La piedra de Pujol
EL AZAR ha querido que Pujol tropiece cuando m¨¢s cerca se hallaba de la cumbre. Saludado como gran estadista a ra¨ªz de su participaci¨®n en el debate del Senado sobre las autonom¨ªas y de su reconocida influencia en los Presupuestos Generales del Estado, quien preside la Generalitat desde hace 14 a?os con probabilidades de hacerlo hasta el el a?o 2000, ha ido a estrellarse con la sombra de un preso en la c¨¢rcel Modelo de Barcelona. Despu¨¦s de los tres d¨ªas de debate en el Parlamento catal¨¢n, que ha hecho girar casi ¨ªntegramente en torno. al esc¨¢ndalo que lleva el nombre del financiero Javier de la Rosa, el futuro pol¨ªtico de Pujol parece menos brillante que anta?o. El desconcierto afecta tambi¨¦n a su partido, Converg¨¨ncia Democr¨¢tica, mientras su socio, Uni¨® Democr¨¢tica, acecha como quien espera una herencia.El president no rehuy¨® el tema candente. Tiene raz¨®n Pujol en que la carrera de De la Rosa no puede explicarse sin las deferencias o negligencias de gran n¨²mero de instituciones privadas y p¨²blicas, incluida la Administraci¨®n central. Pero ning¨²n partido ha permitido, como lo ha hecho Converg¨¨ncia Democr¨¢t¨ªca, tantos y tan asfixiantes abrazos por parte de un personaje de esa catadura.
Quiz¨¢s Convergencia y su presidente puedan salvar los escollos formales de las imputaciones que les hace la oposici¨®n sobre los avales concedidos al financiero. Pero es muy dif¨ªcil que puedan ofrecer explicaciones convincentes para el clima de compadreo en despachos, yates y aviones de lujo entre el financiero y un buen n¨²mero de notables convergentes o familiares suyos.
Es posible, como insin¨²a Pujol, que la agresividad mostrada estos d¨ªas contra ¨¦l, especialmente por la oposici¨®n conservadora, no se hubiera producido sin la peculiar situaci¨®n pol¨ªtica de un Gobierno sin mayor¨ªa, que necesita el apoyo convergente. Pero eso no anula las evidencias de las palabras y los gestos hacia quien, ha acabado convirti¨¦ndose en prototipo del enriquecimiento especulativo.
Es cierto que se trata de un fen¨®meno caracter¨ªstico del clima de euforia econ¨®mica de los a?os ochenta; pero tambi¨¦n lo es que ese, clima fue estimulado por el exceso de familiaridad entre el mundo de la pol¨ªtica y el de los negocios; y que las mayor¨ªas absolutas favorecieron una cierta sensaci¨®n de autos atisfacci¨®n que se interioriz¨® en algunos casos como impunidad. Para prevenir excesos de satisfacci¨®n (como ese de autofelicitarse por la pol¨ªtica de incendios tras un a?o catastr¨®fico en ese terreno) ser¨¢ aconsejable rendir cuentas con regularidad ante los parlamentarios, como el acosado Pujol ha prometido ahora, siguiendo el ejemplo del acosado Gonz¨¢lez.
La experiencia de estos d¨ªas confirma la conveniencia de que se instale de una vez entre nuestras tradiciones el pago de las responsabilidades con la moneda pol¨ªtica de la dimisi¨®n. Probablemente la tensi¨®n del debate se hubiera aliviado con una decisi¨®n de este tipo por parte del consejero de Econom¨ªa y Hacienda, Maci¨¢ Alavedra, en respuesta no a uno, sino a dos casos de responsabilidades: ¨¦l del ex consejero Planesdemunt, condenado por estafa, y el de los avales a De la Rosa. Faltan reflejos (o valent¨ªa) para abordar los problemas antes de que se enquisten. Lo que, de todas formas, no impide que los mecanismos de control democr¨¢tico funcionen: basta leer la primera p¨¢gina de cualquier peri¨®dico para comprobarlo.
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