R¨ªo arriba en el 'blues'
En la emoci¨®n del blues late siempre una poes¨ªa del viaje, una desolaci¨®n quejumbrosa y una esperanza de b¨²squeda sin destino preciso. Suele decirse que su ritmo imita el de un tren lento y arcaico, y hay muchas letras de blues en las que aparecen trenes o que tratan de huidas en tren: un hombre se despierta una ma?ana temprano y descubre que su mujer lo ha abandonado, y toma enseguida un tren para buscarla; otro va a buscar a la suya a la estaci¨®n y no la encuentra, y un pasajero le dice que se ha bajado en la estaci¨®n anterior. Sin duda hay trenes en los blues porque el tren tuvo siempre una presencia muy poderosa en la imaginaci¨®n popular, y porque en los a?os veinte y treinta, en el sur de Estados Unidos, era el transporte de los pobres, el s¨ªmbolo del viaje verdadero o so?ado: los trenes de los blues llevan a mujeres infieles que huyen y a hombres que las buscan, y a trabajadores empujados por el desempleo y la pobreza a la gran migraci¨®n a las ciudades industriales del Norte, pero tambi¨¦n son trenes lejanos que alguien inm¨®vil oye pasar de noche, esos trenes de carga americanos cuyo estruendo mon¨®tono puede durar varios minutos.El blues tiene un ritmo de tren, o de viaje por un r¨ªo, o de caminata obstinada (una de las mejores canciones del gran Robert Johnson se titula Walking blues): tambi¨¦n se dice que es el sonido de los pasos humanos el origen de todos los ritmos. Al principio de Luz de agosto, que es una de las novelas con m¨¢s poes¨ªa y m¨¢s dolor de William Faulkner, una mujer que lleva d¨ªas viajando a pie por los caminos polvorientos del verano se para un rato a descansar y escucha primero y luego ve acercarse un carro tirado por un mulo, y todo ese arranque del libro tiene el ritmo y el rito del blues, una polifon¨ªa de pasos, de sonidos lentos de viaje, los pasos de la mujer embarazada, los cascos del mulo y el crujido de las ruedas, las palabras que ella piensa y las que van cont¨¢ndonos la historia con una cadencia de palabras de blues.
Seg¨²n el folclor de los bluesmen, los m¨¢s grandes guitarristas llegaron a serlo despu¨¦s de acudir a ciertos cruces de caminos particularmente solitarios en los que aguardaba un caballero vestido de negro que era el diablo, y que les ense?aba los secretos del blues a cambio de la entrega del alma. La velocidad prodigiosa con que Robert Johnson mov¨ªa los dedos sobre la guitarra la atribu¨ªan algunos al influjo de un pacto diab¨®lico, as¨ª como las circunstancias oscuras de su muerte en plena juventud, en medio de esa gloria de proxeneta o de g¨¢nster que muestran sus ¨²ltimas fotograf¨ªas: trajes de rayas, sombreros ampulosos de fieltro, anillos, botines relucientes.
Dice Eric Hobsbawni que el blues es el coraz¨®n del jazz, la tierra firme de la que ¨¦ste nutre su fuerza, como el gigante Anteo: el blues es el r¨ªo originario no s¨®lo del jazz, sino de casi toda la m¨²sica popular de este siglo, porque sin ¨¦l no habr¨ªan existido las canciones negras cantadas por el blanco Elvis Presley, ni el rhythm and blues que John Lennon y Eric Burdon escuchaban en su adolescencia en las ciudades obreras y portuarias de Inglaterra, ni la ferocidad y el descaro de los Rolling Stones, que aprendieron enseguida a hacerse ricos copiando las canciones de bluesmen negros que segu¨ªan siendo pobres. La m¨²sica pop m¨¢s ¨¢spera y radical de los ¨²ltimos sesenta es una derivaci¨®n del blues. junto a ciertas m¨¢quinas de discos, en algunos bares de las ciudades espa?olas de provincias, hab¨ªa siempre adolescentes que imaginaban viajes escuchando el Swnmertime desquiciado de Janis Joplin o el Roadhouse blues de Jim Morrison.
Es probable que as¨ª escuchara Eric Clapton los discos de blues en su adolescencia pobre y brit¨¢nica, y que imaginara los lentos trenes y las carreteras de un pa¨ªs que no hab¨ªa visto nunca, tan remoto para ¨¦l como
-para nuestro Luis Cernuda cuando escribi¨® a principios de los a?os treinta aquel poema que lleva un t¨ªtulo inconfundible de blues: Quisiera estar solo en el Sur. El blues es una queja o un estado de ¨¢nimo o una declaraci¨®n de infortunio, pero siempre es tambi¨¦n una invitaci¨®n al viaje, al tr¨¢nsito hacia algo, hacia una plenitud de porvenir o regreso.
Yo escucho estos d¨ªas el ¨²ltimo disco de Eric Clapton, From the cradle, que es una colecci¨®n de blues, y me parece que soy lentamente arrastrado en el mismo viaje que emprendieron los m¨²icos mientras tocaban, inducido por el piano y la bater¨ªa y el bajo y la guitarra y su voz ronca y obstinada a una traves¨ªa que es al mismo tiempo caminata y huida o b¨²squeda en tren o descenso por las aguas solemnes y poderosas de un r¨ªo, el gran r¨ªo de la memoria de los blues.
Pero voy comprendiendo que para Clapton se trata de un viaje r¨ªo arriba, hacia lo m¨¢s originario y oscuro, hacia una tierra prometida que es el manantial m¨¢s puro de la m¨²sica que ha amado y ha practicado siempre. Frente al peterpanismo decr¨¦pito de Mick Jagger, que saca la lengua y se manosea la entrepierna en p¨²blico en una parodia de lo m¨¢s soez de su propia juventud, Eric Clapton afirma con su sola presencia la dignidad de ir envejeciendo, el privilegio triste de haber sobrevivido a los peores estragos del sufrimiento y del error. ?l mismo dice que tocar blues es para ¨¦l una terapia, una forma de expiaci¨®n y de curaci¨®n moral. Escuchando esa voz que tiene ahora, esa manera entre delicada y bronca de tocar la guitarra, uno se pregunta si en alg¨²n momento de los ¨²ltimos a?os no habr¨¢ viajado Clapton a cierto lugar del sur de Estados Unidos, si no habr¨¢ peregrinado a pie hasta cierto cruce de caminos en el que a cambio de su alma ha obtenido el conocimiento de la m¨¦dula secreta del blues.
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