Penitencia posveraniega
No hay tu t¨ªa. Por m¨¢s que nos empe?emos, por mucho que hayamos rezado a nuestros santos preferidos, llega el momento de tener que aguantar el suplicios de todos finales de verano. No, no se trata del simple hecho de, volver a enfrentarse con la cruda realidad del trabajo, azote de nuestro siglo. Ni de volver a perder tiempo, dinero y paciencia en los atascos que nos esperan. Ni siquiera el caer en la cuenta de que todo sigue igual, comentario antigubernamental de Carrascal incluido. El mayor tormento, la m¨¢s cruel de las pesadillas, los sufriremos, como todos los a?os por estas fechas, al tener que soportar, de la forma m¨¢s estoica y a la vez interesada posible, las mil y una historias-aventuras de nuestros amigos-colegas-compa?eros de trabajo a la vuelta de sus vacaciones.En un arrebato de conciencia social, mezclado con la necesaria arrogancia que tantas veces transforma al cronista en predicador, cabr¨ªa la posibilidad de "ponerme la bata" y, con la supuesta sabidur¨ªa que siempre se le supone al escribiente-orador-comunicador, ense?ar al que no sabe, en este caso a cualquier despistado lector, y explicarle c¨®mo eludir esta plaga. Pero ni los dioses me han dotado de la posesi¨®n de la verdad absoluta, cualidad tan frecuente en nuestros d¨ªas, ni aunque quisiese lo lograr¨ªa. Estamos ante un caso de ineludible cumplimiento, una de esas penitencias por las que me imagino que pagamos por pecados anteriores, como no atender en clase, decir tacos de peque?os o dedicarse a placeres solitarios no contemplados en la Constituci¨®n. Y es que, nos guste o no, nadie se resiste al poderoso influjo de narrar, con diverso lujo de detalles, los avatares de sus vacaciones.
No todo el mundo lo hace de la misma forma. En cabeza de los espec¨ªmenes de mayor peligro, y de los cuales m¨¢s vale huir como de la peste, se encuentran aquellos que se desplazan por el mundo con una c¨¢mara de v¨ªdeo bajo del brazo. Son los temidos y temibles turistas videoaficionados. Bajo una apariencia inofensiva esconden una voluntad de hierro a la hora de mostrar al resto del universo los maravillosos sitios que han conocido. La estrategia del videoaficionado se inicia con una cordial invitaci¨®n a cenar en su casa. "Ven¨ªos, preparo algo y me cont¨¢is lo de vuestras vacaciones en Costa Rica". Es el cebo infalible. Al poco de llegar, te das cuenta de que lo de Costa Rica no suscita mayor inter¨¦s que el par de preguntas de cortes¨ªa. Casi sin comerlo ni beberlo, la velada se convierte en un monogr¨¢fico de m¨¢s de dos horas, apoyadas en un v¨ªdeo p¨¦simamente grabado, sobre el viaje de los anfitriones. La primera media hora haces alguna que otra pregunta, la segunda simplemente miras fijamente al televisor y, a partir de entonces, te abandonas d¨¢ndote a la bebida. A¨²n existe una combinaci¨®n todav¨ªa peor. Es la del viajero-videoaficionado-reci¨¦n casado, mortal de necesidad. Por el mismo precio, te ense?an el v¨ªdeo de la boda y el d¨¦ la luna de miel. Si se sobrevive a tama?o suplicio, el cielo est¨¢ ganado.
Una subespecie de los videoaficionados son los amantes de la fotograf¨ªa. Cada foto tiene una historia, lo que al final se convierte en cientos de historias. A ¨¦stos se les puede lidiar con una mayor facilidad si uno logra colocarse lejos del artista, y as¨ª poder pasar las fotos de los innumerables carretes con mayor celeridad. Terminados los carretes, ya s¨®lo falta desviar la conversaci¨®n hacia otros terrenos menos escabrosos.
Luego tenemos al viajero competitivo, tambi¨¦n conocido como "lo tuyo y cien kil¨®metros m¨¢s", al m¨¢s puro estilo Aznar. Le vale todo, lo bueno y lo malo. Si has pasado cinco horas de espera tirado en el aeropuerto, a ¨¦l le pill¨® una huelga de controladores y estuvo diez. Si tu hotel era bueno, el suyo era mejor. Si por casualidades de la vida entablaste relaci¨®n con una nativa, ¨¦l lo hizo con dos o tres, y gratis. Si tu viaje te cost¨® 150.000 pesetas, ¨¦l se fue a un sitio mejor y mucho m¨¢s barato. Si encontraste una playa grande y solitaria, la suya doblaba en tama?o y hasta su llegada no hab¨ªa puesto pie el ser humano. Si pillaste una colitis que te ibas por el cuarto de ba?o, a ¨¦l casi le tienen que llevar a un hospital. Un aut¨¦ntico co?azo de personaje.
La relaci¨®n es muy extensa, por lo. que, a falta de espacio, rese?aremos un par de tipos muy habituales. El viajero alucine-guay-dabuten-chachi-demasiao, al que la naturaleza no le ha dotado de excesivo don de palabra: "Estuvimos en un sitio de alucine-guay-dabuten-chachi-demasiao, y nos pas¨® una historia de alucine-guay-dabuten-chachi-demasiao". Y, por ¨²ltimo, el viajero-aventura, al que cualquier cosa, incluso registrarse en un hotel, con un poco de labia e imaginaci¨®n puede convertirse en Indiana Jones en busca del arca perdida.
Que las fuerzas del bien nos protejan de todos ellos.
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