Un novelista apu?alado
En una calle de El Cairo unos fan¨¢ticos apu?alan a un anciano de 82 a?os, que ha cometido el delito de no secundar su oscurantismo religioso. Muchas personas son asesinadas o encarceladas en el mundo por motivos semejantes, humilladas, perseguidas, condenadas a la ignorancia y a la sumisi¨®n. Que ese anciano que el otro d¨ªa se desangraba en medio de una calle fuese un novelista, y que hubiera recibido a?os atr¨¢s el Premio Nobel de Literatura, no vuelve m¨¢s atroz el hecho, pero s¨ª sugiere imperiosamente una reflexi¨®n sobre el lugar de los libros en la vida p¨²blica, y sobre los v¨ªnculos entre la literatura y la realidad.Una poderosa corriente intelectual europea ha venido dictaminando en las ¨²ltimas d¨¦cadas que lo que se llama anticuadamente literatura no es sino una confusi¨®n de discursos que son equivalentes entre s¨ª, se alimentan los unos de los otros y no pueden ser juzgados en virtud de normas est¨¦ticas firmes, sino tan s¨®lo en el relativismo de su significaci¨®n ideol¨®gica. Hace a?os, en Madrid, yo me llev¨¦ la sorpresa provinciana de descubrir que algunas personas ya no hablaban de poemas, novelas o ensayos, sino de textos, pronunciando con un ¨¦nfasis entre t¨¦cnico y cl¨ªnico la equis. M¨¢s tarde, en las universidades m¨¢s selectas, me enter¨¦ de que los textos se intercambiaban y se contaminaban, y que lo que yo hab¨ªa cre¨ªdo la tarea apasionada de dar cuenta de las cosas y de interrogarse sobre ellas mediante las palabras era una antigualla idealista: los textos no ten¨ªan nada que ver con el mundo; los textos eran refritos o mezclas de otros textos, as¨ª que daba igual leer a Shakespeare que a Zane Grey, escribir El guardi¨¢n en el centeno que un eslogan publicitario sobre la moda de Espa?a.
Ese cinismo est¨¦tico, que es un virus que ha vuelto est¨¦riles la mayor parte de las toneladas de teor¨ªa y cr¨ªtica literaria que expenden las universidades, se ha correspondido con una frivolidad pol¨ªtica y moral disfrazada de relativismo, o de protesta progresista contra el eurocentrismo, es decir, contra la tentativa de universalidad de algunos principios formulados por la mejor tradici¨®n intelectual europea. El Estado laico, la democracia representativa, las libertades individuales, de pronto eran presentadas como invenciones particulares de una cultura racionalista, individualista y represiva empe?ada en su dominio imperial sobre todas las dem¨¢s culturas, cada una de las cuales pose¨ªa valores que no ten¨ªan porqu¨¦ ser menos respetables que los occidentales.
Desde Europa, y utilizando una libertad que exist¨ªa en muy pocos lugares, los intelectuales adoctrinaban a los s¨²bditos de las tiran¨ªas populistas del Tercer Mundo sobre las falacias de la democracia burguesa, del mismo modo que algunos antrop¨®logos explicaban que la brujer¨ªa es tan respetable como la medicina, si bien en caso de necesidad personal ellos tienden a recurrir a esta ¨²ltima. Cualquier principio ¨¦tico deten¨ªa su jurisdicci¨®n en las fronteras de las culturas vern¨¢culas que lo desment¨ªan. Ca¨ªdo el sha en Ir¨¢n, me acuerdo bien, muchos amigos m¨ªos de izquierda andaban entusiasmados con el siniestro Jomeini, y si ¨¦ste dictaba la obligaci¨®n del chador para las mujeres o la supresi¨®n de las universidades laicas y de la prensa libre, enseguida se le ofrec¨ªa una explicaci¨®n cultural: ?qui¨¦nes eran los occidentales para juzgar a una revoluci¨®n que se hab¨ªa alzado precisamente contra el dominio imperialista de Europa y de Estados Unidos?
En Francia, virtuosas conciencias protestan en nombre del respeto a las identidades culturales porque se ha procesado, y encarcelado a unos padres de origen africano y nacionalidad francesa que han practicado la ablaci¨®n del cl¨ªtoris a su hija. En nombre de las culturas y de las se?as de identidad se justifica lo mismo la noble tradici¨®n popular de arrojar una cabra desde un campanario que la limpieza ¨¦tnica.
Frente al desastre, aunque por lo com¨²n a salvo de ¨¦l, a una saludable distancia, la actitud posmoderna es un encogerse de hombros, una sonrisa blanda y c¨ªnica de aceptaci¨®n de todo: tan reaccionario, tan represivo y antiguo, nos dicen, es valorar unos principios pol¨ªticos por encima de otros, como suponer que hay libros mejores y peores, o que la literatura puede escapar del limbo o del l¨¦gamo de los textos para relacionarse fervorosamente con el mundo, para afirmar y negar y ayudamos a distinguir las verdades y las mentiras.
Esos sicarios que asaltaron a Mahfuz sab¨ªan perfectamente contra qui¨¦n atentaban. La obra entera de Naguib Mahfuz, que ha usado la tradici¨®n grandiosa de la novela europea para preservar y al mismo tiempo hacer universales las vidas de la gente de los callejones de El Cairo, es una refutaci¨®n simult¨¢nea del oscurantismo religioso y de la frivolidad posmoderna, que no andan tan lejos entre s¨ª como pudiera creerse: en Estados Unidos hay escuelas, en las que est¨¢ proscrito el darwinismo y se ense?an las ciencias naturales de acuerdo con las explicaciones de la Biblia. Si todo discurso es igualmente respetable, lo mismo da Darwin que Nostradamus, la astronom¨ªa que la ufolog¨ªa, una autocracia de te¨®logos y pistoleros que un r¨¦gimen de libertades p¨²blicas.
Pero no todos los libros ni todos los textos son iguales y la literatura es algo m¨¢s que un juego de palabras, o que una coartada para actos sociales o para delirios de vanidad y de filolog¨ªa fant¨¢stica. Tampoco son iguales la libertad y la esclavitud, ni el fanatismo y la tolerancia, pero s¨ª las vidas y los cr¨ªmenes. Naguib Mahfuz, Tamira Nasrin o Salman Rushdie no merecen m¨¢s solidaridad por el hecho de que sean escritores. Pero que el oficio al que se dedican enfurezca tanto a los fan¨¢ticos tal vez nos sirva a nosotros para ir d¨¢ndonos cuenta del valor de las palabras libremente escritas.
A Naguib Mahfuz me gustar¨ªa leerle en voz alta las mismas que le dice Sancho Panza a don Quijote: "No se muera vuesa merced, se?or m¨ªo, sino tome mi consejo, y viva muchos a?os, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir...".
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