R¨¦cords
Estar de vacaciones tiene sus ventajas. Algunas, como visitar bosques de hayas o arquitectura popular, son evidentes por s¨ª mismas. Pero otras son m¨¢s elaboradas, pues precisan el contraste con el resto del a?o para poder saborearlas. Algo as¨ª me ha pasado a m¨ª este mes, al descubrir que se puede vivir despreocupado de la cosa p¨²blica. Durante el curso pol¨ªtico te acostumbras a vigilar la actualidad para poder exprimirle el jugo y destilarlo en las columnas. Pero cuatro semanas sin hacerlo te permiten recuperar distancia, pues alejarte del escenario del poder te devuelve la ecuanimidad.La clase pol¨ªtica la forman cuatro clases de actores, que representan sus papeles ante el coro de espectadores que les contemplan: los altos cargos de la Administraci¨®n, los directivos de las grandes empresas, los periodistas y los militantes de partidos o sindicatos que cuentan con responsabilidad. Pero la obra que ponen en escena s¨®lo es inteligible para los iniciados que la protagonizan o contemplan. En eso es algo tan cerrado como el gueto del mundo de los toros. Vista desde dentro parece tan apasionante y llena de fragor e incertidumbre como una pieza shakespeariana. Pero vista desde fuera parece la jaula de los osos blancos que hab¨ªa en el antiguo zoo del Retiro, con los animales repitiendo los mismos gestos maquinales que les dejaba el escaso espacio en que se encerraban, totalmente ajenos a la incomprensi¨®n del p¨²blico curioso que aburridamente les observaba.
A la vuelta de vacaciones observas a los pol¨ªticos y te vuelven a parecer los mismos osos blancos de siempre, como si este mes no hubiese pasado para ellos y continuasen encerrados en la jaula de su ¨²nico juguete (el poder), absolutamente ajenos a la cotidiana realidad ciudadana. Pero para m¨ª este mes no ha pasado en balde: libre de la necesidad de vigilar al poder, he podido atender antojos callejeros. Y de pronto he advertido una cosa muy curiosa: los espa?oles de a pie ostentamos algunos r¨¦cords que desmienten nuestra mala conciencia ciudadana. Somos los europeos que m¨¢s ¨®rganos donamos para trasplantes y los que m¨¢s hemos contribuido a sostener las organizaciones no gubernamentales que trabajan como voluntarias en Ruanda. Para que luego los pol¨ªticos nos acusen de ego¨ªsmo e insolidaridad.
Estos dos r¨¦cords positivos contrastan con otros cuatro negativos: somos los ciudadanos europeos que menos nos afiliamos a organizaciones sindicales, que menos militamos en partidos pol¨ªticos, que m¨¢s defraudamos al fisco y que m¨¢s objetamos el servicio militar. ?Cabe pensar que hay contradicci¨®n entre tanta solidaridad civil y tan baja participacion pol¨ªtica? Creo que no. Y sospecho que una cosa es la causa de la otra. Sencillamente, somos tan solidarios, altruistas y comprometidos con la cosa p¨²blica como los dem¨¢s europeos. Pero nos negamos a militar en organizaciones como los ej¨¦rcitos, los sindicatos y los partidos pol¨ªticos, cuyos militantes son todo menos altruistas: s¨®lo tiran para casa, caiga quien caiga y salt¨¢ndose a la torera todo lo que haga falta (leyes anticorrupci¨®n incluidas). Y por eso, como no hay cauces pol¨ªticos dignos de participar en ellos, preferimos mil veces volcarnos en los cauces extrapol¨ªticos: voluntariado, ONG, donaciones privadas. Antes limpios, aunque apol¨ªticos, que politizados, pero sucios.
?Qu¨¦ pasa con la clase pol¨ªtica espa?ola? No s¨®lo vive a espaldas de la ciudadan¨ªa, sino, adem¨¢s, encima, vive a su costa, que es lo que a ¨¦sta menos le gusta. Por eso me parece trascendental redefinir las relaciones entre la clase pol¨ªtica y la sociedad civil: ¨¦sta es la m¨¢s importante tarea que le aguarda a la comisi¨®n parlamentaria de financiaci¨®n de los partidos. Lo que est¨¢ en juego es el futuro de nuestra cultura c¨ªvica. Y por eso hay que hacer una segunda transici¨®n. Pero no para echar a Guerra y poner en su lugar a Aznar, que casi parece peor. Sino para rehacer las reglas pol¨ªticas de juego limpio, porque las que hay, hechas durante la primera transici¨®n a espaldas de la ciudadan¨ªa, est¨¢n ya impracticables de tanto violarlas con impunidad.
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