Sabor a m¨ª
Desde la terraza pod¨ªa divisar el todo Madrid, el de verdad, no el de las expansiones al sur o los lujosos rascacielos del norte, ve¨ªa a la perfecci¨®n el Madrid que se acababa en los cuatro puentes y que comprend¨ªa de los arrabales de la Arganzuela al Retiro y al norte Cuatro Caminos, por m¨¢s que, algunos se empe?aran en extender los l¨ªmites de lo inextendible a la M-30 o al parque del Oeste, se asomaba para ver a la gente embadurnar las aceras de la plaza y de Preciados y del Carmen y de la Gran V¨ªa de tragedias an¨®nimas y de amores no correspondidos y de ¨ªnfimas o terribles miserias que quedaban aparcadas en los escaparates agrupantes de gente de toda condici¨®n y raza, que son superior en n¨²mero a los credos, y el espect¨¢culo obraba en ella una especie de catarsis que tomaba cuerpo en el cristal sucio de figura de naipe, ora sota sonrien te ora reina con cara de insatisfacci¨®n. Un clan de palomas se disputaban las migas 40 metros debajo de ella, se vio reflejada en el asfalto mojado desde tan alto porque el agua formaba una p¨¢tina tan n¨ªtida que aguzando el ojo se podr¨ªan ver ¨¢ngeles ta?endo arpas, las l¨¢grimas que cayeron al suelo le recordaron que no hab¨ªa fregado en toda la semana y pasar¨ªan semanas sin fregar porque no quer¨ªa que el mocho se llevara los rastros de su ¨²ltima acometida, la ¨²ltima, por la que no esperaron a llegar a la cama c¨®mo si ¨¦l supiera que no iba a volverla a ver jam¨¢s, como si ¨¦l supiera que lo esperaban para matarlo, en la plaza tres m¨²sicos masacraban el Sabor a m¨ª y se meti¨® para dentro porque era m¨¢s de lo que pod¨ªa aguantar pero el canto no respetaba su dolor y la persegu¨ªa por toda la casa, y pasar¨¢n m¨¢s de mil anos, muchos m¨¢s, desafinando como si. les fuera la vida en ello, panda. de in¨²tiles, lo esperaron para matarlo a la puerta de la casa, apenas sali¨® del portal lo mataron como a un perro y en tres d¨ªas la polic¨ªa la hab¨ªa interrogado de tal manera que se sent¨ªa culpable no s¨®lo de la muerte de ¨¦l sino hasta de la guerra de Corea, no ten¨ªa la menor idea de por qu¨¦ lo hab¨ªan matado y no ten¨ªa, tampoco, el menor inter¨¦s en saberlo, prefer¨ªa recordarlo como el ¨²nico hombre que hab¨ªa encontrado que mereciera la pena, yo no s¨¦ si tendr¨¢ amor la eternidad, y no como un gui?apo ensangrentado al que metieron en una ambulancia como si fuera un pedazo de carne para el matadero, en esos tres d¨ªas llor¨® lo que no hab¨ªa llorado en 40 a?os y no sali¨® de la casa hasta que 15 horas sin encender un pitillo la empujaron al quiosco, durante esos minutos not¨® que el alma se le escapaba por los pies y se infiltraba en el suelo y subi¨® aterrorizada porque fue, consciente de lo fr¨¢gil que era sin ¨¦l.Un trueno la sac¨® del ensimismamiento y en la asonada brutal se le turbaron los sentidos hasta el punto de ver c¨®mo las nubes se abr¨ªan para dejar ver un cielo del color de la naranja poblado de manchas verdes, se restreg¨® los ojos, abri¨® la cristalera y la gente apuntaba sobre sus cabezas porque una corte de ¨¢ngeles descend¨ªa portando trompetas y timbales y clarines anunciando el d¨ªa del juicio, ella sonri¨®, es l¨®gico que si ¨¦l no est¨¢ no haya mundo y salt¨® de la terraza para ser la primera en ser recogida, pero all¨¢ tal como aqu¨ª en la boca llevar¨¢s sabor a m¨ª. ,
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