La mujer oculta de Torre Espa?a
Sonaron todos los pitidos posibles y dos guardias de seguridad se le acercaron disuasorios. Carvalho se vaci¨® de metales, pero el pitido sigui¨® denunci¨¢ndoles.-?Lleva pastillas?
-Una farmacia.
El guardia le inst¨® a que dejara en una bandeja todas las pastillas indicadas y contraindicadas que llevara en los bolsillos.
-Todo bajo control.
Una vez superada la hostilidad de la m¨¢quina y el desd¨¦n de aquellos mozos nacidos para ser guardias privados de una entidad p¨²blica, Televisi¨®n Espa?ola, Carvalho se dio cuenta de que no hab¨ªa pasado lo peor. Mar¨ªa Lucerna no exist¨ªa. Ni siquiera reduci¨¦ndola a Maruja, Maru, Mari, Ma... no sal¨ªan las cuentas de personal y fueron convocados uno de los m¨¢s antiguos de la plantilla de TVE y otro de los m¨¢s nuevos, por si se trataba de una antiqu¨ªsima empleada o de una reci¨¦n contratada provisional.
-?Mar¨ªa Lucerna!
Evoc¨® finalmente un ex presentador de telenoticias anteriores a la inauguraci¨®n del Valle de los Ca¨ªdos, en 1959. Empez¨® a so?ar el pobre hombre...
-Soltanto la vita, / soltanto i tuoi occhi.
Una furtiva l¨¢grima desbord¨® el lagrimal agrietado del veterano.
-La emoci¨®n. Era una hermosa mujer que trabajaba en los departamentos de documentaci¨®n. Italiana de origen, pero creo recordar que muri¨® poco despu¨¦s de que Franco nombrara sucesor a Juan Carlos... o no... fue despu¨¦s de la voladura de Carrero.
Hubo cierto debate al respecto y la noticia de que hab¨ªa una desaparecida en Torre Espa?a ya hab¨ªa llegado a los m¨¢s altos pisos, donde los estados mayores discut¨ªan si los iba a echar el Gobierno del PSOE para aplacar a las derechas o los echar¨ªan las derechas para aplacarse a s¨ª mismas cuando vencieran al Gobierno del PSOE. Una tercera hip¨®tesis era que una vez las derechas en el poder les conservar¨ªan el puesto para molestar al PSOE.
-Tantos a?os insistiendo para que nos echen y luego nos ratifican. ?Atenci¨®n al dato! ?Fino, fin¨ªsimo!
Pero el optimista fue rodeado de melancol¨ªa y reducido al silencio. Tal vez para salir del clima de pesimismo que convocaba nubes en torno de los m¨¢s altos pisos del edificio, el mism¨ªsimo director general, Ram¨®n Colom, se aplic¨® a solucionar el misterio de Mar¨ªa Lucerna. Se puso al frente de una comitiva a la que abr¨ªan paso los guardias de seguridad y la cerraba Carvalho, complacido con el embrollo que hab¨ªa armado. -Seamos a la vez deductivos e inductivos -propuso Colom.
-Si era una documentalista, cuando se trasladaron estos servicios de Prado del Rey, ?d¨®nde se instalaron?
Hasta los guardias.de seguridad elogiaron la perspicacia del director. En los despachos de documentaci¨®n no sab¨ªan qui¨¦n era Mar¨ªa Lucerna.
-Como no sea esa vieja que le canta al periquito.
Y a por la vieja fueron. La puerta de su despacho angular y casi inadvertible a simple vista se abri¨® y ante la comitiva apareci¨® una anciana rodeada de fastuosas telara?as dir¨ªase que tejidas con lanzadera. La mujer le cantaba a un periquito de cabecita perspicaz asomado a las rejas de su jaula.
-Al veintidue / sognabo / ormai l'amore / con un fascista / magro d'oltre Poo...
Los ojos azules de la anciana pararon los pies a la comitiva detenida en el dintel.
-?Mar¨ªa Lucerna?
Pregunt¨® Colom. La anciana asinti¨® con coqueter¨ªa, como si lo aceptara, pero no del todo.
-?Mar¨ªa, est¨¢s viva!
Exclam¨® conmovido el presentador reliquia.
-?Ha cobrado usted todas las pagas... las cinco anuales ... ? ?Sigue en n¨®mina?
Demand¨® el director general, pero la mujer ten¨ªa otras curiosidades.
-Yo siempre he cobrado con fondos reservados. ?Son ustedes flechas negras?
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