Mi t¨ªo Mario
Relato de Julio Llamazares?ltimo cap¨ªtulo
Las romp¨ª yo -le confes¨® t¨ªa Gigetta, cuando t¨ªo Mario le pregunt¨® al d¨ªa siguiente, despu¨¦s de decirle que se lo hab¨ªa contado t¨ªo Carlo.No le dijo que hab¨ªa estado con Marcia. Simplemente que t¨ªo Carlo le hab¨ªa dicho que ¨¦sta le hab¨ªa seguido escribiendo durante a?os.
T¨ªa Gigetta se qued¨® desconcertada. Sab¨ªa ya que algo pasaba (porque se ol¨ªa en el aire), pero lo que menos pod¨ªa pensar es que fuera a aparecer la griega que hab¨ªa sido su rival hac¨ªa ya cuarenta a?os.
-?Y por qu¨¦ lo sabe Carlo? -le pregunt¨® t¨ªa Gigetta, entre confusa y avergonzada.
-Porque se lo dijo ella -le respondi¨® t¨ªo Mario.
-?Ella?
-S¨ª, ella -dijo t¨ªo Mario, muy serio- Al parecer, le ha seguido llamando de vez en cuando.
t¨ªa Gigetta no sal¨ªa de su asombro. Cuando pensaba ya que la griega estaba enterrada debajo de un mont¨®n de tiempo y a miles de kil¨®metros de distancia, de nuevo reaparec¨ªa como si fuese un fantasma. Y lo peor es que parec¨ªa que a su marido segu¨ªa import¨¢ndole.
-Las romp¨ª yo -le dijo- aprovechando que entonces era tu secretaria, ?te acuerdas? Pero no creo que eso ya tenga importancia.
-Depende -dijo t¨ªo Mario.
-?Depende? -le pregunt¨® t¨ªa Gigetta, extra?ada.
T¨ªo Mario no respondi¨®. Se levant¨® de la silla y fue hasta la cocina, a buscar un vaso de agua. Luego, volvi¨® a sentarse.
-Yo estaba enamorada de ti -le confes¨® t¨ªa Gigetta, casi llorando- Y ten¨ªa que soportar cada d¨ªa ver c¨®mo la escrib¨ªas y, adem¨¢s, tener que darte sus cartas. Comprender¨¢s que no era muy agradable. As¨ª que un d¨ªa decid¨ª romperlas, una tras otra, seg¨²n iban llegando, para que pensaras que te hab¨ªa olvidado. Al fin y al cabo, estar¨¢s de acuerdo conmigo en que eso iba a ocurrir tarde o temprano. No hay amor que resista la distancia.
T¨ªa Gigetta hizo un alto en su relato. Mir¨® a t¨ªo Mario, que la escuchaba muy serio, como si ¨¦l estuviera tambi¨¦n a miles de kil¨®metros de distancia.
-Pero no s¨¦ a qu¨¦ viene ahora hablar de ello -concluy¨® t¨ªa Gigetta, levant¨¢ndose tambi¨¦n a beber agua.
T¨ªo Mario no dijo nada. Esper¨® a que volviera y, cuando s¨¦ sent¨® de nuevo, le dijo, mir¨¢ndole fijamente a los ojos:
-Acabo de estar con ella.
- ?Con qui¨¦n? -pregunt¨® t¨ªa Gigetta, cada vez m¨¢s desconcertada.
-Con Marcia.
-?Con Marcia ... ? ?Qui¨¦n es Marcia?
-Lagriega, como t¨² la llamas.
T¨ªa Gigetta se qued¨® helada. Ya no sab¨ªa siquiera de qui¨¦n estaban hablando. Lo que empez¨® hac¨ªa ya un rato con una simple pregunta se estaba convirtiendo poco a poco en una extra?a amenaza.
-?D¨®nde? -acert¨® a¨²n a preguntarle, sin embarg¨®.
-En Grecia -dijo t¨ªo Mario.
-??En Grecia?! ?De verdad has estado en Grecia? -repiti¨® t¨ªa Gigetta, titubeando.
-Hasta ayer -dijo t¨ªo Mario.Le cont¨® el viaje. Desde que sali¨® de casa hasta que regres¨® a N¨¢poles. Ve? nte d¨ªas . con sus noches, incluyendo la semana que pas¨® en Grecia con Marcia. Lo hizo tratando de no h¨¦rirla, pero sin ocultarle ning¨²n detalle.
T¨ªa Gigetta estaba llorando. En cuanto t¨ªo Mario empez¨® a contarle, ella rompi¨® a llorar y ya no pudo dejar de hacerlo en todo, el rato. Al final, ya apenas le escuchaba.
-Ahora ya sabes por qu¨¦ he tardado tanto -concluy¨® ¨¦ste cuand o acab¨® su relato.
T¨ªa Gigetta se sec¨® las l¨¢grimas. Estaba tan asustada que apenas pod¨ªa ya contenerse ni mirar a t¨ªo Mario a la cara.
?ste, en cambio, la segu¨ªa mirando fijamente.
-?Y qu¨¦ piensas, hacer ahora? -le pregunt¨® t¨ªa Gigetta, temblando, cuando por fin consigui¨® secarse las l¨¢grimas.
-Marcharme -le respondi¨® t¨ªo Mario.
Y, antes de que t¨ªa Gigetta pudiera decirle nada, se levant¨® de su sitio y sali¨® de casa.
Lo que pas¨® a continuaci¨®n es f¨¢cil imaginarlo. A m¨ª me lo cont¨® mi madre, primero, y, luego, el propio t¨ªo Mario, cuando fui a visitarle a Grecia las pasadas vacaciones de verano. Era el primero que le iba a ver desde que se fue de casa.
Al parecer, t¨ªa Gigetta llam¨® primero a mi madre, luego a sus hijos y, finalmente, a t¨ªo Carlo. Para que trataran de convencerle de que no hiciera la locura que pensaba.
Ninguno consigui¨® nada. T¨ªo Mario estaba ya decidido y ni siquiera el c¨¢ncer -pod¨ªa pararte. Porque a. ¨¦l recurrieron t¨ªa Gigetta y sus hijos -que en seguida tomaron partido por su madre- cuando Vieron que no hab¨ªa forma de convencer a su padre. Hasta el m¨¦dicoIntervino para intentar lograr que se quedara en casa.
Pero fue in¨²til, Todos los intentos resultaron vanos. T¨ªo Mario dec¨ªa que se iba, y se marchaba.
Se fue un d¨ªa temprano sin despedirse de nadie. Solamente de mi madre. La llam¨® desde el puerto, antes. de coger el barco, y le encargo que cuidase de t¨ªa Gigetta y que le llamara de vez en cuando para contarle c¨®mo estaban sus hijos y sus hermanos (sab¨ªa que,. salvo ella y t¨ªo Carlo, todos hab¨ªan tomado partido por t¨ªa Gigetta y que ninguno volver¨ªa- a dirigirle la palabra).Ni siquiera se llev¨® nada. S¨®lo la ropa que ten¨ªa puesta y, eso s¨ª, el viejo Fiat destartalado en el que yo viaj¨¦ por primera vez, aunque fuera solamente por el barrio, y en el que me llev¨® a recorrer la isla cuando fui a visitarle este verano.
Final. Esta historia, que es cierta, a¨²n no ha acabado. T¨ªo Mario ,sigue viviendo en Greci¨¢ con Marcia y de vez en cuando escribe y le manda postales y fotos a mi madre; las ¨²ltimas, en la playa comiendo con unos amigos y bailando un sirtaki con Marcia. Los m¨¦dicos le hab¨ªan dicho que le quedaban meses de vida y de eso hace ya tres a?os.
A partir de ma?ana comienza la publicaci¨®n de Un asunto de honor, relato en siete cap¨ªtulos de Arturo P¨¦rez-Reverte, ilustrado por Jorge Gay.
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