La noche antes
Renace cada fin de semana en este plusultra municipal donde vivo, encrucijada de barrios hasta la que llega la trashumancia juvenil que puso en marcha aquel camastr¨®n y prematuro viejo profesor, del que casi ninguno se acuerda. Inercia de la movida, marejadilla adolescente y joven que las v¨ªsperas convocan desde los m¨¢s remotos distritos. Se despereza y desayuna el Madrid que toca diana al dar las horas 24. El antiguo bulevar, apenas transitadas sus aceras. en tiempo laboral, las anima y alarma cerca de la medianoche. De Alonso Mart¨ªnez a Bilbao cruza el eje de un tiovivo incesante que recorre el viernes pagano y el s¨¢bado glorioso los m¨¢s de 1.200 bares de la zona.Nada que ver con la triste y vergonzante oferta de los travestidos que orillan la Castellana; ¨¦sta de por aqu¨ª es gente que trae puesta la gala de los mejores a?os. Arriban en tropel, se encuentran y reconocen sin haberse nunca visto; o habi¨¦ndose olvidado de una semana a la otra. Poca novedad, descubrir y rastrear las migraciones que avivan y trastornan las calles mortecinas. Rezongan los mayores sus claudicaciones augurando cat¨¢strofes ante la s¨®lida cadena de autom¨®viles que orlan los bordillos. En un periquete improvisan el aparcamiento medianero para coches de poca envergadura. Como manda la tradici¨®n, los guardias est¨¢n siempre d¨¢ndose una vuelta a la manzana.
-Si hay un incendio, los bomberos no podr¨¢n llegar; ni quiero pensar en lo que ocurrir¨ªa...
-Pues no piense, se?ora.
La temperatura ha sido benigina en este largo oto?o, apenas remojado por una lluvia fugaz. La alegre muchachada ocupa el encintado con la botella de cerveza y el envase de refresco en la mano. Hablan mucho, aunque no puede apostarse que se escuchen o entiendan. En punta, alg¨²n agudo de garganta casi infantil. Vaqueros convencionales, minifaldas estrictas o largas hasta los pies, con unas aberturas hacia la cadera; dominan el azul de los pantalones y el negro en el atuendo femenino, luto por lo que tardar¨¢n a¨²n en recordar.
Ignoro lo que ocurre en esos locales de donde sale el estr¨¦pito como un sifonazo cuando se entreabren las puertas. Ni qu¨¦ sucede en ese tiempo tard¨ªo cuando marchan los autom¨®viles abarrotados hacia destino y rumbo desconocidos. Alguna, rara vez, regreso tarde a casa y paso, como el cuchillo en la mantequilla blanda, entre la fresca y palpitante muchedumbre. Tengo la impresi¨®n de que, simplemente, apenas reparan en los que somos viejos. No producen temor alguno, el que estremece en las avenidas altas de Nueva York, incluso en las bocacalles que semejan madrigueras con salida a la Gran V¨ªa, desbordada, a veces, por tipos patibularios, quiz¨¢s tambi¨¦n inofensivos.
S¨®lo cambiaron algunos h¨¢bitos y se han incorporado multitudes en el pespunte hebdomadario. Otra ¨¦poca, la nuestra, ten¨ªa menos decibelios: alguna juerga de colmao, el chocolate con churros al amanecer y la ¨²ltima copa de aguardiente, compartido en el mostrador de esta?o con los alba?iles, que tonificaban el gaznate con lo mismo y mataban el gusanillo antes de subirse al andamio, s¨¢bados incluidos.
El forastero se pasma ante tanto ajetreo, ni siquiera comparable con la manipulada y minuciosa experiencia existencialista que pastore¨® Sartre desde su piso junto a la torre de Saint Germain-des-Press en aquellos cicatrizantes a?os cincuenta.
Madrid es el movimiento puro y continuo de la juventud, que ignora y no le importa saber ad¨®nde va ni por qu¨¦ acude a la incomprensible cita de esas dos noches, como si no hubiera d¨ªa despu¨¦s. Seg¨²n el poeta, era preciso emborracharse de vino, de poes¨ªa o de virtud. Apenas entrevisto el fen¨®meno, tengo la vaga impresi¨®n de que nuestros j¨®venes se embriagan de su propia, misteriosa y precedera sustancia.
Vuelve el silencio a la noche del domingo. Esos chavales del anillo en la oreja, nonatos marineros del cabo de las Tormentas; las muchachas, delgadas y crecidas en la danza febril de la noche antes, disiparon las recargables energ¨ªas para el trabajo, quiz¨¢s la penosa busca de trabajo. Gozan de la, savia vital como quiz¨¢s jam¨¢s ocurri¨®. ?Qu¨¦ envidia, Se?or!
Eugenio Su¨¢rez es escritor.
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