Entre la espada y la pared
Querida Nasrin:Te escribe un amigo argelino al que no conoces y que est¨¢ inquieto por tu suerte. En este fin de siglo asistimos a un importante aumento de diversas formas de intolerancia, como si quisieran sustituir a las ideolog¨ªas ca¨ªdas en desuso. En Ruanda, ese min¨²sculo pa¨ªs africano, las luchas tribales han alcanzado la categor¨ªa de genocidio. En Bosnia se contin¨²a con obstinaci¨®n con el proyecto de purificaci¨®n ¨¦tnica. En los antiguos pa¨ªses comunistas nacen y se desarrollan grup¨²sculos neonazis, mientras en Italia los neofascistas entran en el Gobierno. En los pa¨ªses musulmanes, el islamismo causa estragos. La iniciativa de Jomeini de lanzar su fatwa de muerte contra Rushdie no ha tardado en tener ¨¦mulos. Hoy eres t¨² la v¨ªctima. En Argelia, donde se est¨¢ desencadenando un furor asesino, m¨¢s de una treintena de intelectuales de renombre han sido abatidos. En Turqu¨ªa se prendi¨® fuego al hotel en el que estaban reunidos los escritores m¨¢s c¨¦lebres del pa¨ªs. Egipto ha entrado en la tormenta. El ej¨¦rcito sudan¨¦s masacra a los cristianos y animistas del sur del pa¨ªs con el apoyo militar de Ir¨¢n.
Los intelectuales musulmanes se encuentran entre la espada y la pared. Cuando denuncian la falta de democracia de los r¨¦gimen es bajo los que viven, la corrupci¨®n de sus dirigentes, se exponen a las represalias de las autoridades. Si evocan los peligros del actual retomo a la barbarie, se convierten en merecedores de la pena de muerte a ojos de los fan¨¢ticos. Los gobernantes de los pa¨ªses musulmanes saben que sus peores enemigos son esos defensores del islam del que han hecho un instrumento para la conquista del poder. Pero los intelectuales se dan cuenta de que, dada su falta de legitimidad, aquellos que llevan las riendas del pa¨ªs las riendas del pa¨ªs pueden en cualquier momento, presionados por unos cuantos miles de extremistas, aliarse con sus m¨¢s radicales opositores. Tu caso lo ilustra tristemente.
Frente a todos estos peligros, la mayor¨ªa de los intelectuales occidentales, salvo raras y notables excepciones, manifiestan un elegante escepticismo cubierto de una capa de barniz de cultura literaria, y se manifiestan mediante fuegos artificiales de juegos de palabras. Si aceptan dar la limosna de su nombre en llamamientos publicados en los peri¨®dicos, es m¨¢s por el placer de que se lea su apellido que por un apoyo real. Est¨¢n m¨¢s interesados en los cotilleos de la vida literaria de su medio que por las masacres en Bosnia o Ruanda. Saben que escriban lo que escriban, digan lo que digan, su vida no corre peligro. Consideran que las declaraciones, en ocasiones vehementes, de los intelectuales del Tercer Mundo adolecen de una lamentable falta de reserva.
Hoy te has convertido, querida Taslima Nasrin, a cuerpo descubierto, lucha contra la intolerancia. Somos numerosos en ese combate. Creo no necesitar expresarte mi aut¨¦ntica solidaridad, as¨ª como la de la de varios miles de personas de todo el mundo.
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