imperialismo harapiento propuesto por Zhirinovski, cabe augurar a corto plazo un cierto equilibrio entre una v¨ªa mafiosa al capitalismo, capaz de convertir al antecedente siciliano en un cuento de ni?os, los intereses del complejo industrial-militar, y un poder central, impotente incluso para recaudar impuestos (de ello se encargan las maf¨ªas), pero con una creciente proyecci¨®n exterior, apoyado en ese sentimiento nacionalista donde se conjugan nociones forjadas antes de 1917 con t¨¢cticas y justificaciones de procedencia comunista. El respaldo occidental, diplom¨¢tico y econ¨®mico, significativainente ignorado por los nacionalistas rusos, garantizar¨ªa, como ha ocurrido en este ¨²ltimo a?o, la viabilidad del experimento.
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