Teatro
"La situaci¨®n del teatro se agrava d¨ªa a d¨ªa", manifest¨® hace poco Antonio Buero Vallejo a EL PA?S, "y hacen falta salas como las de antes". Seguramente se refer¨ªa el dramaturgo al Madrid teatral, que desde la guerra civil siempre estuvo en crisis, aunque, comparado con la actualidad, constitu¨ªa un emporio.El teatro ten¨ªa en Madrid vida, estrenaban o repon¨ªan obras muchas salas, otras estaban especializadas en los cl¨¢sicos, se editaban sus textos en peque?o formato, los cr¨ªticos teatrales ejerc¨ªan una labor orientadora de primer orden, y su opini¨®n y sus aportaciones eruditas enriquec¨ªan el conocimiento de los aficionados al teatro, quienes asist¨ªan a las representaciones dotados de suficientes elementos de juicio, los contrastaban con su propio parecer, y debat¨ªan despu¨¦s en peque?as tertulias el fondo y la forma de la obra, sus s¨ªmbolos e influencias, la labor interpretativa de los actores.
La gente mayor iba al teatro, unos Por afici¨®n y otros por costumbre, y hab¨ªa un p¨²blico joven, numeroso, atento, cr¨ªtico y apasionado. Claro que asistir a las funciones previo paso por taquilla no estaba al alcance de todos, pero exist¨ªa la soluci¨®n alternativa de la claque, un servicio de gran tradici¨®n en el mundillo teatral. La claque se establec¨ªa en un bar cercano al teatro, sobre un velador, donde un representante de la sala vend¨ªa los billetes a bajo precio.
El p¨²blico de claque -mayoritariamente estudiantes y empleados j¨®venes- hab¨ªa de acudir temprano al bar, ya que con frecuencia se agotaba el papel, y a punto de empezar la funci¨®n ocupaba sus localidades en las ¨²ltimas filas, del patio de butacas. Su obligaci¨®n consist¨ªa en aplaudir las frases, los mutis y las bajadas de tel¨®n que el jefe de la claque se?alaba arrancando con unas palmadas, cuya contundente sonoridad s¨®lo pod¨ªa alcanzar quien tuviera las manos como tabiques. El fin de la ovaci¨®n lo marcaba a la voz, habitualmente aguardentosa, susurrando ?ya!
Nadie sent¨ªa sensaci¨®n de desdoro ni le sobreven¨ªa complejo alguno por formar parte de la claque; antes al contrario, reportaba timbre de afici¨®n y veteran¨ªa -por tanto, de cultura teatral- a quienes ya eran conocidos y saludaban con ostentosa familiaridad no exenta de respeto- al jefe de la claque y a los acomodadores.
Una vez, cierta sala dedicada a revistas y variet¨¦s introdujo en la claque el aliciente complementario de una pajillera. Obviamente prestaba sus favores con descuento, para no desmerecer, mas no tuvo ning¨²n ¨¦xito. El empresario aquel, nuevo en la plaza, deb¨ªa de estar despistadillo y no lleg¨® a entender el esp¨ªritu verdadero de la claque, que se fundamentaba en un pacto entre caballeros, comercialmente ajustado y ¨¦ticamente irreprochable: los unos recib¨ªan el aplauso alentador a cambio de permitir a los otros que satisficieran su pasi¨®n por el teatro.
La promoci¨®n del espect¨¢culo se limitaba a los aplausos aquellos, la carteler¨ªa, unas gacetillas en los peri¨®dicos, y apenas hac¨ªa falta otra cosa. El ambiente teatral lo manten¨ªan vivo la creatividad, el arte, el ingenio, el esp¨ªritu emprendedor, el amor por el teatro de los dramaturgos, los actores y los empresarios.
Los tiempos, han cambiado, y no est¨¢ claro que haya sido a mejor. La representaci¨®n teatral requiere ahora grandes montajes, campa?as publicitarias, presupuestos prohibitivos, festivales subvencionados por la Administraci¨®n. Y, sin embargo, apenas quedan aficionados, la juventud no va al teatro e incluso ha desaparecido la claque por falta de clientela. El propio Buero argumenta que la televisi¨®n puede ser causa de esta crisis profunda, y algo de eso habr¨¢. Uno se atreve a se?alar, en cambio, que quiz¨¢ la crisis provenga de la propia oferta teatral, que ha desnaturalizado su esencia. Pues el teatro no es tanto decorados fastuosos, efectos de luz y sonido, machina o maravilloso, como la sencilla y escueta puesta en escena de una obra dram¨¢tica: bien escrita, bien dicha e interpretada; y eso es todo.
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