Guy Debord... consumido por el fuego
Cineasta, escritor, aventurero, Guy Debord se suicid¨® hace unas semanas cuando estaba a punto de cumplir los 63 a?os. El autor del art¨ªculo relata su relaci¨®n con el desaparecido.
El d¨ªa de los inocentes (iy de las inocentadas!) del a?o 1931 naci¨® Guy Debord hijo y nieto de burgueses arruinados. Y se "suicid¨®" (eso nos cuentan) un mes antes de comenzar su a?o de la gran climat¨¦rica. Mal¨¦ficos eran, para los griegos, los a?os m¨²ltiples de nueve o de siete pero el m¨¢s horroroso de todos era el a?o cuya cifra trenzaba estos dos n¨²meros multiplicando el maleficio: el sesenta y tres.La v¨ªspera del fat¨ªdico cumplea?os Guy Pebord, "doctor en nada", eligi¨® el vac¨ªo. Ape¨¢ndose en marcha detuvo su propia historia. Se quit¨® del medio y de los medios (dicen que... "suicid¨¢ndose") cuando hab¨ªa alcanzado la m¨¢s alta forma de reputaci¨®n. La que s¨®lo corona, pero ?con qu¨¦ prestigio!, al solitario di¨®genes. Nada esperaba y nada pod¨ªa recibir de nadie sin que el imprudente con laureles o premios besara el suelo del rid¨ªculo. El creador del situacionismo por lo menos se mantuvo a la altura de lo que rechaz¨®.
Mis relaciones con Debord, como con Koj¨¦ve, "los seres que m¨¢s han influido y de forma m¨¢s secreta en el pensamiento de hoy", fueron inopinadas y fortuitas. La casualidad venci¨® a la causalidad como anuncia la mec¨¢nica cu¨¢ntica.
Fuimos Guy Debord y yo colegas, cada uno con nuestra pel¨ªcula a cuestas, de laboratorio cinematogr¨¢fico. A fuerza de encontramos por pasillos terminamos entablando una conversaci¨®n que giro mayormente en torno al infierno. La pel¨ªcula que montaba Guy Debord se llamaba nada menos que In girum imus nocte et consumimur igni. Lo cual ya de pronto no es s¨®lo el ¨²nico t¨ªtulo de diez palabras latinas en la historia e histeria del cine, sino adem¨¢s un pal¨ªndromo. Como el t¨ªtulo igual puede leerse de izquierda a derecha que de derecha a izquierda cobra un ritmo espiral de infinito, de puesta en ab¨ªsmo. La "consumici¨®n por el fuego" evocaba el infierno, a pesar de las im¨¢genes y del contenido de la pel¨ªcula.
Hab¨ªamos recibido ¨¦l y yo en nuestra infancia (me llevaba siete meses, ¨¦ramos de la misma quinta..., y de la misma, ?ay!, talla) una educaci¨®n tradicional. Vencedores (en mi caso) y maestros trataron de aleccionarnos moralmente y asustamos con un infierno fara¨®nico, inventivo, espeluznante y sin fin. Tras cerca de treinta a?os de olvido o de indiferencia nos topamos con un infierno adaptado a la actualidad, perdidas en aras de la modernidad parafernalia y terribilidad. Transformaci¨®n provocada por la sociedad del espect¨¢culo, pues todo lo sentido o vivido se aleja de nosotros con su representaci¨®n. El espect¨¢culo del infierno moderno descubre la relaci¨®n social entre los seres mediatizados por las im¨¢genes que nos rodean.Nuestra sorpresa era, aunque de distinto signo, similar a la de los navegantes de Simbad el marino. Cu¨¢n felices se sintieron ellos (como infelices nosotros en nuestra ni?ez amenazada por aterradores inflemos) gozando de aquel vergel, de aquellas aguas cristalinas, de aquellas plantas fabulosas, de aquellos r¨ªos y fuentes ed¨¦nicas..., de semejante para¨ªso en la tierra. Pero cu¨¢n mayor fue el horror al sentir que la maravillosa isla era el lomo de un monstruoso pez. De un coletazo el gigantesco animal se zambull¨® en el abismo submarino.
Todo infierno imaginado desde que el homo erectus comenz¨® a enterrar a los muertos ha sido espejo del mundo. V¨¢stagos de este modelo son el aralu babil¨®nico, el hades griego, el scheol hebreo, los diverso! infiernos precristianos, la karta o la parsana india.
En Mesopotamia Gilgalmesh, devorado por la misma curiosidad que Debord y yo sentimos en nuestra infancia, quiso saber c¨®mo era aquel lugar situado en las entra?as del mundo.
A la muerte de su servidor Enkidu abri¨® un agujero en la corteza de la tierra para comunicar con ¨¦l. "Los condenados", d¨ªjole su criado, "comen las migas de los banquetes, el poso de las copas o las basuras de la calle..., pero aquellos que no tienen, en vida, nadie que se ocupe de ellos erran sin reposo". Y a¨²n m¨¢s significativo, es la leyenda que cuenta c¨®mo para visitar el infierno la reina del cielo Inana tuvo que atravesar siete puertas y en cada una de ellas despojarse de un velo y una joya, hasta mostrarse desnuda, transparente en cuerpo y alma. En verdad, el infierno siempre se ha dado en espect¨¢culo: las visitas al infierno han sido frecuentes en todas las culturas y mitolog¨ªas y muy especialmente en la griega. Los dioses estaban a mano, en una pr¨®xima monta?a, el Olimpo. La entrada del infierno tampoco estaba demasiado alejada, pues se encontraba "algo m¨¢s all¨¢ del r¨ªo Oc¨¦ano". Homero y Hes¨ªodo en la Teogon¨ªa nos muestran un infierno en el que se entra y sale con facilidad, e incluso en el que el visitante puede salvar a un condenado. Heracles rescata a Alcestes, Dionisios a su madre y Orfeo a punto estuvo de salvar a Eur¨ªdice.
A aquellos infiernos, como el descrito por La Eneida de Virgilio, sucede el ep¨ªgono cristiano. A partir del siglo IV y de la sanci¨®n promulgada en 543 por el S¨ªnodo de Constantinopla "es considerado anatema el que no cree en la eternidad de la pena". La inflaci¨®n de suplicios se plasma en el recado que a Debord y a m¨ª nos inculcaron en nuestros a?os mozos: "Ni una gota de agua puede venir a calmar los tormentos del fuego etemo".En La lucha contra las religiones aut¨®ctonas en el Per¨² colonial, de P. Duviols, se puede leer este di¨¢logo ejemplar:
Predicador. Dime hijo, de todos los hombres nacidos en esta tierra antes de la llegada de los espa?oles..., ?cu¨¢ntos se salvaron?
Ind¨ªgena. Ninguno.
Predicador. ?Cu¨¢ntos incas fueron al infierno?
Ind¨ªgena. Todos.
El condenado al infierno, torturado durante el tiempo preciso del suplicio, vivir¨¢ adem¨¢s una eternidad de infinito dolor enraimada con el m¨¢s refinado tormento: vivir fuera del bien por los siglos de los siglos.
Es el infierno total que ilustr¨® Vald¨¦s Leal en sus "postrimer¨ªas de la vida". Durante mis visitas infantiles al Museo del Prado y a El Escorial me extraviaba en los infiernos anticonformistas de El Bosco y de El Greco. Con genio parec¨ªan burlarse, a mis ojos, del infierno total. En el tr¨ªptico El jard¨ªn de las delicias, el infierno no figura a siniestra sino a la derecha. Si unas monjas cerdas molestan m¨¢s que torturan a los pecadores, los libidinosos est¨¢n castigados ¨²nicamente a dar vueltas cuasi alegremente a una gaita, s¨ªmbolo er¨®tico por excelencia. Y a aquellos que no rezaron en vida, como mandan los c¨¢nones y los credos, jugar¨¢n, como penitencia, eternamente al trampol¨ªn sobre las cuerdas de una arpa de David gigantesca.El Greco, en su deseo de alterar o invertir las relaciones entre los valores de la sociedad, pinta -un infierno... ?en el mar! Un gigantesco pez expulsa una multitud de Jon¨¢s que mas que supliciados parecen divertidos. Por cierto sobre este cuadro tan a contrapelo, los especialistas no se han puesto de acuerdo a la hora de darle t¨ªtulo. La adoraci¨®n del Nombre de Jes¨²s, para Cam¨®n Aznar; Sue?o de Felipe II, para Polero; Gloria de Felipe II, para Coss¨ªo, y aun Alegor¨ªa de la Santa Alianza o Gloria de El Greco. El desconcierto que inspira queda patente con la tesis del padre Santos, que asegura que en el cuadro el infierno... adora a Jes¨²s. Tanto El Greco como El Bosco nos instan, cual lectores de la obra de Debord, "a consumir y utilizar las im¨¢genes invisti¨¦ndolas, para que no sea posible distinguir la copia del modelo moral". El infierno, en el cual los condenados se consum¨ªan eternamente por el fuego, se transform¨® en un infierno de (y para) la consumici¨®n. El truculento lugar se fue alejando hasta convertirse en una serie de im¨¢genes cada vez m¨¢s consumibles, como las de la "sociedad del espect¨¢culo". En Nueva York una comunidad de hombres viven hoy sin salir de las alcantarillas profundas de la ciudad, lav¨¢ndose con el agua caliente de la calefacci¨®n p¨²blica y comiendo los restos que tiran por los vertederos las cocinas de los grandes hoteles. Esta comunidad, dirigida por un emperador, ha dado a sus catacumbas el nombre de infierno. Se cuenta el caso de un hombre que tras haber vivido diez a?os en este infierno se escap¨® de ¨¦l, se cas¨® y tuvo un hijo. Pero ambos han vuelto, "para siempre", al infierno de todas las nostalgias el d¨ªa en que el ni?o cumpli¨® sus quince a?os. En El K, Buzzati imagin¨® a un periodista que acompa?ado por un t¨¦cnico del metro en construcci¨®n de Mil¨¢n (su Virgilio) desciende cual Dante al infierno contempor¨¢neo: "Qu¨¦ infierno tan extra?o, son gentes como nosotros". En A puerta cerrada, un personaje de Sartre dice: "Prefiero el l¨¢tigo, el ¨¢cido a este sufrimiento cerebral, a este fantasma de dolor... ?Y esto es el infierno? ?Qu¨¦ chiste! Sin necesidad de calderas el infierno es... ?los otros!" * Debord frente a este terror minimalista dijo: "Lenta pero inevitablemente camino hacia una vida de aventuras con los ojos abiertos". Heidegger cre¨ªa, casi como" Lucrecio, que el infierno es la angustia existencial, la desesperanza que nace con la fusi¨®n del yo en el nosotros. Debord respond¨ªa: "Hoy lo espectacular queda integrado, por eso el hombre se despierta asustado buscando a tientas la vida". El infierno que se nos da como espect¨¢culo ya no es el eterno castigo, sino una caricatura situationniste: ha desaparecido con inquisiciones y excomuniones. En ¨¦l ya s¨®lo se conoce una desaz¨®n: la ausencia de la mirada de Dios. El infierno se ha vuelto moderno..., es decir, ?modesto!, Hemos alcanzado una igualdad de desgracia blanda, en la cual se integra lo espectacular. El ser es pura apariencia y la verdad mentira. Y a la hora en que tanto se escribe sobre su "suicidio" no olvidemos que Guy Debord dej¨® escrita esta declaraci¨®n: "El hombre no muere, desaparece".
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