Venenos
En el siglo XVIII la salud que importaba a las autoridades era la del alma y la del reino, no la de los cuerpos de los s¨²bditos. De esta ¨²ltima se ocupaban, en el caso de los ricos, los m¨¦dicos privados; en el de los pobres, curanderos y brujas o algunas ¨®rdenes religiosas caritativas: en cualquier caso, al Estado no le costaba dinero mantenerla o restaurarla y por tanto con su cuerpo cada cual pod¨ªa hacer lo que quisiera. Asunto muy distinto, en cambio, era la salud ideol¨®gica (religiosa o pol¨ªtica) de la poblaci¨®n, cuyo deterioro pod¨ªa alterar el orden establecido, propiciar desobediencias, motines y atentados. Cuanto se supon¨ªa que emponzo?aba las mentes era rigurosamente controlado; ante todo y sobre todo, la letra impresa. En Espa?a o Italia, la Inquisici¨®n se ocup¨® de esa vigilancia; en Francia, Colbert hab¨ªa puesto en marcha, a mediados del siglo XVII, una "polic¨ªa literaria" que sigui¨® funcionando con temible eficacia durante buena parte de la centuria siguiente.Los libros necesitaban un permiso real para editarse y circular, que pod¨ªa ser negado por m¨²ltiples razones: ofensas a la religi¨®n por defecto (Helvetius) o por exceso (los jansenistas), discrepancia religiosa (los protestantes), atentado a las buenas costumbres (relatos libertinos), propaganda subversiva (panfletos contra nobles o contra el propio rey), cr¨ªticas poco respetuosas a los sabios de la academia, etc¨¦tera. Por supuesto, los libros prohibidos tambi¨¦n se editaban y circulaban, con las dificultades propias de la clandestinidad, pero benefici¨¢ndose de un suplemento de notoriedad. Cuantas m¨¢s obras se prohib¨ªan, m¨¢s buscadas eran hasta por los semianalfabetos y m¨¢s c¨¦lebres se hac¨ªan sus autores: ?que se lo pregunten, si no a Voltaire! Adem¨¢s, los libros prohibidos eran plagiados sin escr¨²pulo, falsificados, desguazados y vueltos a montar, adulterados de mil maneras seg¨²n el inter¨¦s econ¨®mico de los libreros. La gente quer¨ªa leer al prohibido Rousseau y acababa leyendo cualquier absurda amalgama suced¨¢nea o al ves¨¢nico Marat, cuyos efectos, y sobre todo defectos, eran letales.
Pero ser¨¢ mejor dejarle la palabra a un especialista en la ¨¦poca. La cita es extensa, pero no tiene desperdicio: la polic¨ªa literaria "reposa sobre una convicci¨®n que dirige sus m¨¦todos: los libros il¨ªcitos son drogas peligrosas que envenenan el cuerpo social. De aqu¨ª la definici¨®n del medio literario como poblaci¨®n de riesgo que conviene vigilar, llen¨¢ndolo de soplones y provocadores. Se esp¨ªa a los impresores; se controlan minuciosamente las llegadas de papel y el flujo de mercanc¨ªas; se limitan los lugares de fabricaci¨®n y los lugares de venta del libro -en Par¨ªs, el barrio de la Universidad, el recinto del palacio y los muelles pr¨®ximos al Pont Neuf-; se multiplican las inspecciones y las, requisas; se logra a menudo desmantelar las redes de producci¨®n y la difusi¨®n de las obras prohibidas; se detiene tambi¨¦n a los peque?os revendedores, cuyo comercio, empero, se deja prosperar a cambio de la esperanza de informaciones sobre delincuentes m¨¢s importantes. Se encarcela, se castiga con la prohibici¨®n de ejercer la profesi¨®n, se carga de multusa impresores y vendedores, obreros y autores. Esta represi¨®n encarnizada tiene como contrapartida dos efectos contradictorios. Por una parte, una cierta podredumbre moral del medio editorial, rondado por personajes turbios, delatores, verdaderos delincuentes; asimiladas por la polic¨ªa al mundo peligroso de los bajos fondos, las gentes del libro tienen tendencia a acercarse a ¨¦ste, arrastradas por una solidaridad en la exclusi¨®n. Pero, por otra parte, la polic¨ªa del libro tiene tambi¨¦n por efecto establecer solidaridades y complicidades en tre los profesionales, que, a pesar de eso, se entregan a menudo ¨¢ una competencia salvaje. Incluso entre los opulentos y puntillosos impresores y libreros parisienses bien Instalados, bien organizados en su defensa corporativa, hay quien no se resiste al placer y al provecho de burlarse de la polic¨ªa, de participar en redes ilegales, de dar el pego a reglamentos asfixiantes y de ofrecer a un p¨²blico cada vez m¨¢s numeroso y ¨¢vido los libros perseguidos" (Robert Le-pape, Voltaire, le conqu¨¦rant, Editorial Seuil, ¨¢ginas 76 y 77).
Por a?adidura, a¨²n falta por mencionar el tr¨¢fico de material clandestino impreso en la permisiva Holanda, los negocios que hac¨ªa la polic¨ªa compinch¨¢ndose con los libreros, los censores que por liberalismo o codicia escond¨ªan obras prohibidas en su casa, los cl¨¦rigos y plum¨ªferos conservadores que fabricaban con remunerada aplicaci¨®n innumerables preservativos literarios contra los escritores peligrosos, tratados terap¨¦uticos para contrarrestar sus errores, etc¨¦tera.
Supongo que este cuadro persecutorio les resulta a ustedes altamente familiar; en efecto, hoy se da en Europa, pero no para controlar los peligros de la letra impresa, sino los peligros de la qu¨ªmica. Tambi¨¦n ahora hay drogas legales, con permiso de circulaci¨®n, y otras que no lo tienen a causa de motivos establecidos por las autoridades seg¨²n diversos argumentos ideol¨®gicos; pero algunas de esas drogas prohibidas pueden tomarse en determinados casos pidiendo la oportuna receta m¨¦dica, o sea, el equivalente a la dispensa del Santo Oficio para leer libros que estaban en el ¨ªndice de Obras Prohibidas. En cuanto a la adulteraci¨®n de los productos, el avivamiento general del inter¨¦s por ellos al estar prohibidos, la creaci¨®n de un ambiente delictivo en torno a su fabricaci¨®n y distribuci¨®n, la proliferaci¨®n de mangantes especializados en luchar contra el veneno, etc¨¦tera, los resultados son m¨¢s o menos id¨¦nticos: las mismas causas dan lugar a los mismos efectos, aumentados en nuestra ¨¦poca por la masificaci¨®n urbana y otros problemas socioestructurales.
Las medidas represivas no detuvieron a la imprenta, ni impidieron que cada vez hubiese mayor oferta de libros prohibidos, ni mucho menos evitaron que los lectores de aquellas obras festejaran el fin de siglo con una gran revoluci¨®n. La eficacia de la persecuci¨®n de las drogas, no ha sido mayor y ha resultado, en muchos aspectos, a¨²n m¨¢s desastrosa. No cabe duda de que algunos libros pueden influir negativamente en ciertas personas, influyendo para que se da?en a s¨ª mismas o a otras. Las palabras y las ideas son en. potencia mucho m¨¢s peligrosas que cualquier compuesto qu¨ªmico, porque calan de modo m¨¢s hondo, activo y perdurable en los colectivos humanos. Sin embargo, hoy la mayor¨ªa estamos convencidos de que tales da?os potenciales se acompa?an de efectos positivos y, en cualquier caso, no pueden ser evitados m¨¢s que por v¨ªa educativa y aplicando juiciosamente las leyes generales que regulan las sociedades civilizadas. S¨®lo cuando algo, sea la imprenta o la qu¨ªmica, funciona en r¨¦gimen de libertad podemos instruirnos para su uso y, prevenirnos contra su abuso.
Desgraciadamente, en cuesti¨®n de drogas es la mentalidad inquisitorial la que sigue prevaleciendo. Cuando se propone que ser¨ªa bueno discutir el tema de la despenalizaci¨®n de algunas o de todas las sustancias prohibidas, los supersticiosos cocean con estr¨¦pido ensordecedor. Otros, un poco m¨¢s finos, dicen que no se puede hablar del asunto, porque deber¨ªa ser una medida tomada a escala internacional, ?Como si alguna vez se pudiera adoptar una medida de ese alcance sin que los pa¨ªses lo discutieran antes internamente y luego propiciaran el debate con los dem¨¢s! A¨²n se oye de vez en cuando que son los traficantes quienes desean la despenalizaci¨®n: por lo visto ya se han aburrido de ganar dinero negro y quieren empezar a pagar impuestos... A¨²n peor, se propone suprimir garant¨ªas jur¨ªdicas para satisfacer a los demagogos en otros casos N¨¦cora, se disponen patadas en la puerta, pinchazos telef¨®nicos y hasta la figura jur¨ªdicamente repulsiva del "agente provocador", que es como dar patente de corso a la polic¨ªa para organizar los delitos que ha de perseguir. En fin, que el miedo y la estupidez son los ¨²nicos venenos sociales contra los que no parece haber cura ni en el Siglo de las Luces ni en el de las sombras.
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