La angustia del ganador
Lo que casi siempre me vuelve insoportable el espect¨¢culo del deporte es justo lo que m¨¢s contribuye a su atractivo como tal: la incertidum6re sobre el ¨¦xito o el fracaso, los resquicios de casualidad o de sofisticaci¨®n tecnol¨®gica de los que puede depender todo, la energ¨ªa tremenda que el deportista de ¨¦lite debe emplear en un prop¨®sito fan¨¢tico. Inmediatamente despu¨¦s de ganar este a?o el Tour de Francia, Miguel Indur¨¢in ;se apresur¨® a afirmar que su objetivo era ganarlo los dos pr¨®ximos a?os. Al leer eso, pens¨¦ con disgusto que ese atleta magn¨ªfico no se conced¨ªa ni el descanso moral de un triunfo amplio e indiscutido, y que tal vez alentaba dentro de ¨¦l un exceso de ambici¨®n que lo - volv¨ªa ingrato hacia sus propias haza?as. En la competici¨®n todos los esfuerzos se vuelcan hacia el instante del triunfo, y toda la vida del atleta queda as¨ª subordinada al desaf¨ªo de unas d¨¦cimas de segundo, pero enseguida ocurre que a quien ha triunfado se le aparece por delante el nuevo l¨ªmite de lo inalcanzado, y con ¨¦l la nueva posibilidad del fracaso. La victoria, apenas alcanzada, se convierte para el ganador en incertidumbre sobre el porvenir. ?Hay alguien que de verdad quiera vivir as¨ª? El que pierde, al menos disfrutar¨¢ de unas horas o unos d¨ªas de alivio absoluto, porque la derrota suele ser m¨¢s tranquila que el ¨¦xito.,En cualquier oficio y en cualquier arte la b¨²squeda de la excelencia es el impulso m¨¢s noble, y de ella procede la fuerza para aprender y perseverar, sin la cual ning¨²n talento llega muy lejos: el talento, ya se sabe, es una larga paciencia. Pero en el deporte se confunde con demasiada facilidad el perfeccionamiento con la superstici¨®n de las clasificaciones, y si eso tiene la ventaja de propiciar espect¨¢culos de una gran belleza tambi¨¦n produce en muchas personas un efecto disuasorio, un rechazo ante la obscenidad de los podios y de los n¨²meros uno. Hay caracteres dotados para identificarse autom¨¢ticamente con los ganadores, sean ¨¦stos de la pol¨ªtica, de los negocios, de la literatura o el deporte, y personas que admiran no las cualidades que conducen a alguien hacia el ¨¦xito, sino el mero brillo del ¨¦xito. En correspondencia, hay otras almas pusil¨¢nimes que con parecido automatismo se retraen ante el esc¨¢ndalo de la victoria, y para las que el espect¨¢culo de la competici¨®n queda siempre malogrado por una tendencia irresistible a volcar su simpat¨ªa hacia quien va perdiendo.El absolutismo de los r¨¦cords y del n¨²mero uno acaba siendo perjudicial para el verdadero disfrute del deporte, porque aleja de ¨¦ste, lo mismo de su contemplaci¨®n que de su pr¨¢ctica, a muchas personas de car¨¢cter apocado y no competitivo. "Mi ¨²nico deporte es asistir a los entierros de mis amigos deportistas", dec¨ªa Juan Carlos Onetti. En la escuela la adoraci¨®n que reciben los mejores deportistas y el escarnio al que son sometidos los ni?os torpes o simplemente cobardones hace que estos ¨²ltimos, que suelen ser la mayor¨ªa, rechacen el ejercicio del deporte como rechaz¨¢bamos el aprendizaje del lat¨ªn los alumnos de los colegios de curas de hace veintitantos a?os. Suele ser demasiado tarde cuando uno descubre los beneficios que disfrutar¨ªa si pudiera leer a Virgilio en lat¨ªn o si cultivara razonablemente alg¨²n deporte.
Am¨ª me gusta correr. En cambio, no me gusta ver en la televisi¨®n los resultados de las pruebas atl¨¦ticas porque los conozco de antemano: alguien va a ganar y todos los dem¨¢s van a perder. A m¨ª me gusta correr a solas, en el parque del Retiro o por alg¨²n bosque o paseo mar¨ªtimo adonde me ha llevado alg¨²n viaje. Es muy probable que llegara el ¨²ltimo en cualquier carrera en la que participase, pero me da exactamente igual, porque los beneficios que disfruto de ese ejercicio no tienen nada que ver con ninguna competici¨®n. No tengo que vencer a nadie, no busco m¨¢s ¨¦xito que el de. un cierto bienestar que no es s¨®lo f¨ªsico, porque me hace m¨¢s tranquila la vida y me permite un poco m¨¢s de serenidad en mis tareas. A veces en las caras de los deportistas hay un rictus de furia o de angustia que les obliga a cerrar los ojos. A m¨ª me gusta correr con. los ojos bien abiertos, para fijarme bien en los lugares por los que voy pasando. Si me someto a alg¨²n desaf¨ªo es conmigo mismo y nadie lo conoce m¨¢s que yo. Pero ya dec¨ªa mi profesor de gimnasia que yo era muy malo para los deportes.
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