Leg¨ªtima y peligrosa
LA INVASI?N de Hait¨ª para acabar con el r¨¦gimen golpista del general Raoul C¨¦dras y restaurar al presidente democr¨¢ticamente electo, Jean Bertrand Aristide, tal como decidi¨® el Consejo de Seguridad de la ONU, parece inminente. Buques norteamericanos y de otros pa¨ªses -¨¦stos, con car¨¢cter testimonial- se hallan ya en las costas de este mis¨¦rrimo pa¨ªs que comparte con la Rep¨²blica Dominicana la isla que Col¨®n llam¨® La Espa?ola. Vaya por delante que la operaci¨®n es tan legal como leg¨ªtima. La ONU ha dado tiempo m¨¢s que suficiente a C¨¦dras y su camarilla para restaurar la legalidad. No han hecho sino despreciarla y mantener una pol¨ªtica de terror que ha recurrido con frecuencia al asesinato.La operaci¨®n militar no quita el sue?o a nadie. Los 7.000 soldados haitianos apenas armados y unos pat¨¦ticos pelotones de civiles con anticuados fusiles apenas molestar¨¢n algo a los marines norteamericanos. La amenaza de C¨¦dras de oponer una tenaz resistencia es la t¨ªpica bravuconada de un tiranuelo uniformado cuyas ¨²nicas batallas han consistido en reprimir y matar a sus propios paisanos.
Dicho esto, son muchos los interrogantes que se abren si finalmente se produce esta intervenci¨®n en la isla caribe?a que, aunque oficialmente internacional, ser¨¢ dirigida y protagonizada por el Ej¨¦rcito de Esta dos Unidos. Primero hay que constatar que la situaci¨®n haitiana se ha enviciado en gran parte debido a los desprop¨®sitos del propio Clinton. El presidente orteamericano ha dado tan repetidas se?ales de inconsistencia e indecisi¨®n en su pol¨ªtica exterior que C¨¦dras se convenci¨® de que Washington no iba a ir m¨¢s all¨¢ de un embargo que a ¨¦l, a su familia y a sus partidarios afectaba poco o nada.
Y, sin embargo, en su b¨²squeda de un ¨¦xito pol¨ªtico que se le niega obstinadamente ante las elecciones de noviembre, que amenazan al Partido Dem¨®crata con un descalabro, Clinton se embarc¨® -nunca mejor dicho- en una pol¨ªtica, hacia Hait¨ª que al final parece forzarle a la invasi¨®n incluso si llegara a la conclusi¨®n de que no es deseable o necesaria. Todo ello con el Congreso y la opini¨®n p¨²blica convencida de que Hait¨ª no vale, la muerte de un solo marine. Ahora que la invasi¨®n parece decidida, la opini¨®n p¨²blica norteamericana reacciona apoyando a sus soldados con la premisa de "with my country, right or wrong" (con mi pa¨ªs, tenga o no raz¨®n). Pero nadie sabe cu¨¢nto durar¨¢ ese estado de ¨¢nimo.
Y tampoco sabe nadie cu¨¢nto tiempo habr¨¢n de permanecer los marines en Hait¨ª despu¨¦s de reponer en el poder al Gobierno de Aristide. Washington asegura que su presencia militar ser¨¢ breve, y que ser¨¢ la polic¨ªa del Gobierno legal y monitores de m¨¢s de una veintena d¨¦ pa¨ªses, del Caribe especialmente, lo! que velar¨¢n por el orden.
Dif¨ªcil ser¨¢ que unos centenares de monitores est¨¦n en todos los puntos requeridos para garantizar la paz en un pa¨ªs en el que la brutalidad ha sido sistema de vida. Y hay muchas razones para dudar de que, si no son sometidos a vigilancia de fuerzas externas, los polic¨ªas al servicio de Aristide sean mucho m¨¢s escrupulosos en el trato a sus adversarios que los sicarios de C¨¦dras. Aristide gan¨® las elecciones. Debe cumplir su mandato. Pero no se debe confiar en exceso en los m¨¦todos de este religioso con veleidades mesi¨¢nicas y experto, como tantos en Hait¨ª, en liquidar : disidencias por m¨¦todos incompatibles con la legalidad democr¨¢tica. Los adversarios de Aristide le tienen tanto miedo como sus partidarios a C¨¦dras.
Clinton tiene el mando en esta operaci¨®n y ¨¦l conf¨ªa, al parecer, en que saldr¨¢ bien, tanto en el terreno operativo en la isla caribe?a como en el electoral en EE UU. Est¨¢ decidido a no pedir aprobaci¨®n expresa del Congreso, luego ser¨¢ ¨¦l quien asuma toda la responsabilidad de la invasi¨®n. Si finalmente resulta que, tras la ca¨ªda del r¨¦gimen de C¨¦dras, la normalidad democr¨¢tica sigue marcada por asesinatos y venganzas, pa¨ªses hoy comprometidos a patrullar Hait¨ª se desvinculan de la operaci¨®n y los marines se ven envueltos en una larga, frustrante y costosa operaci¨®n de mantenimiento del orden, Clinton lamentar¨¢ su empe?o. S¨®lo cabe desear que la operaci¨®n cumpla con rapidez y el m¨ªnimo da?o posible su objetivo de pacificar este maltratado pa¨ªs.
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