Por si acaso
Yo tambi¨¦n quisiera, como Manuel Vicent, morir sentado en una mecedora blanca frente al Mediterr¨¢neo, mirando sin pesta?ear la l¨ªnea del horizonte. En mi viaje a La Habana, menos reciente que el suyo, no encontr¨¦ ning¨²n brujo caracolero que me formulara tan grato vaticinio, pero lo suscribo y me lo apropio. Incluso lo completo por mi cuenta a?adiendo que me gustar¨ªa retrasar el evento varios decenios: los que el cuerpo aguante con lucidez. En esto debo confesar que he cambiado. Hace 20 a?os llegu¨¦ a hacerme la ilusi¨®n de no morirme nunca. El general no se mor¨ªa ning¨²n d¨ªa, ninguna madrugada, y pens¨¦ que si ¨¦l no, quiz¨¢ yo tampoco. Pero s¨ª. En su defecto me apunto a la f¨®rmula e mi paisano (paisano: que es del mismo pa¨ªs, en este caso el valenciano-castellonense-alicantino-mediterr¨¢neo).Pero no estoy seguro de que los ¨¢ngeles de Rilke o las gaviotas de nuestro mar me concedan as¨ª como as¨ª mi propia muerte. Son demasiados siglos de experiencia, ciertamente in c¨®rpore alieno, para no sentir el gusano de la duda. A veces es muy dif¨ªcil morir. Hay hombres que se mueren a trozos, en pedazos, sin dignidad, dejando a los vivos un recuerdo ¨²ltimo y cruel que falsea, como dir¨ªa Mach¨ªn, "toda una vida". Hemos de aceptar, querido paisano, la Posibilidad de que el brujo claracolero, si nadie le ayuda, se equivoque.
En previsi¨®n de tales errores y desgracias, cuatro amigos, cuatro juristas, hemos enviado al ministro de Justicia, tambi¨¦n ¨¦l jurista y amigo, una petici¨®n de enmienda al texto del art¨ªculo 143 del proyecto de C¨®digo Penal para que, mejorando su redacci¨®n actual, que ya va por ah¨ª, reconozca validez a las peticiones expresas, serias e inequ¨ªvocas de ciertos enfermos, de modo tal que sirvan para eximir de responsabilidad penal a quienes, atendiendo aquellas peticiones, causen o cooperen activamente en la muerte del enfermo. Esta carta y la petici¨®n de enmienda la ¨ªbamos a firmar cinco y no s¨®lo cuatro personas. El quinto amigo se fue antes de tiempo. Se anticip¨® sin avisarle la dama negra.
As¨ª es la vida. Hay que vivirla entre ilusiones improbables y art¨ªculos del C¨®digo Penal, entre brujos y jueces, sue?os y leyes. Es verdad, como hace alg¨²n tiempo escribi¨® Marco Aurelio, que "eres ya un moribundo", frase que me gusta citar porque est¨¢ escrita en segunda persona del singular, no en primera, y parece dirigida a un desconocido interlocutor universal, que siempre lo ha sido. Pero tambi¨¦n es cierto que en determinadas situaciones esa condici¨®n -la de moribundo- se agrava, amenaza con perpetuarse y puede ser tan dolorosa como para no permitir que se goce ya del regalo de la vida: del dulce sol de oto?o junto al Mediterr¨¢neo, del saludo de un amigo, de la compa?¨ªa de tu mujer y tus hijos, del concierto para clarinete de Mozart, de la relectura de un libro.
Es humano tomar decisiones y es racional que algunas de ellas afecten a la propia vida, incluido su final. En un Estado democr¨¢tico como el que tenemos a partir de la Constituci¨®n, la libertad como valor superior del ordenamiento jur¨ªdico debe llegar hasta ese umbral. Con garant¨ªas y cautelas, con precauciones para evitar abusos ego¨ªstas e interesados o decisiones no meditadas, el legislador deber¨¢ tomar en consideraci¨®n riesgos y libertades y, decidir una norma puramente permisiva, despenalizadora, para quienes ayuden a alguien a bien morir.
Ese legislador democr¨¢tico que representa a todo el pueblo est¨¢ capacitado para elaborar esa norma. Pero no ser¨ªa impertinente o¨ªr en directo otras voces, todas las voces. Este pa¨ªs lleva semanas hablando y escribiendo sobre tanta basura, sobre tanta acusaci¨®n no demostrada y sobre tantas demostradas ambiciones e impaciencias de poder, que podr¨ªa autoconcederse un respiro para debatir durante alg¨²n tiempo acerca de una cuesti¨®n que, ¨¦sa s¨ª, a todos concierne. Moralistas y m¨¦dicos, juristas y psic¨®logos, fontaneros y viajantes de comercio (si alguno queda), enfermeras y geront¨®logos, actrices, juezas y funcionarias, madres, hermanas e incluso hijas, periodistas, pescadores, poetas y bailarinas: todos deber¨ªan opinar. Todos: vascos y catalanes, extreme?os, gallegos, murcianos y un largo etc¨¦tera, hasta 17. Porque parece ser, que ¨¦sta es una cuesti¨®n de las pocas o poqu¨ªsimas que escapa de la espesa red del tejido auton¨®mico. Esta p¨¢gina, la del peri¨®dico en que escribo, no es m¨ªa y por tanto no puedo disponer de ella. Al escribir lo que sigue soy consciente de que corro el peligro de ser severamente amonestado por la pir¨¢mide jer¨¢rquica de este peri¨®dico, de este Pa¨ªs. Pero con todo, y confiando en su talante liberal y permisivo, me atrevo a sugerir que este sitio, esta p¨¢gina, podr¨ªa ser lugar adecuado, aunque sin duda no el ¨²nico, ni el mejor, para ese debate, para una toma de conciencia abierta y discutida. Sin huella ni nostalgia de pasadas democracias org¨¢nicas, y reservando para las Cortes Generales la condici¨®n de foro representativo y decisorio, quiz¨¢ no fuera necio pensar en voz baja, con la pluma y no con el grito, sobre un problema com¨²n.
Podr¨ªamos hablar de todo, escribiendo acerca de los testamentos de vida y el color de la mecedora que cada cual elija, perfilando matices en el texto de la norma del C¨®digo Penal, detallando cautelas no infinitas y respetando voluntades ciertas, bajo la pancarta envolvente de que ning¨²n cuerpo decr¨¦pito debe denigrarse a s¨ª mismo, sobrevivi¨¦ndose de mala manera, si la mente que le dio y da a¨²n nombre decide con libertad y consciencia que no merece la pena seguir. Yo creo que todos los dioses, si los hubiera o hubiese, entender¨ªan este lenguaje. Entre tanto, gocemos del presente: de la palabra, de la raz¨®n, que es lo mismo, del cuerpo pensante, de la mecedora de cualquier color (las m¨ªas son dos y negras), de la libertad y de tantas cosas que hacen maravillosa la vida, mientras siga si¨¦ndolo para cada cual.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.