Los robots tambi¨¦n lloran
Las nuevas tecnolog¨ªas ni destruyen ni crean empleo: lo transforman. Tal es el balance de decenas de estudios realizados en los ¨²ltimos a?os en muchos pa¨ªses y sintetizados en el reciente informe de la OCDE sobre el empleo y el paro. Desde la perspectiva europea, la irrupci¨®n de las nuevas tecnolog¨ªas de informaci¨®n en f¨¢bricas y oficinas ha sido simult¨¢nea, con un periodo de lento crecimiento del empleo en los ¨²ltimos quince a?os. Pero la experiencia es muy distinta en Estados Unidos y Jap¨®n, pa¨ªses con mayor desarrollo tecnol¨®gico y mayor difusi¨®n de las nuevas tecnolog¨ªas en el tejido productivo. Entre 1980 y 1991, en Estados Unidos se crearon 16 millones de puestos de trabajo y en Jap¨®n m¨¢s de 14 millones, mientras que en el conjunto de la Uni¨®n Europea s¨®lo hubo un incremento neto de 6,2 millones. Entre 1960 y 1995, el empleo norteamericano aument¨®, en promedio, en un 1,8% por a?o, el japon¨¦s en un 1,2% y el europeo tan s¨®lo en un 0,3% por a?o. O sea, que el impacto de la tecnolog¨ªa sobre el empleo depende esencialmente de su utilizaci¨®n por parte de las empresas y las pol¨ªticas econ¨®micas. Es obvio que si se introduce un robot en un taller se elimina fuerza de trabajo. Pero ello no implica reducci¨®n de empleo para la empresa, para el sector o para el pa¨ªs. Porque el aumento de la productividad gracias a la tecnolog¨ªa permite aumentar la competitividad de la empresa, ganando mercado, y por tanto generando m¨¢s empleo. Y porque mayor productividad puede tambi¨¦n generar mayor demanda en el conjunto de la econom¨ªa, por lo cual, si bien se reduce empleo en algunas tareas o sectores, se incrementa en otros. En realidad, ¨¦sa ha sido hasta ahora la experiencia del desarrollo tecnol¨®gico en el ¨²ltimo siglo. Los estudios compilados por la Organizaci¨®n Internacional del Trabajo, en particular por Kaplinsky y Bessant, demuestran que, en t¨¦rminos globales y para las econom¨ªas avanzadas, no hay destrucci¨®n de empleo por impacto tecnol¨®gico.En el caso de Espa?a, tal vez es tambi¨¦n la conclusi¨®n de los pocos estudios fiables realizados, en particular por Cecilia Castano y Felipe S¨¢ez. Se aduce en c¨ªrculos prof¨¦ticos generalmente mal informados que los impactos a¨²n no se han hecho notar plenamente. Es cierto que la difusi¨®n masiva de tecnolog¨ªas de informaci¨®n en los servicios s¨®lo ahora se est¨¢ produciendo, y pronto la autopista de la informaci¨®n atravesar¨¢ las salas de estar de nuestra vida, cambi¨¢ndola para siempre. Pero la eliminaci¨®n de puestos de trabajo implica la creaci¨®n de otros en nuevos sectores, nuevos procesos y nuevos productos. Los modelos de simulaci¨®n realizados en Estados Unidos (en particular, por Leontieff y Duchin) o en Alemania (el llamado Meta-Estudio) indican una reducci¨®n muy modesta de la cantidad de trabajo global en la pr¨®xima, d¨¦cada, siempre contando con. la tendencia constante al aumento de la demanda. Y las proyecciones de empleo de la. OCDE para 1992-2005 prev¨¦n, un incremento neto del 19% para Estados Unidos, del 6%, para Jap¨®n y del 6,5% para la Uni¨®n Europea.
As¨ª pues, aunque en Europa tenemos un problema serio de paro, no es la consecuencia de las grandes innovaciones tecnol¨®gicas que estamos viviendo, sino de la utilizaci¨®n que de esa innovaci¨®n hacen las empresas para flexibilizar el mercado de trabajo y el propio proceso de trabajo. Hay tres modelos distintos de cambio del trabajo en funci¨®n de la tecnolog¨ªa: en Jap¨®n se conserva el empleo en las grandes empresas, se recicla a los trabajadores y se apuesta por un incremento de la productividad: es la integraci¨®n del trabajador y del robot; en Estados Unidos se utiliza la extraordinaria flexibilidad permitida por las nuevas tecnolog¨ªas para cambiar la organizaci¨®n de la empresa hacia la subcontrataci¨®n y la r¨¢pida rotaci¨®n de los empleados, incluso de los profesionales: se asiste a la formaci¨®n de redes de trabajadores equipados con sus robots y ordenadores cada vez m¨¢s personales; en Europa se utilizan frecuentemente las nuevas tecnolog¨ªas para aumentar la producci¨®n sin aumentar proporcionalmente el empleo, para escapar de las cotizaciones sociales y a los contratos laborales: los robots y ordenadores ir¨¢n poblando cada vez m¨¢s f¨¢bricas y oficinas, programados y dirigidos a distancia por un n¨²cleo profesional y de mantenimiento. Cada modelo tiene sus problemas: en Jap¨®n se acent¨²a la separaci¨®n entre una mitad de la poblaci¨®n laboral estabilizada y productiva y otra mitad en precario (generalmente, mujeres y j¨®venes); en Estados Unidos, aunque los nuevos empleos se crean sobre todo en las categor¨ªas m¨¢s cualificadas, los niveles medios de salarios reales contin¨²an reduci¨¦ndose y las condiciones de trabajo deterior¨¢ndose; en Europa (y en particular en Espa?a) nos hemos instalado en un paro estructural considerable que se estabiliza a un nivel cada vez m¨¢s alto al final de cada recesi¨®n econ¨®mica. Y es que lo que estamos viviendo en las econom¨ªas avanzadas es una transformaci¨®n fundamental de la organizaci¨®n del trabajo permitida e inducida por las nuevas tecnolog¨ªas: la tendencia a la individualizaci¨®n del trabajo y a la organizaci¨®n productiva en forma de red. Tal modelo permite un incremento extraordinario de la productividad y de la flexibilidad, pero, por otro lado, atomiza el trabajo y pone en cuesti¨®n las formas de organizaci¨®n social y cooperativa sobre la que descansa todav¨ªa la convivencia en nuestras sociedades. La tendencia tecnol¨®gica a la desagregaci¨®n del trabajo es tan imparable como lo fue la concentraci¨®n de los trabajadores en las f¨¢bricas y grandes organizaciones de la era industrial. Pero si no encontramos formas de cooperaci¨®n y protecci¨®n social equivalentes a lo que fueron los sindicatos y el Estado de bienestar en la anterior sociedad (desde luego, a partir de los actuales sindicatos e instituciones), la extrema flexibilidad econ¨®mica degenerar¨¢ en inestabilidad social y agresividad psicol¨®gica, minando la productividad en ¨²ltimo t¨¦rmino. Inventamos los robots para ser nuestros fieles servidores en una sociedad m¨¢s productiva y m¨¢s humana. Pero si los obligamos a sustituirnos, no porque ellos lo impongan, sino porque nosotros lo queremos, su soledad ser¨¢ un eco de nuestra tristeza y un testimonio de nuestro fracaso.
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