Agenda
Hace poco se despidi¨® de la clase pol¨ªtica madrile?a Miguel Roca, quiz¨¢ el mejor ejemplar de pol¨ªtico profesional que hab¨ªa en Espa?a. Cuando otros l¨ªderes enseguida pierden los nervios en cuanto, les mientan la familia, o entran al trapo de la carnaza que les sirve en bandeja la prensa amarilla, Roca ha sido siempre el primero en dar ejemplo no s¨®lo de sensatez, pragmatismo y serenidad (virtudes que ya se suponen en el seny catal¨¢n), sino lo que parece mucho m¨¢s importante: de flema brit¨¢nica, capaz de rebajar la tensi¨®n con pinceladas de humor que desarmaban el excesivo acaloramiento de, unos debates casi siempre rayanos en la sobreactuaci¨®n truculenta. Estos tiempos no parecen los mejores para prescindir de pol¨ªticos as¨ª, capaces de templar los ¨¢nimos y poner en su lugar a tanto histri¨®n profesional. Y el diagn¨®stico que nos ha dejado Roca como testamento no pod¨ªa ser m¨¢s exacto: "El actual clima de sospecha generalizada impide abordar los debates importantes, como son los relacionados con el Estado del bienestar" (conferencia en el Club Siglo XXI de Madrid, el 3 de noviembre de 1994). Efectivamente, parece mentira que durante todos estos d¨ªas la clase pol¨ªtica madrile?a s¨®lo se haya ocupado como ¨²nico tema obsesivo de una dudosa denuncia de nepotismo. ?A qu¨¦ viene tan rastrero altercado por una an¨¦cdota objetivamente irrelevante?La respuesta a esta pregunta parece evidente: hoy es, cierta prensa quien dicta en Espa?a la agenda, al definir el orden pol¨ªtico de las prioridades. Pero esto lo hace no en inter¨¦s de sus lectores sino con el ¨²nico objeto de condicionar al poder, haciendo que Gobierno y oposici¨®n bailen al son que quiera tocar un vanidoso flautista de Hamel¨ªn. Lo cual no s¨®lo demuestra la irresponsabilidad de quien lo hace (ya que juega fr¨ªvolamente con los intereses de demasiados espa?oles) sino lo que parece peor: una insana obsesi¨®n megal¨®mana s¨®lo comparable a lo que se llama er¨®tica del poder. As¨ª, ya que por razones evidentes no se puede aspirar a ocupar el poder, al menos se lo usurpa vicariamente, al condicionarlo dictando arbitrariamente la agenda pol¨ªtica para poder vanagloriarse de que se logra tener de rodillas al mism¨ªsimo poder.
?Deber¨ªamos deso¨ªr los cantos de sirena de la prensa amarilla, despreciando su ruidosa distorsi¨®n para poder centrarnos de nuevo en debates pol¨ªticos verdaderamente relevantes? Yo as¨ª lo intent¨¦ hace poco, participando como invitado en un debate sobre el Estado del bienestar que la Diputaci¨®n barcelonesa hab¨ªa organizado en el Patronato Flor de Maig (que es un casi secreto centro de estudios que se esconde en un id¨ªlico paraje boscoso junto a Cerdanyola del Vall¨¦s). Interven¨ªan Manolo Castells y Eulalia Vintr¨®, entre otros y tras discutir exhaustivamente los ternas monogr¨¢ficos propuestos (la gesti¨®n multidisciplinar de los servicios de bienestar, la consideraci¨®n de los usuarios como sujetos de iniciativas y de derechos, el recurso al voluntariado del tejido comunitario, etc¨¦tera), la sesi¨®n final de cierre se centr¨® en el incierto futuro que podr¨ªa aguardarle al Estado del bienestar.
"Aqu¨ª llega el debate pol¨ªtico en serio", pensaba yo, prepar¨¢ndome para escuchar agrias pol¨¦micas sobre las modalidades de financiaci¨®n (por capitalizaci¨®n o por reparto) de los derechos sociales, que constituye actualmente la principal frontera pol¨ªtica que separa a la derecha de la izquierda (dado que los sindicatos ya han aceptado por fin la necesidad de moderar los salarios para poder crear empleo). Pues bien, no fue as¨ª. En su lugar lo que hubo fue una un¨¢nime condena del papel que juegan los mass media en la distorsi¨®n sensacionalista del problema. Pues tambi¨¦n aqu¨ª, en el debate sobre el Estado del bienestar, es la prensa quien parece dictar1a agenda pol¨ªtica.
La moraleja parece obvia: el debate p¨²blico que hoy resulta m¨¢s urgente es el de discutir el papel de la prensa (seria y amarilla) en la definici¨®n de la agenda. Pues hasta que esto no, se aclare tampoco se podr¨¢n abordar con ¨¦xito los problemas sustanciales, como son la financiaci¨®n de los partidos o el futuro del Estado de bienestar.
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