El caso del escritor desle¨ªdo (3)
RELATO DE
De vuelta a casa puso el v¨ªdeo en marcha, mientras le preguntaba a Olvido qu¨¦ tal hab¨ªa salido esta vez. Ella dijo que fatal, mucho peor que la otra noche.-No estoy hecho para esta clase de gansadas -gru?¨® ¨¦l-. ?Por qu¨¦ crees que me he negado durante tantos a?os?
Su mujer puls¨® el mando a distancia y congel¨® la imagen.
-M¨ªrate. Pareces un fantasma.
Estaba, en efecto, un poco m¨¢s desva¨ªdo, m¨¢s transparente. Olvido puls¨® otro bot¨®n y la imagen se anim¨® de nuevo. En cierto momento pod¨ªan verse los rotundos muslos de la azafata con el vaso de agua: avanzaba a su espalda con el vaso en la mano, los muslos movi¨¦ndose r¨ªtmicamente dentro de sus pulmones maltratados por el tabaco, en una singular combinaci¨®n gr¨¢fica de belleza y vigor juvenil y carcoma y tiniebla pulmonar. Neg¨¢ndose a la evidencia, buscando todav¨ªa alg¨²n tipo de excusa, R. L. S. opin¨® que deb¨ªa tratarse de un defecto de filmaci¨®n, una anomal¨ªa t¨¦cnica.
-Que no sabes estar ante las c¨¢maras -dijo su mujer Que no est¨¢s acostumbrado,
-?Crees que deber¨ªa dejarme entrevistar con m¨¢s frecuencia?
-No te vendr¨ªa mal. Pero pareces muy cansado... ?No te encuentras bien?
-Me siento raro.
Despu¨¦s de negarse durante d¨ªas, accedi¨® a someterse a diversas pruebas y an¨¢lisis cl¨ªnicos. Ante su empecinamiento y su man¨ªa en querer compararse, debido a ciertas coincidencias en la sintomatolog¨ªa, con un alkaseltzer o un sidral -dec¨ªa sentir dentro del cuerpo una "efervescencia visceral y an¨ªmica- , el doctor Tr¨ªas sentenci¨®:
-Amigo m¨ªo, el hombre no es otra cosa que un producto qu¨ªmico, y como tal, disolvente. Te supon¨ªa enterado de esta fatalidad; o esta bendici¨®n, seg¨²n se mire.
R. L. S. expres¨® el temor de que su m¨ªnima presencia en la prensa escrita entre 1965 y 1975, apenas media docena de entrevistas -y dos de ellas con el gran Del Arco: brev¨ªsimas- acaso fuera el germen de este virus que ahora causaba su lenta disoluci¨®n.
-Seguramente lo incub¨¦ entonces -dijo-. ?Me has visto en la tele?
-Por supuesto que no -dijo el m¨¦dico.
-Se me ve fatal -se lament¨® cabizbajo- Fatal.
-Jam¨¢s pens¨¦ que eso pudiera preocuparte.
Le dijo que estaba neura, sencillamente, y le recet¨® un complejo vitam¨ªnico, cigarrillos fuera, whisky con agua pero sin hielo y m¨¢s dosis de entrevistas televisivas y tertulias radiof¨®nicas, por nauseabundas y ponzo?osas que le parecieran; cu¨¢ntas m¨¢s, mejor.
-A ver si con un poco de suerte, provocamos una respuesta inmune en el organismo, estimulando alg¨²n tipo de anticuerpo -a?adi¨® el m¨¦dico-. Debes darte prisa. Y mostrarte agresivo, hacerte notar.
Sin pens¨¢rselo dos veces acept¨® otra entrevista en un programa cultural de cinco minutos, titulado con la mayor desfachatez 5 MINUTOS CON LOS LIBROS y emitido a las 2,30 de la madrugada. Lo dirig¨ªa y presentaba un escritor con cara de primate ilustrado, c¨¦lebre por sus haza?as sexuales y sus efusiones m¨ªsticas.
-Gracias por venir, Errelese -le dijo a modo de saludo, ya los dos en el aire- Sabemos que no le gusta ser entrevistado.
-La mitad s¨ª me gusta.
-?C¨®mo la mitad?
-No me gusta ser entre. Vistado s¨ª, lo necesito.
-Le veo muy p¨¢lido. ?No le han maquillado?
-Ya veremos luego c¨®mo estoy. O no veremos, depende.
El conductor del programa se removi¨® inquieto en la silla.
-Bien. Yo s¨¦ que nuestros telespectadores, y sobre todo sus lectores interpretan su presencia aqu¨ª como un deseo de pactar, de normalizar unas relaciones que nunca fueron f¨¢ciles... ?Qu¨¦ les dir¨ªa, a sus lectores?
-Usted me est¨¢ pidiendo que me reconcilie con el mundo. Hasta aqu¨ª pod¨ªamos llegar. Ya puede usted esperar sentado.
-Ja ja. ?Usted no cree en el famoso dicho una imagen vale m¨¢s que mil palabras?
-De ning¨²n modo. Una imagen no vale mil patatas.
-?He dicho mil palabras, compa?ero, no mil patatas!
-Disculpe. Soy un escritor realista.
-Lo sabemos, y le disculpamos por ello. Queridos amigos -con la sonrisa torcida y la voz gangosa, el presentador se dirigi¨® a su audiencia-, esta noche contamos con la presencia escurridiza, legendariamente inestable, por no decir vocacionalmente invisible, de un escritor bastante Ie¨ªdo. Creo que a todos nos gustar¨ªa saber en qu¨¦ anda metido ahora, o por lo menos el t¨ªtulo...
-Moriarty contra la patria.
-?Es una broma?
-No se vayan ustedes- dijo R. L. S. mirando al objetivo de la c¨¢mara-, que pronto llegar¨¢n los tertulianos verborreicos. S¨¦ cuanto les chifla esa escoria.
-Oiga, a ver si nos aclaramos...
-Usted es un charlat¨¢n radiof¨®nico y televisivo, la peor especie de besugo que se da hoy en este pa¨ªs.
_... porque ya nos pasamos de tiempo.
-Bueno, no estoy escribiendo ninguna novela, ahora. Estoy trabajando en una antolog¨ªa de las majader¨ªas televisivas que los espa?oles se tragan sin rechistar. En realidad, en este momento no necesito lectores. Necesito mirones.
Sin disimular su fastidio, el monito presentador se puso a revisar sus notas.
-Veamos. ?Usted cree que el poder utiliza a los intelectuales, o los intelectuales al poder?
-El emputecimiento es mutuo. Las posturas, diversas. Conozco a un escritor que se sirve de los discursos del Rey para citarse a s¨ª mismo.
-?Para qui¨¦n escribe un escritor cuando escribe, Errelese?
-Un escritor cuando escribe, escribe para el escritor que est¨¢ escribiendo en su escritorio.
-O sea, para s¨ª mismo -el presentador ahog¨® un bostezo apretando un bol¨ªgrafo entre los dientes- Mire, yo no he le¨ªdo casi nada de usted, pero me han dicho que usted s¨®lo escribe del pasado.
-Es una gentileza para con mis lectores no contempor¨¢neos. Ustedes, los que comen en el pesebre audiovisual, est¨¢n condenados a no tener pasado.
El monito volvi¨® a consultar sus apuntes. Hab¨ªa entre ¨¦l y su invitado una mesita con un jarr¨®n verde conteniendo una docena de rosas rojas. R. L. S. se levant¨® y coloc¨® el jarr¨®n con las rosas en otra mesa, a su espalda. El monito parlante le pregunt¨® por qu¨¦ lo hac¨ªa, y ¨¦l dijo que las rosas lucir¨ªan muy bien en torno a su espinazo, o tal vez dentro de su est¨®mago, "Veremos", dijo.
-Veremos -repiti¨® el entrevistador, muy mosqueado- Al parecer, esta palabra le encanta. Tengo que rogarle que no insista con sus sarcasmos, Errelese. Hemos comprendido. Sigamos. Usted de ni?o coleccionaba cromos de ciclistas famosos, ?verdad?
-S¨ª. El ciclista que m¨¢s me gustaba era Paulette Goddard, gran escalador, siempre con dos tubolares cruzados sobre el pecho.
-Ya.
-Tambi¨¦n me gustaba mucho Joe Louis, el bombardero de Detroit. ?Conoce?
-M¨¢s o menos.
La entrevista iba de mal en peor, seg¨²n deseaba R. L. S., pero ahora el presentador no parec¨ªa tener prisa por acabar.
-Usted presume de francotirador y de volar como el ¨¢guila solitaria, ?no es cierto? -a?adi¨®.
-Me gustan m¨¢s los pardales. Y las golondrinas, pero s¨®lo aquellas que no vuelven. Mi padre ten¨ªa un perro que lo acompa?aba en su recorrido diario por las tabernas del barrio, y al que sol¨ªa invitar a tapas y agua mineral con unas gotas de an¨ªs. Por supuesto, los dos beb¨ªan con moderaci¨®n.. Las alb¨®ndigas le gustaban mucho a ese perro, y tambi¨¦n los callos. Pero ni mi padre ni el perro comieron jam¨¢s pajaritos fritos. Una vez un tabernero sin escr¨²pulos obsequi¨® al animal con un pajarito frito, el perro lo husme¨®, luego mir¨® a mi padre y le dijo: "Es una golondrina, y de las que vuelven". Entonces mi padre le arre¨® una buena nata al tabernero y se fueron de all¨ª.
-Es una historia demasiado natural. Perm¨ªtame ahora una pregunta tal vez un poco incisiva y que nunca le habr¨¢n hecho, seguramente: ?novela urbana o novela social?
-Novela escalivada.
-?Por qu¨¦ se hace el longuis? -el monito dicharachero esboz¨® una sonrisa ir¨®nica muy esquinada- ?No ser¨¢ que no sabe qu¨¦ responder?
R. L. S. medit¨® cerrando los ojos. Sent¨ªa el est¨®mago lleno de aire y se desabroch¨® la americana, y en este momento todos los telespectadores (nueve, seg¨²n revelaron los ¨ªndices de audiencia) pudieron verlo desde sus hogares: dentro del abdomen, enredadas en las rayas de la camisa y en un p¨¢lido laberinto de intestinos, estallaban doce rosas rojas en un jarr¨®n verde. Una cristalina efusi¨®n, una transparencia perfecta.
-Es usted un botarate -dijo finalmente R. L. S.
-Lo mismo digo, compa?ero. En fin, ya sabe usted que en televisi¨®n el tiempo es oro...
-Cuando no es mierda.
-Est¨¢ bien, vale. Gracias por venir, y buenas noches.
-Muy buenas.
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