Nostalgia de Baden Baden
Quienes dicen que Madrid en agosto, sin familia, y con dinero, equivale a Baden Baden, es seguramente porque no conocen Baden Baden. Yo tampoco. Pero si como imagino Baden Baden es un lugar verde y fresco, aire puro, lejanos pelotazos de tenis y frufr¨² de vestidos largos al llegar la noche, entonces, m¨¢s que una exageraci¨®n castiza, el s¨ªmil me parece un abuso nacionalista para ir seduciendo a los votantes. Es como aquello de Madrid, capital europea de la cultura, ?recuerdan?Pero m¨¢s que otra superstici¨®n nacionalista, que no merecer¨ªa un art¨ªculo pues ning¨²n pleonasmo lo merece, lo que tiene de interesante este lugar com¨²n es que prueba para siempre que el que no se consuela es porque no quiere. O lo que es lo mismo, que don Alonso Quijano era un pobre. aficionado y que cualquier militante madrile?o de hoy en d¨ªa ser¨ªa capaz de convertir en Dulcinea, no ya a la buena de Aldonza Lorenzo, sino al mism¨ªsimo Rocinante.
Todo nacionalismo es un acto de fe, como vino a decir Borges en el ¨²nico cuento de amor que escribi¨® Y si resulta un poco miedoso cuando saca las trompetas, las banderas y los tambores, y mucho m¨¢s cuando empieza a medir cr¨¢neos y pigmentaciones de la piel, no deja de resultar pat¨¦tico en el trabajo cotidiano de disfrazar el municipio: ah¨ª nos conocemos todos. Pues anda que no es poca licencia po¨¦tica llamar Baden Baden a este S¨¢hara recalentado por los coches, los aparatos de aire acondicionado y el asfalto.
Tambi¨¦n es verdad que lo que se podr¨ªa llamar nacionalismo consistorial o de campanario es uno de los m¨¢s extendidos, y si se le quiere ver en su m¨¢ximo esplendor, nada como hablar, in situ, con un tendero parisiense, un taxista porte?o (¨¦ste sobre todo en el exterior), un seguidor del Athletic en Bilbao, un se?orito sevillano (si se deja ver) o un barcelon¨¦s cual quiera, nativo o asimilado: por lo general, ¨¦sos son los m¨¢s convencidos, como si tuvieran que persuadirse todo el tiempo de que al emigrar han tomado la decisi¨®n correcta. En el otro extremo, nada c¨®mo hablar con un romano descre¨ªdo para comprender el principio de la relatividad y de que para mucha gente ni siquiera la belleza -esa belleza- compensa del ruido, el atasco, el calor y los se?ores sin apellido paterno que se exhiben en motos por las aceras: Madrid figura en el Guinness por tener el mayor n¨²mero de vecinos motoristas con un blanco en el espacio progenitores de su ficha del censo; bien es verdad que la culpa no es toda de ellos, sino sobre todo del calor, que es el que hace que algunos se sientan vigilantes de playa y se exhiban en camiseta de culturista,-musculosa la llaman los argentinos-, y el que provoca que los, guardias municipales intenten conservarse al fresco de una sombra o de un aire acondicionado, sin saber que con esa inocente pereza, por un misterioso mecanismo gen¨¦tico le quitan el padre a no pocos motoristas. Pero qu¨¦ diablos: todos somos humanos.
No es de extra?ar que Espa?a tenga una historia literaria excepcional. Cuando G¨®ngora llamaba a las cavernas bostezos de la tierra no hac¨ªa sino reflejar el don nacional -llevado a la genialidad por don Miguel- para convertir en gambas las aceitunas. No s¨¦ que treta original, qu¨¦ broma de Mu?oz Seca o qu¨¦ falsificaci¨®n de Arniches ha hecho que una apreciable parte de la poblaci¨®n se haya tragado eso de que no hay nada como agosto en Madrid, una trola tan grande que no. se la cre¨ªan ni los madrile?os alfonsinos, ni los republicanos, cuando Madrid ten¨ªa m¨¢s de treinta peri¨®dicos y no cerraba por la noche.
No alcanzo a comprender por qu¨¦ se suele considerar el verano, este verano justiciero, como una ¨¦poca de liberaci¨®n, y al invierno, ese invierno azul y soleado de Madrid, bendito sea, la estaci¨®n calvinista del trabaj¨® y la culpa: una prueba m¨¢s de hasta qu¨¦ punto estamos colonizados por el hombre blanco. En. lo que a m¨ª respecta el invierno es un tiempo civilizado en el que el hombre, con a naturaleza dominada gracias al abrigo y a la calefacci¨®n (individual), puede dedicarse a la humana actividad de pensar, pasear, cantar, ligar, y dem¨¢s verbos terminados en ar . En tanto que el verano, ese verano que Borges refiri¨¦ndose al de Buenos Aires llamaba indigno, me devuelve a. la cueva y me convierte en un ser temeroso monopolizado por la urgencia de abrir ventanas por la noche, cerrarlas al alba y meter agua de la nevera en el botijo, pendiente de la informaci¨®n meteorol¨®gica (in¨²til: siempre hace sol), al¨¦rgico a la visi¨®n de calcetines o jers¨¦is, adicto a los helados, malhumorado con la simple idea de asomar a la calle antes de las diez de" la noche, v¨ªctima del garraf¨®n de las terrazas, harto de tanta carne. de exhibicionista y, sobre todo, atormentado por la m¨¢s vieja de las oraciones: perd¨®nanos, Se?or, y haz que vuelvan las lluvias.
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