Un asunto de honor
No, s¨¦ c¨®mo lo hice, pero el caso es que lo hice. S¨¦ que en la puerta aspir¨¦ aire, como quien va a zambullirse en el agua, y luego entr¨¦. Del resto recuerdo fragmentos: la cara de la Nati al verme aparecer de nuevo en el puticlub, las carnes viscosas de Porky cuando le asest¨¦ un rodillazo en los huevos. Lo dem¨¢s es confuso: las chicas pegando gritos, la Nati tir¨¢ndome un cuchillo de cortar jam¨®n a la cara y fall¨¢ndome por dos dedos, el pasillo largo como un d¨ªa sin tabaco y yo aporreando las puertas, una que se abre y el portugu¨¦s Almeida que me tira una hostia con la hebilla de su cintur¨®n mientras, por encima de su hombro, veo a la ni?a tendida en una cama. -?Qu¨¦ haces aqu¨ª, cabr¨®n? -me dice.
La ni?a tiene la marca de un correazo en la cara, y el diente de oro del portugu¨¦s Almeida me deslumbra, y yo me vuelvo loco, as¨ª que agarro por el gollete una botella que est¨¢ sobre la mesa, la casco en la pared y le pongo a mi primo el filo justo debajo de la mand¨ªbula, en la car¨®tida, y el fulano se rila por la pata abajo porque los ojos que tengo en esos momentos son ojos de matar.
-Nos vamos, chiquilla.
Y ella no dice esta boca es m¨ªa, sino que agarra su mochila, que est¨¢ en el suelo junto a la cama, y se desliza r¨¢pida como una ardilla por debajo de mi brazo, el mismo con el que tengo agarrado por el cuello al portugu¨¦s Almeida. Y as¨ª, con el filo de la botella toc¨¢ndole las venas hinchadas, nos vamos a reculones por el pasillo, salimos a la barra del puticlub, y la Nati, que sigue estando buena aun de mala leche, me escupe:
-?Esta la vas a pagar!
Porky, que rebulle por el suelo con las manos entre las ingles, nos mira con ojos turbios, sin enterarse de nada, y el portugu¨¦s Almeida me suda entre los brazos, un sudor pegajoso y agrio que huele a odio y a miedo. Unos clientes que est¨¢n al fondo de la barra intentan meterse en camisa de once varas pero esta noche mi vieja debe de estar rezando por m¨ª en el cielo donde van las viejitas buenas, porque un par de colegas, dos camioneros que me conocen de la ruta y est¨¢n all¨ª de paso, se le plantan delante a los otros y les dicen que cada perro se lama su pijo, y los otros dicen que bueno, que tranquis. Y se vuelven a sus cubatas.
Total. Que fue as¨ª, de milagro, como llegamos hasta el cami¨®n, con todo el mundo amontonado en la puerta, mirando, mientras la Nati largaba por esa boca y el portugu¨¦s Almeida se me deshidrataba entre el brazo y la botella rota.
-Sube a la cabina, ni?a.
No se lo hizo decir dos veces, mientras yo pasaba entre el coche f¨²nebre de Porky y mi cami¨®n, rodeando el otro lado sin soltar mi presa. S¨®lo en el ¨²ltimo segundo le pegu¨¦ la boca a la oreja al macr¨®:
-Si la quieres, ve a buscarla al cuartelillo de la Guardia Civil.
Lo que era un farol que te cagas, Manol¨ªn; pero es cuanto se me ocurr¨ªa en ese momento. Despu¨¦s afloj¨¦ el brazo y tir¨¦ la botella, y cuando el portugu¨¦s Almeida se revolvi¨® a medias, le di un rodillazo en el f¨¦mur, como hac¨ªamos en El Puerto, y lo dej¨¦ en el suelo, con el diente haci¨¦ndome se?ales luminosas, mientras arrancaba el Volvo y sal¨ªamos, la ni?a y yo, a toda leche por la carretera. Al hacerlo me llev¨¦ por delante la aleta y una rueda del Opel Calibra del portugu¨¦s.
Pasaba la media noche e iba habiendo menos tr¨¢fico, faros que iban y ven¨ªan, luces rojas en el retrovisor. La cara B de Los Chunguitos transcurri¨® entera antes de que dij¨¦ramos una palabra. Al tantear en busca de tabaco encontr¨¦ su libro. Se lo di.
-Gracias -dijo. Y no supe si se refer¨ªa al libro o al esparrame de Jerez de los Caballeros.
Pasamos Fregenal de la Sierra sin novedad. Yo acechaba, los faros de alg¨²n coche sospechoso, pero nada llamaba mi atenci¨®n. Empec¨¦ a confiarme.
-?Qu¨¦ piensas hacer ahora? -le pregunt¨¦.Tardaba en responder y me volv¨ª a mirarla, su perfil en penumbra fijo al frente, en la carretera.
-Me dijiste que ibas a Portugal. Al mar. Y yo nunca he visto el mar.
-Es como en las pel¨ªculas -dije yo, por decir algo-. Tiene baros. Y olas.
Adelant¨¦ a un compa?ero que reconoci¨® el cami¨®n y me salud¨® con una r¨¢faga de luces. Despu¨¦s volv¨ª a mirar por el retrovisor. Nadie ven¨ªa detr¨¢s, a¨²n. Me acord¨¦ de la correa del portugu¨¦s Almeida y alargu¨¦ la mano hac¨ªa el rostro de la ni?a, para verle la cara, pero ella se apart¨®.
-?Te duele?
-No.
Encend¨ª un momento la luz de la cabina, y pude comprobar que apenas ten¨ªa ya marca. El hijo de la gran puta, dije.
-?Qu¨¦ edad tienes, ni?a? -pregunt¨¦.
-Cumplir¨¦ diecisiete en agosto. As¨ª que no me llames ni?a.
-?Llevas documento de identidad? Quiz¨¢ te lo pidan en la frontera.
-S¨ª. Nati me lo sac¨® hace un mes -guard¨® silencio un instante- Para trabajar de puta hay que tenerlo.
En Jabugo paramos a tomar caf¨¦. Ella pidi¨® Fanta de naranja. Hab¨ªa un coche de los picoletos en la puerta del bar, as¨ª que me atrev¨ª a dejarla sola un momento mientras yo iba a los servicios para echarme agua por a cabeza y diluir adrenalina. Cuando volv¨ª con la camiseta h¨²meda y el pelo goteando se me qued¨® mirando un rato largo, primero la cara y luego los tatuajes de los brazos. Me beb¨ª el caf¨¦ y ped¨ª un Magno.
-?Qui¨¦n es Trocito? -pregunt¨® de pronto.
Me calc¨¦ el co?ac sin prisas.
-Ella.
-?Y qui¨¦n es ella?
Yo miraba la pared del bar: jamones, ca?a de lomo, llaveros, fotos de torero, botas de vino las Tres Zetas.
-No lo s¨¦ . La estoy buscando.
?Llevas tatuado el nombre de alguien a quien todav¨ªa no conoces?
-S¨ª.
Removi¨® su refresco con una pajita.
-Est¨¢s loco. ?Y si no encuentras nunca a nadie que se llame as¨ª?
-La encontrar¨¦ -me ech¨¦ a re¨ªr-. A lo mejor eres t¨².
-?Yo? Qu¨¦ m¨¢s quisieras -me mir¨® de reojo y vio que a¨²n me re¨ªa-. Idiota.
La amenac¨¦ con un dedo.
No vuelvas a llamarme idiota -dije- o no subes al cami¨®n.
Me observ¨® de nuevo, esta vez m¨¢s fijamente.
-Idiota -y sorbi¨® un poco de Fanta.
-Guapa.
La vi sonrojarse hasta la punta de la nariz. Y fue en ese momento cuando me enamor¨¦ de Trocito hasta las cachas.
-?Por qu¨¦ subiste a mi cami¨®n?
No contest¨®. Hac¨ªa un nudo con la pajita del refresco. Por fin se encogi¨® de hombros. Unos hombros morenos, preciosos bajo la tela ligera del vestido oscuro estampado con florecitas.
-Me gust¨® tu pinta. Pareces buena persona.
Me remov¨ª, ofendido.
-No soy buena persona. Y para que te enteres, he estado en el talego.
-?El talego?
-El maco. La c¨¢rcel. ?A¨²n quieres que te lleve a Portugal?
Mir¨® el tatuaje y luego mi cara, como si me viera por primera vez. Luego, desde?osa, deshizo y volvi¨® a hacer el nudo de la pajita.
-Y a m¨ª qu¨¦ -dijo.
Vi que el coche de los picos se mov¨ªa de la puerta, y comprend¨ª que la tregua hab¨ªa terminado. Puse unas monedas sobre el mostrador.
-Habr¨¢ que irse -dije.
En la puerta nos cruzamos con Triana, un colega que acababa de aparcar su trailer frente al bar. Y me dijo que acaba de o¨ªr hablar del portugu¨¦s Almeida y de nosotros por el VHF. Por lo visto, ¨¦ramos famosos. Todos los camioneros de la Nacional 435 estaban pendientes del asunto.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.