Dinosaurios en Ruanda
Kigali recobra lentamente el pulso, pero el nuevo r¨¦gimen gobierna sobre una poblaci¨®n ausente
ENVIADO ESPECIAL "Igual que los dinosaurios no supieron adaptarse al cambio clim¨¢tico, los africanos no nos hemos adaptado a la nueva era tecnol¨®gica, y por eso estamos condenados a extinguimos". Antoine Nyetera, pintor, escritor y alfarero no puede ocultar su pesimismo , ni sobre el futuro de Ruanda ni sobre el de ?frica. Nyetera es tutsi y, ante el nuevo r¨¦gimen de Kigali, prefiere "esperar y ver", pero cree que si los dirigentes del Frente Patri¨®tico Ruand¨¦s (FPR) "no optan por el perd¨®n, incluso de quienes cometieron las matanzas, el futuro de Ruanda volver¨¢ a ser el del odio y la guerra". Y lo dice un tutsi que no puede ocultar su pesadumbre y a quien los radicales hutus asesinaron a seis familiares.Kigali es una ciudad polvorienta y desmadejada, sin un centro visible, derramada sobre una monta?a rusa de colinas, con largu¨ªsimas avenidas y descampados, calles asfaltadas y caminos de tierra, hoteles que intentan volver a la vida y la noche intransitable de las urbes que carecen de luz el¨¦ctrica.
El hotel M¨¦ridien era el mejor de la ciudad. Ahora sirve de cobijo a parte de la MINUAR (Misi¨®n de Asistencia de las Naciones Unidas a Ruanda). La planta baja est¨¢ forrada de sacos terreros y todos los coches son blancos, con las siglas de la ONU pintadas a los costados. El recepcionista es un casco azul de Ghana que sienta su aburrimiento junto a la tablilla del men¨² del 31 de marzo pasado. No ha variado desde una semana antes de aquel fat¨ªdico 6 de abril, cuando el avi¨®n en que el presidente Juvenal Habyarimana regresaba a Kigali fue reventado por un misil de origen misterioso y se reaviv¨® la guerra civil que llev¨® al FPR a la victoria.
Tras las matanzas que sepultaron la ciudad en un ba?o de sangre y los feroces combates que la dividieron en un d¨¦dalo de frentes, los impactos en algunas viviendas, las se?ales tiroteadas, las casamatas y trincheras dan p¨¢lida cuenta de lo ocurrido. Muchos habitantes han huido, pero Kigali revive lentamente. Hay gente por las calles, como en el barrio de Nyamirambo, presidido por una mezquita, aunque los musulmanes representan apenas el 10% de los habitantes del pa¨ªs, frente a un 67% de cat¨®licos y un 23% de practicantes de cultos tradicionales y animismo. Peque?os establecimientos tachonan la avenida principal: una peluquer¨ªa, donde tres mujeres hacen trenzas de intrincada fantas¨ªa, franquea su puerta junto al estudio de fotograf¨ªa El Porvenir. Pero el miedo existe. Hay controles en algunas calles y con frecuencia pasan furgonetas atiborradas de j¨®venes milicianos armados, con fusiles de asalto. Un anciano tutsi, que acaba de recibir la visita de una sobrina llegada del norte del pa¨ªs, oculta, celosamente su nombre mientras relata que la represi¨®n es muy virulenta y que fuerzas del FPR est¨¢n ejecutando a detenidos del antiguo Ej¨¦rcito ruand¨¦s.
Las matanzas de tutsis a manos de los radicales hutus se cobraron en abril y a principios de mayo cerca de 500.000 vidas. La guerra civil subsiguiente y el ¨¦xodo masivo han dejado un pa¨ªs semivac¨ªo: casi tres millones de ciudadanos, de los siete millones y medio que ten¨ªa Ruanda antes de la guerra, est¨¢n al otro lado de las fronteras. El nuevo r¨¦gimen gobierna sobre un pueblo ausente. Al reconocer la matr¨ªcula de Zaire, un viandante se acerca al taxista y le pregunta si puede llevarle de regreso a Goma. Es un hutu que lleg¨® de exploraci¨®n a Kigali y ahora quiere volver al campo de refugiados donde le espera su familia, para traerla de regreso a casa. De momento, el flujo de los que regresan es apenas un goteo. Pero hay otros que vienen de un exilio m¨¢s lejano. Como Raymond Kayitana, que con 58 a?os, 31 de ellos en Burundi, cree que es la hora de volver. Sastre y padre de ocho hijos, dice que el antiguo r¨¦gimen obligaba a tutsis y hutus a vivir en zonas separadas. Hijo de padre hutu y de madre tutsi, se siente ¨²nicamente "ruand¨¦s".
Antoine Nyetera, de 54 a?os, y su vecina Catherine Musonera, de 34, tutsis los dos, son mucho m¨¢s pesimistas. Pasaron toda la guerra en Kigali y sufrieron amenazas de los radicales hutus (los interahamwe, "los que atacan juntos": la milicia juvenil del partido de Habyarimana) y de la guardia presidencial. Ambos defienden el olvido, evitar la venganza, porque si no "ser¨¢ imposible la reconciliaci¨®n y la guerra volver¨¢ a llenar de sangre el pa¨ªs", dice Catherine, que trabaj¨® para la Cruz Roja hasta que la organizaci¨®n abandon¨® Kigali.
"Una familia vecina de 10 miembros, los Karangwa fue exterminada; ten¨ªan un hijo en el FPR. ?C¨®mo no imaginar que cuando vuelva el hijo querr¨¢ vengarse? Pero ese camino no conduce a ninguna parte", asegura Nyetera, que tiene que vencer su propia tristeza. Un hijo, un hermano, dos sobrinos y dos parientes suyos murieron a manos de los extremistas hutus. A pesar de todo, piensa que lo mejor es una amnist¨ªa, "olvidar para poder vivir". Ella detesta a los europeos, porque durante meses contemplaron impasibles c¨®mo se comet¨ªan matanzas en Ruanda sin intervenir, y ahora, cuando la cat¨¢strofe ya es inmensa, comienzan a preocuparse y a enviar ayuda. "Es como si llegaran con el agua para apagar el fuego cuando de la casa no quedan m¨¢s que ruinas humeantes. A los occidentales no les interesa el pueblo ruand¨¦s, sino el territorio".
El mercado de Nyarmirambo est¨¢ concurrido a mediod¨ªa. Decenas de puestos a la sombra de tejadillos de hojalata. Ala izquierda se sientan los sastres, parapetados tras sus m¨¢quinas de coser Butterfly. En el centro, j¨®venes vendedoras ataviadas con t¨²nicas de colores vivos.
La tarde va despejando calles y avenidas. La noche es muy densa en Kigali, y la luz el¨¦ctrica, privilegio de unos pocos. En el restaurante Tam Tam, el ¨²nico abierto, los clientes beben cerveza caliente y refrescos del tiempo a la luz de las velas. S¨®lo hay condumio a mediod¨ªa, y el plato es ¨²nico: pinchos morunos. Pero a las siete y media la oscuridad es total, y llega la hora de cierre. Kigali duerme otra noche. Antoine Nyetera cree que "?frica est¨¢ habitada por una raza condenada a desaparecer". Traga saliva a trav¨¦s de su largu¨ªsimo cuello, mueve la cabeza y suspira. "Sin ciencia ni tecnolog¨ªa, ?frica ser¨¢ expulsada del sistema econ¨®mico mundial. En realidad ya estamos fuera", concluye con amargura. La espesa noche de Kigali parece darle la raz¨®n.
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