Im¨¢genes que revelan las caras del poder
Una exposici¨®n del MOMA de Nueva York muestra la evoluci¨®n de la foto pol¨ªtica
Escrib¨ªa Baltasar Graci¨¢n en su Or¨¢culo manual y arte de prudencia que el ejercicio del poder debe ir acompa?ado de un cierto misterio y una dosis de distancia. Tres siglos despu¨¦s de su formulaci¨®n, este precepto, como tantos otros de Graci¨¢n, sigue siendo v¨¢lido en su esencia. Pero, afortunadamente, el tiempo no ha pasado en balde: el ejercicio del poder en las actuales sociedades democr¨¢ticas no puede dejar de tener en cuenta las exigencias de la opini¨®n p¨²blica. Los s¨²bditos del Viejo R¨¦gimen tem¨ªan a unos dirigentes cuyos rostros, voces y maneras de caminar y actuar no conoc¨ªan; los ciudadanos de nuestras democracias eligen a unos l¨ªderes a los que reclaman sin cesar palabras, gestos y hasta sentimientos.A mediados del siglo XIX, la fotograf¨ªa desencaden¨® la revoluci¨®n que obliga ahora al detentador del poder a combinar el misterio y la distancia recomendados por Graci¨¢n con las comparecencias frecuentes ante las c¨¢maras de televisi¨®n. Al democratizar las im¨¢genes de la realidad, la fotograf¨ªa tambi¨¦n hizo accesibles a los ciudadanos las fisonom¨ªas de sus gobernantes. Estas pasaron de los ¨®leos y medallones en posesi¨®n de unos pocos y las discutibles reproducciones de las monedas a las p¨¢ginas de los diarios y revistas de gran tirada. La faz del jefe se convirti¨® en un elemento de la Vida cotidiana de las gentes. Un centenar de a?os despu¨¦s, a mediados de nuestro siglo, esa faz, merced, a la televisi¨®n, tuvo voz y movimiento.
La exposici¨®n American Politicians: photographs from 1843 to 1993, que estos d¨ªas cuelga en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, rinde homenaje a esa aportaci¨®n esencial de la fotograf¨ªa a la profundizaci¨®n del proceso democr¨¢tio. Son 175 im¨¢genes recogidas en museos p¨²blicos y privados y archivos gr¨¢ficos de diarios, semanarios y agencias de prensa. Su visi¨®n permite corroborar como la evoluci¨®n de la t¨¦cnica fotogr¨¢fica ha ido en paralelo con la de la imagen que los Pol¨ªticos, por inter¨¦s o por que no ten¨ªan otro remedio, han ido dando a sus representados. As¨ª Abraham Lincoln aparece extra?o, hier¨¢tico, alucinante incluso en los daguerrotipos de Alexander Gardner (18,61 y 1862), y Ross Perot se desternilla rodeado de periodistas en una fotograf¨ªa de Assoc¨ªated Press de 1992. El mensaje vuelve a encarnarse en el medio.
Theodore Roosevelt, a comienzos de este siglo, cre¨® el primer gabinete de prensa de la Casa Blanca. Sus asesores supieron sacar buen Partido del hecho de que por entonces la fotograf¨ªa se incorpor¨® masivamente a los diarios y revistas. Roosevelt apareci¨® arengando a las masas, visitando un hospital para ni?os, sentado en una de las gigantescos ingenios que excababan el canal de Panam¨¢ o posando con su familia al completo en una terraza de la Casa Blanca. La revoluci¨®n ya era imparable: las nuevas t¨¦cnicas de la fotograf¨ªa y la impresi¨®n permit¨ªan aunar las necesidades propagand¨ªsticas del l¨ªder con las demandas de la opini¨®n p¨²blica.
A partir de ah¨ª, Eisenhower posar¨ªa con su madre en el porche de su casa rural (1945); Truman saltar¨ªa de alegr¨ªa al conocer su victoria frente a Thomas Dewey (1948), y J.F. Kennedy Podr¨ªa construir una falsa imagen de armon¨ªa familiar en los primeros anos sesenta. Pero la continuidad de la democratizaci¨®n hizo que las im¨¢genes terminaran escapando, al control de los pol¨ªticos. El empe?o de todos ellos en ser retratados con beb¨¦s en los brazos o de algunos, como Jimmy Carter (1977), en ser inmortalizados rodeados de colaboradores que parecen soportar sobre sus hombros todo el peso del planeta se vi¨® contrarrestado por las im¨¢genes de Robert Kennedy en el suelo tras ser acribillado (1968) y las de los agentes del servicio secreto refugiando en su limusina a un Ronald Reagan reci¨¦n herido (1981).
No por t¨®pico es menos verdad: una imagen vale m¨¢s que mil palabras. Si de alg¨²n modo tuviera que resumirse el profundo desagrado con que no pocos pol¨ªticos asumen las exigencias ciudadanas de mayor informaci¨®n y mayor proximidad, ser¨ªa con la fotograf¨ªa que Charles Tasnadi le tom¨® a Richard Nixon un d¨ªa de 1974: el presidente del Watergate da distra¨ªdamente la mano a un admirador mientras se concentra en lo que de veras le interesa: comprobar la hora en su reloj de mu?eca. Nixon llega tarde a una cita con otro hombre poderoso.
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