La inquisici¨®n
"Espa?a es una naci¨®n algo cruel, tal y como demuestran sus corridas de toros y sus autos de fe" (Kant).
Hasta ayer mismo, la historia de los hombres se ha reducido, casi en exclusiva, a una sucesi¨®n de tiran¨ªas. El derecho como ahora se entiende, hijo de la Ilustraci¨®n y de las, revoluciones liberales, apenas tiene doscientos tortuosos a?os de vida, durante los cuales la democracia ha sido frecuentemente conculcada. Paradigma de los juicios tir¨¢nicos fue, al menos por estos lares, la Inquisici¨®n, el Santo Oficio. Un invento de nuestra santa madre Iglesia que ocupar¨¢ para siempre un alt¨ªsimo lugar en la historia de la infamia y el asesinato. All¨ª se juzgaban y condenaban acciones y tambi¨¦n pensamientos. El m¨¦todo procesal consist¨ªa en investigar al reo y no al delito, en reclamar al inculpado pruebas de su inocencia, en el uso de la tortura, etc¨¦tera. Para que el cinismo fuera completo, la Inquisici¨®n, que juzgaba y condenaba a los reos, traspasaba la ejecuci¨®n de las sentencias al brazo civil, neg¨¢ndose as¨ª a ejercer materialmente el oficio de verdugo, para el que, parad¨®jicamente, estaban muy bien dotados los inquisidores.Pruebas, y obtenidas legalmente, derecho a no declarar contra s¨ª mismo, negaci¨®n de los malos tratos, presunci¨®n de inocencia... En suma, los derechos civiles son la base sobre la cual se sustenta hoy el derecho y la convivencia democr¨¢ticos, representando la m¨¢s cabal negaci¨®n del m¨¦todo inquisitorial. Ninguna persona decente negar¨ªa, el avance que esta revoluci¨®n pol¨ªtica ha representado para la humanidad; sin embargo, s¨®lo un iluso sostendr¨ªa que estos mecanismos han hecho mejorar las opiniones que los hombres tienen de sus semejan tes, las cuales siguen siendo tan malas como lo eran en el siglo XVI. Eso s¨ª, el derecho a la libre expresi¨®n permite hoy que esas opiniones se publiquen.
Los juicios que un medio de comunicaci¨®n emite acerca de una persona no pueden estar basados exclusivamente en la presunci¨®n de inocencia, las pruebas obtenidas, etc¨¦tera Probablemente, nadie comprar¨ªa un peri¨®dico si su mesa de redacci¨®n estuviera sometida exclusivamente a los m¨¦todos de un juzgado. Dicho de manera condescendiente: la sociedad permite un cierto grado de "inquisici¨®n" con el fin de "conocer los eventos consuetudinarios que acontecen en la r¨²a", es decir, enterarse de lo que pasa en la calle. Mas esta licencia que la sociedad otorga, este permiso con el que cuentan quienes nos informan, se da para ser usado con moderaci¨®n y bajo unas condiciones que debieran ser obvias: a) que el m¨¦todo no contamine a otras instituciones, especialmente al Estado; b) que quien lo use no abuse. Que no convierta ese permiso en patente de corso. En conclusi¨®n, que nadie se crea, ni sea, impune en la pr¨¢ctica de ese oficio.
En democracia, todos los derechos est¨¢n sometidos a las leyes, es decir, no hay un solo derecho que no est¨¦ limitado por otros derechos y por obligaciones. En la negaci¨®n de este principio hunde sus ra¨ªces el totalitarismo, y quien lo niega, corporativa o individualmente, en la teor¨ªa o en la pr¨¢ctica, ataca la base misma de la convivencia democr¨¢tica.
Es notorio que la libertad de expresi¨®n en Espa?a se usa por quienes pueden publicar sus opiniones en los medios de comunicaci¨®n con gran magnanimidad para consigo mismos. La agresividad de la prensa espa?ola es, dicen sus practicantes y forofos, una de sus mejores caracter¨ªsticas. Al parecer, ello es insuficiente para quienes han constituido el pasado verano una asociaci¨®n corporativa en defensa de la libertad de expresi¨®n. En los mentideros madrile?os se asegura que, puesto que nada hay amenazado, tal ajuntamiento tendr¨ªa como objeto tan s¨®lo el incordiar a dos personas: los se?ores Gonz¨¢lez y Polanco. El resto de los 40 millones de espa?oles podr¨ªan, seg¨²n esta opini¨®n, dormir tranquilos. Me temo que las cosas son algo m¨¢s graves.
Que un grupo de periodistas y tertulianos se jaleen o establezcan estrategias pol¨ªticas conjuntas resulta banal para la democracia; lo preocupante est¨¢ en la mercanc¨ªa que viene en ¨¦stas y en otras alforjas. A saber: contaminaci¨®n e impunidad.
Si el m¨¦todo inquisitorial, que en sus actuales usos no recurre a la tortura -pero que s¨ª desecha la presunci¨®n de inocencia y la exigencia de la prueba-, se traslada al Estado, y especialmente a la judicatura, contamin¨¢ndolos seriamente, habr¨¢ que salir corriendo. No hay exageraci¨®n en esto. El m¨¦todo que emplean hoy las llamadas comisiones parlamentarias de investigaci¨®n, ?de qu¨¦ est¨¢ m¨¢s cerca, del inquisitorial o del judicial? Del primero. Y estas comisiones no se constituyen dentro de un club de bul¨®manos, sino en el coraz¨®n mismo de la democracia. Las protestas a que se ha visto sometida la sentencia acerca de la, as¨ª denominada, Operaci¨®n N¨¦cora, ?qu¨¦ est¨¢n pidiendo? Algo tan brutal como que el tribunal se olvide de la calidad de las pruebas y condene con la sola base de las convicciones morales. ?Qui¨¦n jalea y enfatiza las decisiones de los instructores judiciales (conviene recordarlo: ellos no est¨¢n autorizados a emitir sentencias), cuyos autos, al ser le¨ªdos en la prensa, vistos en televisi¨®n o comentados en la radio, m¨¢s se parecen a los juicios r¨¢pidos y ejemplares del juez de la horca que a otra cosa? Y no vale decir que as¨ª lo quiere el pueblo, la opini¨®n p¨²blica, la alarma social o cualquier otro ente m¨¢s o menos manipulable. O la Inquisici¨®n recula o nos acabar¨¢ echando del baile. La libertad y los derechos civiles est¨¢n por encima de las opiniones, por muy p¨²blicas y populares que ¨¦stas sean, y negarlo puede resultar popular, pero es antidemocr¨¢tico.
La licencia, el permiso social para ejercer en aras del inter¨¦s p¨²blico m¨¦todos no judiciales para obtener informaci¨®n, no autoriza el delito, ?y c¨®mo si no a trav¨¦s de la comisi¨®n de delitos han llegado a los peri¨®dicos algunos de los dossiers m¨¢s llamativos en los ¨²ltimos tiempos? ?Qui¨¦n y cu¨¢nto se ha pagado a los delincuentes?
La publicaci¨®n de estos dossiers ha producido un bien social indudable. Desenmascarar a quienes, instalados en el Estado, han hecho personal negocio de la confianza en ellos depositada. Mas eso no exonera ni a los delincuentes ni a sus amos, que se han pasado la ley por la entrepierna colocando micr¨®fonos en las alcobas o asaltando oficinas en busca de esc¨¢ndalos comercializables. El p¨²blico tiene derecho a conocer el rev¨¦s de esta trama y a exigir que los jueces sentencien conjuntamente a aquellos tirios y a estos troyanos. Todo menos la impunidad.
El siglo que acaba ha maltratado a Europa. Los totalitarismos han marcado a fuego nuestras sociedades en nombre de la raza, las masas o cualquier otra miserable identificaci¨®n colectiva. Probablemente, casi nadie pretende repetir la historia. Y, por tanto, Goebels no va a venir vestido con sus conocidos correajes, pero hay otros caminos para volver al mismo sitio. Uno de ellos es la Inquisici¨®n, que parece tener entre nosotros algunos partidarios.
es presidente de la Comunidad de Madrid.
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