Tropas de EE UU toman al asalto la sede del partido que apoya a los golpistas en Hait¨ª

Viene de la primera p¨¢ginaHoras antes, en otra acci¨®n fueron detenidos en sus casas el jefe de seguridad del gener¨¢l Raoul, C¨¦dras, Romero Alloun; Thierry Mourra y otros dos hombres clave en la estructura de los attach¨¦s (paramilitares) y del, tr¨¢fico de armas. El teniente general Hugh Shelton, jefe de las tropas norteamericanas en Hait¨ª, asegur¨® que ser¨¢n entregados en su d¨ªa al Gobierno leg¨ªtimo. Alloun tiene pasaporte norteamericano, por lo que te¨®ricamente tambi¨¦n podr¨ªa ser encausado en EEUU, como el ex presidente de Panam¨¢ Manuel Antonio Noriega.

Miles de personas al grito de Aristide, Aristide! ocuparon los aleda?os de la calle Reuni¨®n para ser testigos emocionados de la toma de la sede del FRAPH, el brazo pol¨ªtico de los attach¨¦s, verdadera maquinaria de muerte del r¨¦gimen. Puerto Pr¨ªncipe se transform¨®, como por magia, en el Par¨ªs de la liberaci¨®n del nazismo. Los soldados estadounidenses, sonrientes y sorprendidos, saludaban como libertadores, como verdaderas estrellas del pop, a una multitud enloquecida que los aclam¨® sin cesar.

Uno de los rangers norteamericanos baj¨® chulesco, como un c¨¦sar romano, su pulgar delante del rostro cariacontecido de uno de los detenidos. ?Aristide, Ariside! Las tropas norteamericanas empujadas por el jolgorio saludaban pu?o en alto embriagadas de felicidad. Parec¨ªa el mundo al rev¨¦s.

Redada en Cabo Haitiano

En Cabo Haitiano, al norte del pa¨ªs, se desarroll¨® una acci¨®n similar. Simult¨¢nea. El resultado de ambas es la detenci¨®n de al menos 50 personas, aunque la cifra puede incrementarse.

Cuando los soldados se llevaban a los militantes del FRAPH maniatados a la espalda con tiras de pl¨¢stico blanco, como vulgares camellos de una redada neoyorquina, de la multitud salieron los m¨¢s atrevidos. Penetraron armados de palos y cuchillos en la sede del diablo astillando hasta su alma. Sacaron fotos enmohecidas de propaganda con los rostros de los dos Duvalier.

Los muebles de madera, una nevera y una fotocopiadora quedaron transformados en una amasijo mezclado con miles de granos de arroz desparramados. Como en una boda. ?Aristide, Aristide! Algunos vendedores aprovechaban el tumulto para tratar de vender sus viandas o helados de colorines. En un tel¨¦fono arrancado, tirado como un collage en la calle, un joven simulaba una conversaci¨®n con el presidente de EEUU: "?Gracias Clinton!", grita entre la jerigonza de la multitud.

Dos autom¨®viles aparentemente abandonados bajo un ¨¢rbol fueron rodeados como comandos por una excitada patrulla de soldados norteamericanos. Altos y con gafas de sol. Mascando chicle y gritando s¨ªlabas con la boca ladeada. El gent¨ªo, ajeno al peligro de una bomba, curiose¨® a un metro de distancia con la sonrisa paralizada. Los soldados rompieron de dos culatazos los cristales laterales del auto, forzando sus cerraduras. "Es un coche de los attach¨¦s",dice un hombre. ?Aristide, Aristide! Uno de estos paramilitares del r¨¦gimen fue sorprendido a esa misma hora pr¨®ximo a una peque?a iglesia.

Intento de linchamiento

La gente lo apale¨® sin atisbo de piedad. Los garrotazos le impactaban directos en la cabeza, ensangrent¨¢ndole la cara. El attach¨¦ aguant¨® como pudo en pie, tambaleante, la paliza hasta que lo rescataron milagrosamente vivo los soldados norteamericanos. ?Aristide, Aristide!

El convoy militar, con los apresados como trofeo, se pase¨® por delante de los ministerios de Interior y Defensa, Comunicaciones y Salud. Desde las balconadas observaban con cara de tontos y preocupados una decena de funcionarios. Los seguidores de Aristide siguieron a saltitos a los carros de combate y a las furgonetas verde oscuro, escolt¨¢ndolos. Las maltrechas calles de Puerto Pr¨ªncipe quedaron levantadas como puas por el peso de los tanques. La guardia del palacio presidencial, dos maniqu¨ªes con los pantalones abombados de esconder tanto miedo, miraban detr¨¢s de una delgad¨ªsima verja, como si fueran invisibles a la venganza.

En la noche del domingo, en un incidente que puede multiplicarse ahora que EE UU ha pasado a la acci¨®n, un soldado estadounidense result¨® herido grave en Los Cayos, al sureste del pa¨ªs. Dos hombres armados con rifles se le aproximaron cuando se hallaba en el servicio. Pudo esquivar el ataque de uno de ellos, pero no del segundo que le dispar¨®. en el abdomen.

El soldado herido logr¨® repeler la acci¨®n matando a dos asaltantes. ?stos contaron con el apoyo log¨ªstico de otros dos que se dieron a la fuga. El general Hugh Shelton, jefe de las tropas extranjeras en Hait¨ª, no teme que este caso sea el inicio de acciones terroristas desesperadas por parte de los attach¨¦s.