Estafa taurina
Una gran estafa taurina aconteci¨® ayer por partida doble a escasa distancia del monasterio de El Escorial. De un lado, los bochornos¨ªsimamente romos pitones (es un decir) de todos los toros que saltaron al ruedo, rechazados mayoritariamente por los veterinarios de servicio y autorizados por el alcalde de San Lorenzo, Francisco Gonz¨¢lez, que adem¨¢s presidi¨® la parodia, De otro, la vulgar actuaci¨®n frente a tan terror¨ªficos bicornes (es un decir) de un Aparicio ayuno de musa y con jindama en demas¨ªa.Hasta-sus m¨¢s enfervorecidos e incondicionales seguidores, con abundant¨ªsima presencia de los del clavel, diluyeron su apoyo y debieron sentirse estafados. Porque los sucesos en el ruedo no destilaban esensias de toreo, sino apestosos efluvios.
Varias ganader¨ªas / Aparicio
Toros de Domingo Hern¨¢ndez, Sayalero, Los Bayones, Atanasio Fern¨¢ndez, Sep¨²lveda y N¨²?ez del Cuvillo, de escasa presencia y juego, muy flojos y sospechos¨ªsimos de pitones. Julio Aparicio, ¨²nico espada: -estocada desprendida (oreja protestada); estocada (algunas palmas); dos pinchazos y estocada baja (silencio); metisaca y estocada ca¨ªda (silencio); estocada perpendicular trasera baja y descabello (m¨¢s pitos que palmas); pinchazo, bajonazo y descabello (pitos).Plaza de San Lorenzo de El Escorial, 10 de agosto. Segunda de feria. Tres cuartos de entrada.
La inestimable colaboraci¨®n del us¨ªa, que subi¨® al palco tras saltarse a la torera el rechazo de los veterinarios a nueve de los 11 toros (es un decir) que reconocieron, fue fundamental en la pantomima. El hombre hizo lo que pudo para a?adir loor y gloria a la anunciada gesta del artista de la magia, el desmayo y el embrujo ca?¨ª. Desde ocupar el palco, donde en principio iba a sentarse el teniente de alcalde, Justo S¨¢nchez -quien tuvo la osad¨ªa de dar la raz¨®n a los facultativos-, hasta practicar la elegancia social del regalo con la ¨²nica oreja que cort¨® Aparicio.
Intervenci¨®n de El Jaro
Este trofeo lo ped¨ªan siete espectadores, pero la vergonzosa intervenci¨®n de El Jaro, banderillero del artista, azuzando al cotarro y perdonando la vida al us¨ªa con una mirada, logr¨® que ¨¦ste aflorara tambi¨¦n su pa?uelo. Oreja m¨¢s o menos, daba igual, porque al otrora triunfador en San Isidro se las pusieron como al que orden¨® construir el monasterio y peg¨® un petardazo.Aparicio no supo aplicar la f¨®rmula perfecta para el ¨¦xito en corridas de un s¨®lo espada: variedad, intensidad y brevedad. No hubo variedad por su tenaz insistencia en ver¨®nicas, con un ¨²nico quite por chicuelinas, redondos y naturales, con alg¨²n inspirado adorno suelto. Falt¨® la intensa emoci¨®n porque falt¨® el toro. Y tard¨® casi dos eternas horas y media en despenar a sus esmirriados bureles.
Una p¨¦sima sombra de s¨ª mismo, desangelado y ap¨¢tico, le hubieran cambiado a Aparicio la faz por l¨¢ de Jesul¨ªn, por ejemplo, y en nada se hubiera notado en cuanto al toreo que alumbr¨®. Es un decir. Y qu¨¦ otra cosa peor se puede decir.
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