JOS? ORTEGA SPOTTORNO Nosotros
Cuando pronunciamos este pronombre personal, estamos afirmando nuestra pertenencia a determinado grupo o c¨ªrculo humano al tiempo que excluyendo a cuantos no pertenecen a ¨¦l. Unimos y expulsamos a la vez. Esos c¨ªrculos son de muy diferente radio y de muy distinta condici¨®n y, aunque siempre contengan al yo que habla, pueden cruzarse y estar en planos diferentes, con lo cual las personas que lo forman no tienen por qu¨¦ ser las mismas en todos ellos. Al hablar de nosotros Podemos referirnos a nuestro c¨ªrculo familiar, a nuestro barrio, a nuestra regi¨®n -"eso que en la retina se lleva el emigrante y en las horas de soledad o de angustia parece revivir crom¨¢ticamente dentro de su imaginaci¨®n" (Ortega)-, o a nuestro pa¨ªs. Pero tambi¨¦n somos nosotros los que hablamos la misma lengua espa?ola -y aqu¨ª nos encontraremos en el mismo c¨ªrculo con los hispanoamericanos-, los que somos fieles a una misma religi¨®n, los que formamos parte de un cuerpo social com¨²n -ingenieros, militares, artistas, unidos por una determinada vocaci¨®n-. Ese c¨ªrculo se ampl¨ªa cuando hablamos del porvenir de Europa que tanto nos importa a nosotros los europeos y alcanza su m¨¢xima dilataci¨®n al mirar nosotros los humanos el horizonte de este mundo cuyo torvo rostro actual nos presenta tantos enigmas.Los que no est¨¢n en esos c¨ªrculos son para cada uno de nosotros, los distintos, los forasteros, los extra?os, los diferentes, los antagonistas, en suma, los otros. Y aunque ¨¦stos no fueran el infierno, como piensa Sartre, son en definitiva los enemigos, los rivales, denominaci¨®n que viene, como es sabido, de los habitantes de las orillas del r¨ªo que miran con temor a los de la ribera del otro lado. Entre nosotros y ellos formamos toda la humanidad. S¨®lo los dioses quedan fuera.
Para formar parte de uno de esos c¨ªrculos sociales no se precisa la aceptaci¨®n de los dem¨¢s, al no tratarse de un club que puede poner bola negra a la entrada de un nuevo socio. Pero la pertenencia a tales c¨ªrculos puede ser de mayor o menor intensidad y de variable afinidad con lo que representa. Se quiera o no, esa pertenencia -por nacimiento, vocaci¨®n o azar- imprime car¨¢cter y es dif¨ªcil que su huella se nos borre del todo cuando la abandonamos. Un ingeniero que se hace escritor (Juan Benet fue un ejemplo ilustre), un hombre de negocios que se convierte, en int¨¦rprete musical (caso del excelente violonchelista mexicano Carlos Prieto), al saltar de un c¨ªrculo a otro se le ir¨¢ difuminando ¨¦l recuerdo del c¨ªrculo anterior, sobre todo si el nuevo es muy distinto, m¨¢s intenso y apasionante que el que ha dejado. Esa huella, cuando se refiere a un modo de ser y a una lengua, como ocurre con nosotros los espa?oles, permanece especialmente viva, incluso en los que reniegan ahora de esa condici¨®n, como algunos vascos y catalanes. La historia vivida en com¨²n no se olvida f¨¢cilmente.
Hay c¨ªrculos menores pero con extraordinario dinamismo. Yo, por ejemplo, me siento stendhaliano y me atrevo a decir, con mi admirado Sciascia, nosotros los stendhalianos. Palpamos, los que formamos parte de ese clan, al leer sus novelas y relatos, que Henri Beyle est¨¢ en ellos con nosotros, haci¨¦ndonos compa?¨ªa. Stendhal supo fundir ejemplarmente las tres personalidades, del autor, del lector y del protagonista. Y coincido con Sciascia en que "el crep¨²sculo actual de los h¨¦roes, de los semidioses, ha sido fatal para la sensibilidad p¨²blica". Aqu¨ª se me cruza de pronto mi c¨ªrculo familiar porque mi padre me ense?¨® a estimar a los mejores y despreciar a los falsarios.
Seg¨²n la ¨ªndole de nuestro c¨ªrculo, puede ser ¨¦ste amplio o reducido. El m¨ªnimo, el m¨¢s rec¨®ndito, es el de la pareja, como la de dos enamorados o la de esos autores que escriben al alim¨®n, si recordamos a los Goncourt y a los ?lvarez Quintero. El m¨¢ximo es, claro, la humanidad entera, cuando los hombres nos sentimos todos de una misma especie y condici¨®n -la condici¨®n humana-, aunque todav¨ªa muchas etnias no tengan ese sentimiento ecum¨¦nico -de lo que tenemos ejemplos bien vivos- ni lo tenga tampoco tanto monstruo que se guarece en la selva de la civilizaci¨®n. Tambi¨¦n se opone al nosotros la soledad. El solitario es ¨²nico, solo en su soledad, aunque habite en la bulliciosa ciudad, como esos seres abandonados y sin familia a los que nadie espera cuando regresan a casa.
Ciertamente que este tema del nosotros habr¨ªa que verlo tambi¨¦n desde el punto de vista de ellas, del nosotras. La lucha de los sexos siempre ha existido, para ciertos lados de la vida, entre los hombres y las mujeres. Y pienso que la igualdad, tan cerca de lograrse en Occidente, no traer¨¢ el fin de esa lucha. Felizmente, porque la tensi¨®n entre lo masculino y lo femenino, y sus profundas diferencias, es lo que da encanto a la existencia.
Fue leyendo un nuevo libro de Arturo Uslar Pietri -Del Cerro de Plata a los caminos extraviados- claro y sugerente, a pesar de haberlo escrito este venezolano universal a sus 88 a?os, cuando ca¨ª en la cuenta de la curiosa perspectiva que nos ofrece el nosotros. "La elasticidad misma de la noci¨®n de nosotros ", dice, "es la que le da su mayor poder y la convierte en un hecho amenazante que tiende fatalmente a desembocar en la violencia". Para Uslar -una opini¨®n cada vez m¨¢s extendida hoy entre los hispanoamericanos-, el gran esfuerzo que estamos haciendo los europeos en la integraci¨®n de Europa "parece haber provocado el viejo mal de la xenofobia, del rechazo al extranjero ..., al que no es de los nuestros, con resultados que empiezan a revestir aspectos de preocupante gravedad". He aqu¨ª un ejemplo de conflicto al pertenecer a dos c¨ªrculos que comienzan a extra?arse. Yo me siento, por un lado, europeo, y veo a Europa como tabla de salvaci¨®n de esta Espa?a que quiz¨¢, como dec¨ªa Nietzsche, "quiso demasiado" y que ahora parece estar, como nos increpaba Rub¨¦n Dar¨ªo, "sin savia, sin brote, sin alma, sin vida, sin luz, sin, Quijote...": mas, por otro lado, me siento hispano, considero como m¨ªa la literatura de ambas orillas, gozo por igual con Delibes y con Garc¨ªa M¨¢rquez, y veo a los pa¨ªses del otro lado del Mar Oc¨¦ano como formas complementarias de ser espa?ol. "Am¨¦rica", aclara el propio Uslar, "ha sido una realidad geogr¨¢fica, natural y humana, desconocida al principio, luego mal conocida y nunca bien conocida", y su problema fundamental es la b¨²squeda de "su propia identidad que ha atormentado por siglos el alma criolla". Lo cual les aproxima a¨²n m¨¢s a las gentes de por aqu¨ª por ser muy espa?ola esta duda sobre uno mismo.
Triunf¨® la lengua espa?ola en Am¨¦rica, pero tambi¨¦n se americaniza el espa?ol de Espa?a. Nos record¨® nuestro a?orado ?ngel Rosenblat que muchas palabras ind¨ªgenas de uso cotidiano son hoy espa?ol¨ªsimas: butaca (un taburete de los indios de Venezuela), enaguas (una manta de algod¨®n que llevaban las indias antillanas hasta los tobillos) y campechano, caciquismo, cancha, macana y macho.
Los espa?oles necesitamos resolver este dilema que nos desgarra entre europeos e hispanos. Es urgente hacer algo y quiz¨¢ conviniera repetir el grito que daba el grifo de Alicia en el pa¨ªs de las maravillas: "?No! ?No! ?Antes las aventuras! Las explicaciones llevan mucho tiempo".
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