La llamada
Telefone¨® al supermercado para hacer el pedido, pero una mujer respondi¨® que aquello era una casa particular. Colg¨® lleno de palpitaciones: la voz hab¨ªa abierto en su memoria sentimental una grieta por la que comenz¨® a salir enseguida una aguja de gas. Volvi¨® a marcar confiando a los dedos la reproducci¨®n del error y respondi¨® de nuevo la mujer. ?l permaneci¨® en silencio, absorbiendo con los sentidos la atm¨®sfera de la habitaci¨®n lejana. No se o¨ªa la televisi¨®n ni la radio; tampoco ruido de ni?os. Imagin¨® que viv¨ªa sola en un apartamento igual que el suyo y lo reprodujo sin dificultades. Ella, a su vez, callaba. Quiz¨¢ su voz hab¨ªa levantado tambi¨¦n un registro mal cerrado en las sentinas de su memoria. La imagin¨® con un libro en el sof¨¢. Durante a?os hab¨ªa so?ado que se encontraban en la calle, y ahora, en lugar de sus cuerpos, se cruzaban sus voces, pero la de ella ten¨ªa la densidad de un cuerpo. "Diga", repiti¨® al fin, y ¨¦l palade¨® ese diga con las membranas del o¨ªdo, igual que en otro tiempo hab¨ªa saboreado sus muslos con los dedos. Era un diga mojado por la excitaci¨®n. De manera que tambi¨¦n ella viv¨ªa sola y los s¨¢bados por la tarde le¨ªa: ten¨ªa la voz de los que se refugian de las horas dentro de una novela. "?Es el supermercado?", pregunt¨®. "S¨ª", escuch¨® al otro lado, tras un titubeo; "?qu¨¦ desea?". Recit¨® el pedido y al final la mujer a?adi¨® que hab¨ªa yogures en oferta. Despu¨¦s de los yogures, no supo continuar. Ella, tampoco, as¨ª que dijo que se lo enviar¨ªan y colg¨® sin solicitar la direcci¨®n, lo que acab¨® de delatarla. Telefone¨® de nuevo, lleno de remordimientos, pero sus dedos no se atrevieron a equivocarse una vez m¨¢s. Se hab¨ªan cruzado, pero despu¨¦s de unos instantes prefirieron simular que no se conoc¨ªan. ?l reprimi¨® un sollozo y, ahora s¨ª, llam¨® al supermercado.
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